Desde el diván: ‘Nunca hables con extraños’, de Peter Hall

Por José María Bardavío

Sarah fue agredida sexualmente por su padre cuando tenía cinco años. Al enterarse la madre, en el bronco altercado de la pelea, cayó al suelo sin sentido.

Título original: ‘Never talk to strangers’.  Nacionalidad: Canadá, Estados Unidos, Alemania, Austria, Inglaterra. Año de producción: 1995. Dirección: Peter Hall. Guion: Lewis Green y Jordan Rush. Fotografía: Elemér Ragalyi (color). Música: Pino Donaggio. Intérpretes: Rebecca de Mornay, Antonio Banderas, Dennis Miller, Harry Dean Stanton. Duración: 87 minutos.

 El padre obligó a la niña, asustada y confusa, a apuntar el revólver contra su madre postrada al pie de la escalera. Asistida por su padre, Sarah disparó matando a su madre.

Sarah ha contado siempre a sus amigos que su madre murió en un accidente de automóvil cuando ella tenía cinco años;  que luego se  vino a vivir a Nueva York con una hermana de su madre, y que su padre siempre estaba fuera de casa porque era viajante de comercio. Hace poco Benny, su novio, se marchó sin que ni Sarah ni sus amistades entiendan los porqués de tan extraña decisión.

Cuando empieza la película Sarah Taylor (Rebecca De Mornay), tiene treinta años y se ha convertido en una respetada  psiquiatra que trabaja con la fiscalía evaluando el estado mental de los reos antes de ser juzgados.

En la actualidad analiza a Max Cheski (Harry Dean Stanton), un  asesino de mujeres que justifica sus tendencias homicidas en base a  un presunto trastorno de identidad disociativo. Estando a punto de concluir el trabajo, el caso queda cerrado tras la muerte de Cheski en la cárcel por sobredosis.

Que Max Cheski se atribuya a sí mismo titular de una doble personalidad parece una artimaña desesperada para salvarse de la pena capital. Pero el caso es que nunca sabremos si tenía o no tenía razón pues muere sin que nadie nos explique qué sentido tiene la aparición en pantalla del, por otro lado, gran actor H.D.Stanton. Lo que sí sucede es que muy al final de la película nos enteraremos de que es Sarah Taylor, la psiquiatra y protagonista, la que padece el síndrome de identidad que Cheski se atribuye a sí mismo. Parece, por lo tanto, que el nombre de la enfermedad, pronunciada por el psicópata, debería actuar como un terrible aldabonazo tiñendo de sospechas el devenir de la película. Pues si no, ¿qué sentido tiene, qué aportación supone, el personaje de Cheski? Es como si oyéramos campanadas de sentido por el amplio espacio cinematográfico sin saber a qué convocan, de qué nos avisan a dónde van o de dónde vienen.

Las relaciones  sexuales de Sarah con Tony Ramírez (Antonio Banderas), ex policía puertorriqueño que investiga la desaparición de Benny el novio de Sarah) al que conoce fortuitamente y del que pronto (una parte de ella misma) se enamora, nos muestran a una Sarah voraz aunque las señales sado-exóticas  (más que sadomasoquistas) que exhibe la actriz muy voluntariosamente, no resulten suficientemente convincentes. Suceden así, tan artificiosamente quiero decir, para mostrarnos un capítulo más del trastorno de identidad de Sarah, convertida ahora en mujer de sexualidad ciclópea.

Y en esta marejada de signos que aparecen y desaparecen sin puntual explicación, Antonio Banderas, sin ser ángel de mi devoción, es el que mejor lo hace, y con mucho. No es que la Mornay lo haga mal, sería como imposible, pero no da el tipo como femme fatale reclamado ahora por el amplio repertorio de sumulti personalidad congénita. Antonio Banderas no es de estatura alta, y mucho menos muy alto, pero resulta que Rebecca de Mornay, queda a su lado demasiado pequeñita, quedando sin mencionar la penuria de los atributos corporales sexualmente significativos que parecen inseparables e imprescindibles para las intenciones  de la secuencia: El pecho y las nalgas deberían ser visibles en la pirotecnia sadomasoque nos muestra la escena, pero el caso es que se esfuman, desaparecen, en las dimensionadas carnes delpartenaire masculino. Incluso las imprescindibles nalgas de Sarah sustraídas por la cámara son tenazmente suplidas por las de Ramírez que no importan tanto o, si es que importan, nos importan mucho menos.

