Desde el diván: ‘La madre muerta’ de Juanma Bajo Ulloa


Por José María Bardavío

    Mientras Maite baña a Leire experimenta sensaciones cercanas al arrobamiento, tal es la inocente belleza de la adolescente. Como si el ejercicio de ablución se convirtiera en experiencia mística.     Título original: ‘La madre muerta’.  Nacionalidad: España. Año de producción: 1993. Dirección: Juanma Bajo Ulloa. Guion: Juanma Bajo Ulloa y Eduardo Bajo Ulloa. Fotografía: Javier Aguirresarobe (color). Música: Bingen Mendizábal. Intérpretes: Karra Elejalde, Ana Álvarez, Lio, Silvia Marsó. Duración: 105 minutos.

   Hecho extraordinario, promocionado en parte por la posición gestual, de rodillas ante Leire para acceder mejor a su cuerpo, enjabonarla, lavarla y aclararla. Pero lo que sucede resulta ser, más bien, todo lo contrario que Maite es ella, la iluminada, sumida en el trance que provoca el encanto y la hermosa levedad de la adolescente. Es como si al tratar de lavar a un ángel, la fuerza espiritual desprendida trascendiera impidiendo cualquier actividad humana que no fuera el éxtasis. Un éxtasis, desde luego, sin fe.

   Ese aura especialísima que envuelve a Leire vuelve a sentirla otra vez cuando Maite se dispone asesinarla celosa de la hipnótica atracción que siente Ismael, su amante, hacia la adolescente. Encadenada como está, la sube al desván, la coloca sobre un plástico, y se dispone a descerrajarle un tiro a bocajarro. Pero la forma de mirarle, la sensación de estar ante un ser excepcional, y las palomas impensables que emprenden el vuelo escandalizadas ante un crimen tan aterrador, le impiden una mínima concentración. Al fin desiste de lo que suponía iba a ser un simple asunto de trámite.

    La secuencia de la bañera es, a pequeña escala, el resumen y el correlato objetivo de la significación profunda de la película. Me refiero a la seducción mística, trascendental, que emanando de Leire impregna a Maite, y también a Ismael,  que ha quedado como enmarañado en ella desde que volvió a verla viva, creyendo que la había asesinado siendo una niña, cuando entrando a robar disparó y mató a su madre al ser descubierto.

    Sería digno de una hagiografía imposible calibrar la inefabilidad que emana de la niña. Como si efectivamente hubiera introyectado las representaciones místicas del ámbito de la casa lleno de pinturas y esculturas de vírgenes y santos, cuando el asesino, el propio Ismael, disparó y mató a su madre. Desde entonces -y entonces Leyre tenía seis año- parece estar misteriosamente protegida de la pareja de asesinos que la han raptado. Es como si Leire estuviera dotada de una gracia que subyuga al que trata de hacerle daño impidiéndole consumar sus propósitos criminales. 

   Y si bien es cierto que Maite se desentiende del arrobamiento que le procura Leire, Ismael, siendo un asesino sin escrúpulos, tanto como la propia Maite, le va  impregnando la inocencia, la levedad, el misterioso candor que termina transformándolo para siempre.

   La madre muerta  es una película difícil, valiente, ambiciosa, con ese aire entre gótico y posmoderno, claustral, ensimismado, en contraste con el misterio que emana de la sacralidad ingrávida de Leire y esos gestos de ausencia que adquieren la profundidad y belleza del misterio inmediato. Asunto que, siendo el más crucial de la película alcanza en la secuencia de la bañera una extraordinaria eficacia expresiva y narrativa. 

El blog del autor: http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

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