‘Timecode’


Por Don Quiterio

   La sombra del maestro Buñuel es alargada. El puto amo. Todo empezó en Obón, a sesenta kilómetros de Calanda. La cuna. “Luis, tú tienes la grande, pero yo la pequeña, ¡que es más difícil de conseguir!”, gritó en el pasado festival internacional de Cannes  Juanjo Giménez Peña (Barcelona 1953)…

…el director, productor y guionista, enarbolando la palma de oro al mejor cortometraje por ‘Timecode’. A nadie le pasó desapercibido el guiño a Luis Buñuel, el único cineasta español que ha conseguido el máximo galardón en la modalidad de largometraje, allá por 1961 y gracias a ‘Viridiana’, un filme de una complejidad arrebatadora, tanto estética como narrativamente, cuya protagonista, recuerden, intenta mejorar el mundo que le rodea y por ello adopta a un grupo de ladrones, pordioseros y prostitutas callejeros, pero su caridad la conduce, ay, al desastre y a la perdición.

  Si la película del calandino sigue siendo una de las más perfectas exposiciones de las locuras irremediables de la naturaleza humana y de la irreprimible comedia de la vida, la de su discípulo recrea la relación misteriosa de los dos vigilantes –un hombre y una mujer, interpretados por los coreógrafos Nicolás Riccini y Lali Ayguadé- de un aparcamiento subterráneo que trabajan en distintos turnos y, esto es, apenas se ven un par de minutos al día. La jornada de uno empieza cuando acaba la del otro, y viceversa. Un trato sin palabras que experimentará una vuelta de tuerca al desvelarse la pasión compartida por ambos -la danza-, en un relato que nos remite a la película ‘Calle roja’ y aquella protagonista que ve a través de las cámaras de seguridad algo que le afecta profundamente.

  Si, como digo, en Cannes se lleva Juanjo Giménez la palma de oro por ‘Timecode’ (también el premio Gaudí de la academia catalana y el Goya de la española, además de numerosos galardones en distintos festivales nacionales e internacionales), no ha tenido la misma suerte en Hollywood, donde Buñuel recibía un óscar en 1972 por ‘El discreto encanto de la burguesía’, el relato -hagan memoria- de un grupo de parejas acaudaladas que intenta, vanamente, celebrar una cena juntos, sin que diversas circunstancias les permitan cumplir sus propósitos. La estatuilla hollywoodense, maldita sea, se le ha resistido a Juanjo Giménez en esta 89ª edición, y los destinos del maestro y el discípulo no han podido entrecruzarse de nuevo. Competía, todo hay que decirlo, con cortometrajistas de la estatura del danés Aske Bang (‘Silent nights’), el francés Sélim Azzari (‘Ennemis intérieurs’), el suizo Timo Von Gunten (‘La femme et le TGV’) y el húngaro Kristof Deák (‘Sing’), quien, finalmente, se ha llevado el gordo.

  El largometraje del maestro -como el cortometraje del discípulo- avanza con digresiones e interpolaciones que identifican a los personajes, su clase social y su aparente indestructibilidad con los procesos de la ilusión narrativa y su continuidad. Ese aleteo o presencia de un deseo insatisfecho presente en la obra buñueliana aparece, aunque de otro modo, en la pequeña gran pieza de Juanjo Giménez, al que le gusta poner ciertas situaciones en el sitio inadecuado para provocar en el espectador una suerte de fuerza de choque, como ya se adivinaba en su largometraje de ciencia ficción ‘No hacemos falta’ (2001), con la inestimable colaboración de los cineastas turolenses Óscar Díez y José Ángel Guimerá, ambientado en el Aragón más profundo para hablarnos de un exconvicto y el maremágnum que se encuentra a su salida.

  O, para ampliar el panorama, en algunos de sus cortos y documentales previos (‘Hora de cerrar’, ‘Ella está enfadada’, ‘Especial: Com Luz’, ‘Máxima pena’, ‘Nitbus’, ‘Rodilla’, ‘Libre indirecto’, ‘Esquivar y pegar’, ´Contact proof´). Son piezas realizadas sin apenas medios, pero de gran voluntad fílmica y una humildad a prueba de bombas. Además, este profesor en la escuela cinematográfica de Reus ha producido para sus compañías Nadir Films y Salto de Eje largometrajes como ‘La casa de mi abuela’ (2005), ‘Estigmas’ (2009), ‘Anás, una película india’ (2009) o ‘Enxaneta’ (2011).

  Catalán de nacimiento, Juanjo Giménez tiene sangre turolense gracias a su madre que nació en Obón, a apenas sesenta kilómetros de la Calanda natal del maestro Buñuel. En Obón ha pasado los veranos de su infancia y hasta esa pequeña localidad acude cada año, a veces también para ambientar sus producciones. Del mismo modo, para los exteriores, ha rodado en lugares como Muniesa, Azaila, Castelnou, La Puebla de Híjar, Lécera o Belchite. Al parecer, la idea de ‘Timecode’, en su beneficiosa mezcla de géneros, surge de una vivencia del propio Giménez relacionada con el descubrimiento de secretos suyos por parte de compañeros de fatigas, cuando trabajaba como economista en una multinacional.

  Así desarrolla el cineasta, junto al guionista Pere Altimira, la historia de sus dos héroes, cuyas vidas se cruzan a pesar de trabajar en turnos diferentes, porque ella descubre, a través de las pantallas de seguridad, el secreto que guarda él. Un peculiar descubrimiento, o no tan peculiar, a partir del cual comenzarán ambos a comunicarse. Es, al fin y al cabo, una tan bella como original historia de amor protagonizada por dos seres que solo son libres cuando bailan en el parquin donde trabajan de noche, grabados en silencio por las cámaras. No somos nada sin la referencia de los otros. Solo llegamos a ser lo que somos a través de la mirada de los demás.

