Los estrenos en los cines: De pérdidas y dolores (de cabeza)


Por Don Quiterio

  Empiezo del derecho, no del revés, que siempre hay tiempo de recular. Del contenido al vacío, del cielo al infierno.

     Dramaturgo que escribe los guiones de ‘Una terapia peligrosa’ o ‘Gánsteres de Nueva York’, el neoyorquino Kenneth Lonergan debuta en la dirección con ‘Puedes contar conmigo’ (2000), en la que consigue atrapar la verdad de los sentimientos en juego. Luego realiza ‘Margaret’ (2011), título que no hace referencia a un personaje sino a un poema, un curioso drama ‘indie’ con aires de virtuosismo, cuyo argumento -una estudiante de diecisiete años está convencida de haber provocado involuntariamente un accidente- acaso se disipa por la gratuita descripción de bizarros personajes secundarios y rebuscados giros de guion. Ahora estrena ‘Manchester frente al mar’, una desgarradora y seca meditación sobre el duelo y sus devastadores efectos secundarios. Tres películas para construir un universo propio, y que usan la pérdida y el dolor como ejes dramáticos, cada una a su manera.

  Este su tercer filme evita siempre el sentimentalismo mientras nos confronta con las emociones en estado puro, sin falsas coartadas, sin pretenciosos manoseos, en la figura de un taciturno e irascible conserje bostoniano cuya vida cambia por completo cuando, tras la muerte de su hermano mayor, es designado como único tutor legal de su sobrino, un adolescente con mucho carácter. El protagonista regresa a su hogar y sus recuerdos en esta reflexión sobre la paternidad, la responsabilidad moral, el perdón (y la imposibilidad para aceptarlo) o la soledad como forma de suicidio cocido a fuego lento, contado a través de flashbacks, donde el pasado y el presente se entrelazan magníficamente en un ir y venir en el tiempo, en escenas paralelas.

  El título no se refiere al Manchester inglés sino a Manchester-by-the-Sea, en el estado de Massachusetts, y allí sustenta Lonergan esta densa película intimista, preñada de una delicada angustia de vivir, moviéndose con admirable equilibrio al borde de las relaciones personales, tamizadas por el inexorable paso del tiempo. El escenario, al fin y al cabo, le sirve al director para subvertir los códigos del drama fílmico (ficción) y acomodarse sutilmente en la comedia (realidad). La risa no acude por torpeza del narrador, sino por su precisión retratando la tragicomedia humana en esta obra maestra del desconsuelo y la austeridad. Ya saben, no hay lágrima sin sonrisa. ¿O era al revés?

  A través de la vida de un joven negro que crece en los suburbios de Miami, Barry Jenkins traza en ‘Moonlight’ un emotivo y duro retrato de la comunidad afroamericana contemporánea, según la obra teatral de Tarell Alvin McCraney, con la homosexualidad, la drogadicción, la intolerancia y la incomprensión como telones de fondo. El director capta de forma silenciosa y sutil el interior de sus personajes con su marcado imaginario visual, construyendo un hermoso relato en tres tiempos, de rostros y silencios, de amor y superación, sin caer en la acumulación o en el victimismo, en un tono que bascula del realismo documental al drama íntimo, a la manera del poético cine oriental de Hou Hsiao Hsien o Wong Kar Wai. Un pequeño gran filme, que subyuga.

  Con menos calado cinematográfico que ‘Moonlight’, pero igualmente interesante, el actor estadounidense Nate Parker debuta en la dirección con ‘El nacimiento de una nación’, que también interpreta, un efectivo drama de denuncia, algo tópico y academicista, pero lleno de violencia y rabia, sobre un predicador de raza negra que, en la Virginia de 1831, lidera una revuelta sanguinaria, con el mismo título del clásico -y racista- filme del cine silente que dirigiera David Wark Griffith.

  El británico Danny Boyle, en ‘Trainspotting 2’, trae de vuelta, veinte años después, a los enloquecidos yonquis de Edimburgo, ese grupo de marginados que se enfrentaba a un futuro desalentador e incierto. Aquel polémico e impactante filme derivaba en una discutible complacencia en la sordidez y en un estilo visualmente agresivo que anulaba, en cierto modo, su posible incidencia social, con un esperpéntico sentido del humor. El director, ahora, repite la jugada con aquellos carismáticos personajes, más viejos y más cansados, aunque apenas más sabios, pero deja de lado las cuestiones sobre el paso del tiempo para ofrecer un trabajo de mera evocación, cansino y melancólico, una nostalgia zarrapastrosa que baña, en forma y fondo, y de principio a fin, toda la historia.

  El escocés Colm McCarthy dirige un sugestivo terror zombi en la coproducción angloamericana ‘Melanie’, basada en una novela de Mike Carey, sobre una niña negra -Sennia Nanua, tremenda-, mitad humana mitad monstruo, a la que el ejército quiere usar como cobaya, que parece invocar la alegoría atávica del William Golding de ‘El señor de las moscas’. Se trata de una muy destacable película de género, con un potente arranque y un desarrollo tan trepidante como estimulante, que trasciende los esquemas más habituales del cine apocalíptico, pese a una recta final que no se salva de la convención. A veces, el epílogo de una película es el prólogo. Otras, como sucede en ‘Melanie’, al revés.

