Solo se vive una vez: ‘Amanece, que no es poco’, cuerda para rato


Por Don Quiterio

     Tras conocer la noticia de la muerte del director, productor, guionista y escritor albaceteño José Luis Cuerda, y en relación a su película ‘Amanece, que no es poco’ (1988), Antonio Resines, su protagonista, cuenta que “si en su momento aquel trabajo tuvo algún detractor, hoy ya no queda ninguno”.

Vale, pues el arriba firmante, acaso por llevarle la contraria, es uno de ellos. El actor encarna a un joven ingeniero, profesor de la universidad de Oklahoma, que regresa a España para disfrutar de un año sabático. Al llegar a su estrambótico pueblo, se entera de que su padre ha matado a su madre y, para compensarle, le compra una moto con sidecar para viajar juntos. Aunque se trate de un filme marcadamente inusual, de un digamos surrealismo cazurro (o contingente), el resultado es totalmente fallido por su eclecticismo y su falta de progresión narrativa. Cuerda intenta repetir el éxito de ‘El bosque animado’, realizada un año antes, con esta inclasificable comedia. Pero su gozo (comercial) en un pozo (artístico).

     Más de cien actores participan en este retablo surrealista cuyo realizador intenta, sin conseguirlo, que funcione por simple acumulación de situaciones. Se trata, en efecto, de un retrato coral, surrealista y satírico, de la vida de un pueblo durante el franquismo, influenciado, más que por Buñuel, por el teatro de Jardiel Poncela y de Mihura, las alocadas comedias norteamericanas de gags encadenados, el cine de Berlanga y Azcona o, incluso, por lo surreal de Jarry y de Boris Vian. Una película de ideas, aunque sin conjuntar: los hombres que crecen en huertos como hortalizas, los ensayos de flashback, las clases en góspel, el suicida que encarna Montesinos, el actor que quiere cambiar su papel, las hilarantes votaciones para el cargo de prostituta oficial… Y así.

     Después de varios cortos (‘Mala racha’, ‘El túnel’, ‘Primer amor’), Cuerda debuta en el largometraje en 1982 con ‘Pares y nones’, una floja comedia entre sentimental y sexual sobre parejas que se desparejan, seres inmaduros que hacen la guerra más que el amor, centrada en una decena de personajes principales en los que la edad, esto es, no siempre va acompañada de la correspondiente madurez. Su siguiente largometraje, ‘El bosque animado’, realizado cinco años después, lo produce el zaragozano Eduardo Ducay, un sugestivo repaso al universo de meigas, supersticiones y magia de Galicia, según el inspirado texto del humorista gallego Wanceslao Fernández Flórez, adaptado convenientemente por el gran Rafael Azcona. El director juega con un sentimentalismo de buena ley y tiene la habilidad de tomar solo una parte del texto, la referida a los seres humanos que habitan en el bosque. El humor, sustentado sobre el absurdo, acaso no saca todo el provecho del original.

 

  Con el drama ‘La viuda del capitán Estrada’ (1991), también producido por Ducay, cuenta los escarceos eróticos y los devaneos liberales de una atractiva viuda de un oficial franquista, una dama de fuerte carácter que intenta escapar de la represión a la que la sociedad de la inmediata posguerra española somete a las mujeres, según una novela de Pedro García Montalvo. La película, sin embargo, no aborda a fondo un tema en verdad sugerente, y todo queda en una falta de compromiso narrativo y una apabullante superficialidad. Tampoco está muy afortunado al año siguiente con ‘La marrana’, rodada en el monasterio de Veruela.

     Ambientada en el siglo quince, cuenta la historia de un campesino cincuentón cuyo manjar preferido es el cerdo, que regresa, tras haber estado cautivo en Túnez, a su tierra extremeña sin nada que echarse a la boca, encontrándose en el camino a un joven desertor acompañado de una majestuosa marrana. De regusto quevediano, la amarga comedia fracasa en su intento de desmitificación picaresca de las superproducciones ‘1492, la conquista del paraíso’ o ‘Cristóbal Colón, el descubrimiento’, filmes ‘oficiales’ que se ruedan con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América y de los que Cuerda ejecuta una suerte de contrapuesta. Pero el tiro le sale por la culata: una película reiterativa y tediosa, de humor escatológico, solo salvada por el gran Landa.

    El título de su siguiente filme, ‘Tocando fondo’ (1993), lo indica todo, dado la zafiedad e inconsistencia del producto. Con ‘Así en el cielo como en la tierra’, realizada en1995, Cuerda encuentra el lugar propicio para otro inclasificable cóctel de delirio, anarquía y blasfemia: el cielo. Y Fernán Gómez es dios. Y Paco Rabal es san Pedro. Y el arcángel san Gabriel es Quique San Francisco. Un disparate que carece de forma y de ritmo, demasiado desangelado para la prometedora premisa: el cielo como pueblecito castellano de la posguerra, donde el dios padre se plantea el apocalipsis, pues decide enviar a otro hijo a la Tierra para salvar a la humanidad, pero Jesucristo no está de acuerdo porque entonces debería reescribirse la historia.