  Eso lo sabe muy bien Juanjo Giménez (y su ayudante de dirección, la zaragozana Laura Calavia). Por eso, claro está, es meritorio su gesto de agradecimiento a la deuda contraída con los viejos maestros en una sociedad donde todo es volátil y líquido, por decirlo con Bauman, otro maestro. O como el eterno Buñuel, el puto amo. Pero también el cine de Yasujiro Ozu y el de Jim Jarmusch. O el mediometraje documental de Chris Marker ‘Le Jetée’ y el cortometraje de Terry Gilliam ‘La oficina de seguros Crimson’. Si nos fijamos bien, en el cine del japonés Ozu no hay lugar para la desmesura, es la vida misma, en su lento transcurrir, la que vuelve a pasar ante nuestros ojos. Las películas del estadounidense Jarmusch, por su parte, esconden bajo sus ágiles diálogos un ácido análisis de los comportamientos humanos, rodadas con un preciso sentido visual cuya cámara atrapa la fugacidad de los instantes con una insólita belleza.

  Por el mismo precio, el original experimento apocalíptico de ficción científica que es ‘La Jetée’ (1962) recurre a técnicas propias del cómic -otra fuente de la que bebe Juanjo Giménez-, construido a partir de fotografías. Y, por extensión, la película del realizador francés sirve de inspiración, más de treinta años después, al británico Terry Gilliam para rodar ’12 monos’, un relato de desbordante barroquismo sobre los viajes en el tiempo, en este caso con la finalidad de detener una epidemia que puede extinguir el género humano. Otra vez, como ven, los maestros y los discípulos.

  La base de la relación entre el discípulo y el maestro es el reconocimiento mutuo. El primero se somete al segundo por su autoridad intelectual, pero el maestro -vivo o preferiblemente muerto- necesita al alumno para poder transmitir sus saberes. Como en la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo, los dos son interdependientes. La sombra del maestro siempre es alargada. El alumno tiene que estar agradecido al maestro, pero este también al que recibe sus lecciones. porque el sentido de su trabajo solo se produce cuando germina la semilla que él ha sembrado en la mente del discípulo. Somos el resultado de una cadena de conocimientos y experiencias que se transmiten a través del maestro. Su papel es esencial, no ya solo para aprender, que también, sino para construir nuestra propia identidad.

  ‘Timecode’ actúa a la manera de un laberinto de pantallas, en el que, al mismo tiempo, la danza se desvela como un ingrediente sorpresa, como vehículo para expresar los sentimientos en juego. Una historia de amor entre dos personas y también el simple amor por la danza, a través de un romanticismo fijado hacia la melancolía. Un relato de cuerpos coreográficos que sublima la intimidad, como un juego de compases y pasos, gestos y miradas. Y también de voyeurismo y mensajes secretos.

  Una propuesta en verdad estimulante, que empieza de manera sobria, austera, con poca presencia musical, y termina a ritmo de videoclip -en el buen sentido de la palabra-, sin ningún diálogo y toda una orquesta como banda sonora, debida al zaragozano Iván Cester. Un remate final inigualable, donde la música y la imagen lo hacen todo. El cortometraje, en fin, habla de la incomunicación, de dos personajes que se expresan a través de medios inesperados, y funciona como una llamada de atención para captar la belleza en entornos cotidianos. Este pequeño juego entre dos guardas de garaje transforma lo terrible que conlleva la rutina por la felicidad de las pequeñas cosas. Dos trabajadores que persiguen un sueño y les impulsa en el día a día.

  El formato del pequeño metraje permite a Juanjo Giménez una mayor libertad a la hora de experimentar con el lenguaje cinematográfico. Sin libertad, dice al autor de ‘Timecode’, no hay tu tía. En ese aire de libertad que sopla desde los fotogramas de Buñuel o de Giménez, con cierzo o sin él, podríamos establecer la cuarta dimensión del espectáculo de existir. La imaginación de estos hombres lleva a la sonrisa, aunque empuja más hacia el asombro. Los grandes artistas siempre están pronosticando algo, aunque no lo sepan. Ya se sabe que a veces conviene cerrar un ojo, pero no es prudente cerrar ambos a la vez.

  Buñuel y Giménez -el maestro y el discípulo- ponen la vida del revés en un despliegue de escenas incalculables, justo hasta el exacto límite donde no se tienen que explicar ya las cosas. Todo encaja, finalmente. Como todo empieza en Obón, a sesenta kilómetros de Calanda. La cuna de Buñuel. Y su sombra siempre alargada. El puto amo.

  Título original: ‘Timecode’. Nacionalidad: España. Producción: Juanjo Giménez, Arturo Méndiz, Daniel Villanueva y José Parcerisa (Nadir Films). Dirección: Juanjo Giménez. Guion: Juanjo Giménez y Pere Altimira. Fotografía: Pere Pueyo (color). Música: Iván Cester. Dirección artística: Dani García Blanco. Montaje: Silvia Cervantes. Sonido: Xavi Saucedo y Jordi Monrós. Efectos especiales: Toni Mena. Maquillaje: Irena Retuerta. Ayudante de dirección: Laura Calavia. Intérpretes: Lali Ayguadé, Nicolas Ricchini, Vicente Gil, Pep Domènech. Duración: 15 minutos.

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