  Desde una mirada distanciada y crítica, el chileno Pablo Larraín retrata en ‘Jackie’ la construcción del mito de Jacqueline Kennedy tras el magnicidio de Dallas, haciendo uso de una estructura onírica que entreteje impresiones y recuerdos, con saltos atrás y adelante en el tiempo, para hablar de la distancia que separa la verdad y el artificio o la persona y el símbolo, de la construcción del imaginario colectivo y la idea de celebridad. Un excelente drama biográfico, apasionante retrato de una mujer que, a la defensiva, intenta mantener la dignidad cuando los poderes fácticos la desplazan sin decoro.

  Menciones aparte merecen las películas ‘Fences’ y ‘Lo que de verdad importa’. La primera, producida, dirigida e interpretada por Denzel Washington, se basa en un gran texto del dramaturgo August Wilson y es del todo recomendable, a pesar de que el original se arrastra por la pantalla con más de un subrayado y tics teatrales que no le benefician, acerca de un afroamericano de juventud problemática y reeducado hasta el punto de convertirse en una cabeza de familia severo e intransigente. La segunda es una historia solidaria con la mirada puesta en los niños enfermos de cáncer, en la que la palabra maldita es sustituida por “regaliz”, con el fin de que no traumatice a los más pequeños y el público pueda centrar la atención en otros aspectos.

  Al parecer, la recaudación irá a parar a los campamentos internacionales que fundó Paul Newman y con los que colabora la fundación Aladina que preside Paco Arango. Es este el director de ‘Lo que de verdad importa’ -con el dinero obtenido por ‘Maktub’, su ópera prima, construye un centro de trasplantes de médula ósea para niños-, nacido en México y de padres españoles, que se cría a caballo entre Madrid y Nueva York. Si la propuesta es elogiable, el resultado es un mero panfleto moralista que recuerda al Mercero de ‘Planta cuarta’ (2003), casi dos horas de torturas sensibleras. Las buenas intenciones, pues, se vuelven del revés.

  Tampoco merecen la pena, maldita sea, ‘Urban hymn’ (Michael Caton-Jones), plano melodrama social de usar y tirar, lleno de lugares comunes, con los violentos disturbios ocurridos en Reino Unido durante el verano de 2011 como telón de fondo, para contar la historia de una adolescente rebelde que enderezará su vida gracias a la música; ‘Cincuenta sombras más oscuras’ (James Foley), soporífero segunda entrega de la famosa -e infumable- saga literaria de E.L. James; ‘Rings’ (Francisco Javier Gutiérrez), tediosa e incongruente tercera entrega de la serie terrorífica iniciada brillantemente por Hideo Nakata y contestada con igual inspiración por Gore Verbinski, el debut en Hollywood del realizador andaluz; ‘La gran muralla’ (Yimou Zhang), fantasía sobre la China del siglo quince, una épica entre ancestral y futurista sin desarrollo en los personajes, tan imponente visualmente como tediosa, tan hermosa, ay, como vacía de contenido; ‘Manual de un tacaño’ (Fred Cavayé), previsible y redentora comedia deudora de ‘El avaro’ de Molière, a la manera de la versión que hicieran Louis de Funès y Jean Girault en 1980, aquí un Dany Boon de igual trazo exagerado en su caracterización, y ‘Es por tu bien’ (Carlos Therón), almibarada y acomodaticia farsa sobre tres padres dispuestos a romper los compromisos de sus tres hijas respectivas, porque no les gustan sus yernos. La sombra de Paco Martínez Soria, demonios, es alargada.

  El cine de animación vuelve a estar de enhorabuena con las películas ‘La vida de Calabacín’ y ‘Psiconautas, los niños olvidados’. La primera, dirigida por el suizo Claude Barras, es deudora de la estética de Tim Burton y Henry Selick, y se inspira en una novela de Gilles Paris adaptada por la cineasta Céline Sciamma, un hermoso y nada complaciente retrato del mundo de la infancia en un orfanato, entre lo trágico y lo cómico. La segunda, llena de poesía, diálogos e instantes que encogen el alma, llega de la mano de Alberto Vázquez (autor asimismo del cómic en que se basa) y Pedro Rivero, quienes nos sumergen en el universo apocalíptico de una isla moribunda, envenenada de contaminación, con pájaros toxicómanos, ratas bípedas, conejos esquizofrénicos o aves con largos picos dentados.

  No se puede decir lo mismo, maldita sea, con otros dos relatos animados estrenados en las salas comerciales de Zaragoza, que no llegan a trascender: ‘Teresa y Tim’ (Agurtxane Intxaurraga), discreta producción española -o vasca, para ser más preciso- sobre el fuerte vínculo de amistad entre una inquieta niña y un aventurero duende, de una molesta moralina, y ‘Lego Batman’ (Chris McKay), aparatosa e irregular historia de la franquicia de juguetes que caricaturiza a un narcisista justiciero disfrazado de murciélago, que roza en todo momento un exceso en sus intenciones guiñolescas y acaba por no funcionar de la manera en que se intuye al comienzo.

  Y termino con el capítulo final de ‘Resident evil’ (Paul W.S.Anderson), una coproducción entre Francia, Alemania, Canadá y Australia que supone la sexta entrega de la saga fantástica, una embarullada -y nefasta- combinación de terror, acción y videojuego con resurrecciones, zombis y malos de una pieza, que a ver si es, en efecto, la última. Al menos, no hay bien que por mal no venga. ¿O era al revés?

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