     La iniciación a la vida de un niño de ocho años de un pequeño pueblo gallego y su relación con un maestro de ideas republicanas, quien le abre la mente y le enseña el verdadero significado de la vida, hasta que el dieciocho de julio de 1936 se lo llevan preso, es la historia que cuenta ‘La lengua de las mariposas’ (1999), la mejor película de Cuerda. Pese a ciertos estereotipos, Cuerda mantiene un tono narrativo sereno y cálido para un filme entrañable, con magia, poesía y una dirección muy cuidada, de pulcro acabado. El guion de Azcona toma elementos de tres cuentos del gallego Manuel Rivas: ‘La lengua de las mariposas’, sobre el tema central del niño y el maestro; ‘Carmiña’, acerca de los amores de O’Lis y la chica salvaje vigilada por su perro, y ‘Un saxo en la noche’, en torno al hermano mayor saxofonista en las fiestas del pueblo. El relato abarca, así, una serie de personajes en el ambiente de la Galicia rural antes y durante los primeros momentos de la guerra civil, vistos a través de los ojos de Moncho, el niño que aprende de don Gregorio el gusto por el conocimiento y de los demás la cobardía ante su sacrificio en las represalias fascistas. Tierna y dura a la vez, deudora de leyendas y realidades, la película nos muestra a un Cuerda dueño de sus recursos patentes en ‘El bosque animado’. El discurso del maestro en su despedida a los niños posee ecos del de Charles Laughton ante su clase en ‘Esa tierra es mía’, de Jean Renoir.

     En 2004, Cuerda participa en el filme colectivo ‘¡Hay motivo!’, veintitantos episodios que denuncian aspectos de la realidad sociopolítica española en tiempos del gobierno conservador del PP nada más empezar el siglo veintiuno. Dirigen, junto al manchego, Vicente Aranda, Joaquín Oristrell, Pere Portabella, David Trueba, Isabel Coixet, Pedro Olea, Imanol Uribe, Fernando Colomo, Julio Medem, Manuel Gómez Pereira, Gracia Querejeta, Mariano Barroso, Chus Gutiérrez, José Luis García Sánchez, Alfonso Ungría, Juan Diego Botto, Víctor Manuel, Ana Díez y Víctor García León.  

     Del motivo contestatario pasa Cuerda al relato de un inventor de juguetes que encuentra en un avión a la mujer de su vida y al hijo que nunca ha tenido, La historia de amor parece ir bien, hasta que un día decide, de forma inexplicable, que todo se ha terminado. Esta historia aparentemente sencilla es la que se cuenta en ‘La educación de las hadas’ (2006), adaptación de una novela de Didier Von Cauwelaert, en la que el cineasta vuelve al drama para hablarnos de la fantasía como vía de escape de la realidad, la pérdida de la inocencia o el final del amor. Pero todo resulta inconsistente (o contingente), al amalgamar una excesiva diversidad de elementos dentro de una estructura narrativa cuya complejidad desborda al cineasta. Un filme blando, obvio e inconexo. Todo lo contrario a ‘Los girasoles ciegos’ (2008), donde un sobrio guion, escrito al alimón por Azcona y el propio Cuerda, adapta parcialmente el libro de Alberto Méndez y se acerca a unos personajes heridos que sobreviven en la posguerra española, aunque su corrección formal ahogue un tanto el desgarro del texto original.

     Tras la pequeña pieza ‘Primer amor’ (1980) y el largometraje ‘La lengua de las mariposas’, Cuerda recurre de nuevo al escritor Manuel Rivas para el drama ‘Todo es silencio’ (2012), las peripecias de varios personajes en el contrabando de la Galicia de finales del siglo diecinueve, pero el prometedor planteamiento se va desinflando según avanza el metraje. Con ‘Tiempo después’ (2017), adaptación de su propia novela homónima, y con producción de Félix Tusell Sánchez (el hijo del productor de su ópera prima, Félix Tusell Gómez), cierra Cuerda su filmografía y su tetralogía del surrealismo iniciada en 1983 con el mediometraje ‘Total’, seguida de ‘Amanece, que no es poco’ (la “secuela espiritual”) y ‘Así en el cielo como en la tierra’. El director analiza (y critica) la religión, la monarquía, el capitalismo, la derecha, la izquierda o los nacionalismos. Una película producida gracias al empeño de Arturo Valls, Edu Galán, Berto Romero y Andreu Buenafuente, ‘amanecistas’ de pro. Para ellos, pues.

     Su cine, sociológico y descreído, se podría dividir en dos: el del humorismo mágico, de un surrealismo rural, delirante, y el del melodrama comprometido, humano, que mira a España en su guerra civil, en su posguerra, en su cainismo, con sensibilidad y contundencia. Sus comedias negras (y a la vez absurdas, cóncavas, corales, fantásticas, contingentes si se quiere) son deudoras de la astracanada costumbrista, la greguería, el dadá y el surrealismo, y recoge la herencia directa de la gran tradición esperpéntica y picaresca de Goya, Quevedo o Valle-Inclán, a la manera de cineastas como Berlanga, Fernán Gómez, Betriu o García Sánchez. Pero, ay, no termina de trascender. En su obra, Cuerda toca asuntos terrenales, filosóficos y también espirituales, quizá por los tres años que pasa de niño en un seminario. Define su estilo como “un retorcimiento de la realidad que sigue siendo realidad. Lo que escribo suele estar lleno de ocurrencias que pueden parecer disparates, pero que nacen de lo que ocurre, porque son tan realidad como la realidad misma. La realidad mental es tan real como la física o la comprobable científicamente, solo que de consecuencias distintas”.

     Como productor, es el descubridor (o ‘destapador’) de Alejandro Amenábar –quien compone la música de ‘La lengua de las mariposas’, por cierto-, con el que trabaja en sus tres primeros largometrajes: ‘Tesis’, ‘Abre los ojos’ y ‘Los otros’. Escribe su autobiografía con el título de ‘Memorias fritas’ (Pepitas de Calabaza, 2019), en la que se adelanta a su obituario: “Cabe concluir, para que ninguno nos engañemos, que nuestra resurrección, si queremos ser honrados, se producirá en un espejo. Un espejo tembloroso, dubitativo, inseguro’. Buen final. Contingente o no.

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