La tela metálica no sólo hace referencia al dolor que causa la presión del acero sino a la clausura de los sentimientos censurados por la espeluznante experiencia del asesinato de su madre que ha ido adquiriendo una elaboración cercana a la fijación y luego expresadas en esa especie de sublimación escenográfica explicativa de las tendencias sadomasoquistas liberadas en la práctica sexual misma. Se trata de dañar al otro e inmediatamente después exigir ser dañada por el otro, por el espanto irreparable de la escena infantil tutelada por el padre. Pero lo cierto es que, como casi todo lo que sucede en esta película plagada de incidentes inexplicables, la sexualidad explícita dista mucho de alcanzar los niveles de calidad que la harían soportable. La clave de la personalidad múltiple nos parece demasiado escasa a la luz del lío argumental que se va anudando en el transcurrir de los acontecimientos.

El contenido psicoanalítico de la película está avalado (¿?) por tres psiquiatras de NYU cuyos nombres aparecen en los créditos respaldando la siguiente reflexión << El origen de una personalidad múltiple está en algún trauma producido en la niñez generalmente relacionado con algún tipo de abuso sexual. Inconscientemente el niño desarrolla otras personalidades para combatir el peso de la vergüenza insoportable que subyace en el recuerdo de los acontecimientos que vivió en la infancia. A veces el sujeto que desarrolla estas personalidades llega a producirse lesiones físicas a sí mismo>>.

La reflexión de los psiquiatras de tan competente universidad es del todo cierta Pero lo que  sucede más allá de la competencia profesoral  es que si los fundamentos del drama flotaran sobre las aguas de un psicoanálisis solvente,  el guión funcionaría mejor. Pero, se necesita demasiado ingenio para convertir en cinematografía creíble el aluvión de componentes que se nos viene encima: violación, incesto, lucha parental, asesinato de la madre, enemigos de Sarah actuando enigmáticamente, desaparición del novio, aparición de Ramírez, el melifluo acoso del vecino… un cocktail demasiado potente como para disfrutarlo sin atragantamientos en la hora y media que dura la película. La idea de Sarah convertida en eminente psiquiatra parece encauzar la historia por las vías del noble emprender el vuelo desde las turbias cenizas infantiles, pero como nadie del equipo (incluyo aquí a Rebecca de Mornay que es la productora) sabe qué hacer con tantos ingredientes empezamos todos, ellos y nosotros, a dar tumbos por la acera del sinsentido y la incoherencia.

La secuencia de la bañera, en cambio, resulta ser paradigmática con respecto a la resolución psicológica de la personalidad de la protagonista: Cuando Sarah se introduce en ella no es solo para bañarse sino para encontrar refugio a las penas y el desconcierto que le acosan. Porque alguien o álguienes tratan de hacerle daño enviándole paquetes horrendos como el gato, su gato, espantosamente descuartizado. Sarah no tiene conciencia ahora mismo, estando en la bañera, de que el calentador eléctrico que la corona ha sido manipulado para que al desprenderse de la pared, caiga  dentro y la electrocute. El caso es que instantes después del baño, mientras se está secando, el calentador  cae dentro de bañera emitiendo al entrar en contacto con el agua la descarga eléctrica que le causaría una muerte espeluznante. Sarah  no sabe, no es consciente, de que otra personalidad, que la odia por ser una prestigiosa psiquiatra, que vive dentro de ella misma, se encargó de desatornillar el  calentador  que ha estado a punto de quitarle la vida.

La bañera de Sarah que debería de haberse convertido  en una macabra prolongación de la silla eléctrica,  resulta que no ejecuta, que no funciona. El fallido accidente recuerda a un jocoso incidente relativamente similar que aparece en Delicatessen del que Never Talk to Strangers tanto podría aprender.

El blog del autor: http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

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