Por Don Quiterio
Hay una dimensión que nos define, y donde ciertas creencias son incompetentes. De eso y del mal habla ‘Planeta 5000’, la historia de unas personas sin alma. O, mejor, la de unos desalmados. La película es como una reactualización …
…del mito fáustico a la vez que una lectura precisa de lo que significa la degradación existencial. Vendemos nuestra libertad por apenas unos pocos bienes materiales. Nos degradamos, esto es.
¿A cambio de qué el hombre puede alcanzar una vida pretendidamente feliz y plena? El largometraje de Carlos Val, zaragozano de San Mateo de Gállego, nos ayuda a recordar hasta qué punto, y hasta qué crueldad, el fanatismo conduce a la maldad. ‘Planeta 5000’, recientemente estrenado en la filmoteca de Zaragoza, ofrece un retrato de las tensiones emocionales que se dan entre un grupo de gente perteneciente a una secta religiosa. Unos seres sobrepasados por unas exigencias morales que distan mucho de encajar con el ritmo de vida que impone el paso de las estaciones. Incluso rechazan cualquier tratamiento médico. Porque todo lo confían, incluso para curarse si se ponen enfermos, al poder de su fe. El poder de la oración llevada hasta sus últimas consecuencias.
Val muestra en su película cómo cualquiera puede sucumbir ante el mal, ya que el pecado y la perdición tienen, en ocasiones, un poder de atracción mayor que el del bien. Hay en nuestro corazón un fondo turbio que no podemos controlar y que puede ser manipulado por fuerzas tenebrosas, como puede suceder con cualquier joven que se entrega a una secta o se engancha a la heroína. Cualquier religión como una drogodependencia más. La secta religiosa como succionadora de vida. La figura del vampiro, al fin y al cabo, y sus connotaciones claramente sexuales en la medida en la que existe un juego de seducción de la víctima que se entrega al verdugo, que extrae su sangre a su voluntad en un ejercicio de sadomasoquismo. O de autodestrucción.
Es, por decirlo ya, el auge de fundamentalismo. Porque el relato, basado en un hecho real –la famosa secta ‘La mirada de dios’, que estuvo perseguida por pederastia a finales de la década de 1980 y principios de la siguiente-, habla de la necesidad de creer en algo para dar un sentido a nuestras vidas, pero, a la vez, muestra el peligro de los fundamentalismos. ¿Acaso el escenario de incertidumbre en el que vivimos actualmente nos empuja a buscar respuestas más allá de la razón? Parece como si Carlos Val, autor del guion junto a Alexis Barroso, se hiciera esta pregunta. Muchas veces, ya ven, la razón no basta para asumir el alcance de ciertas realidades y eso nos hace apelar a una suerte de mística religiosa. O a la magia. O a lo sobrenatural.
Y eso es algo que como cineasta, al mismo tiempo, le resulta muy interesante a Carlos Val, pues ese sentimiento añade profundidad y complejidad a las personas. En parte, esa pulsión nos está llevando, como sociedad, a legitimar unos discursos que parecían ya enterrados. Eso ocurre porque, cada vez, tendemos a replegarnos más sobre nosotros mismos, lo cual, naturalmente, nos lleva a configurar un espíritu identitario de dimensiones muy reducidas, fundamentalmente basado en la negación del otro. Ya lo expresa el estribillo de la portada del disco que manosean los protagonistas: “Los que entran se quieren salir y los que nunca han venido no sueñan más que con venir”.
Así, ‘Planeta 5000’ se convierte en una metáfora vampírica a vueltas con la explotación, el machismo y la identidad de la mujer. O, mejor, como metáfora del lado oscuro de cada uno de nosotros, de nuestra inclinación a lo perverso. El engaño de las religiones, en fin, que oprime por igual a mujeres y siervos, y constituye una amenaza a perder nuestra identidad. La seducción y la explotación forman parte del mismo mecanismo que nos esclaviza.
Con equipo técnico y artístico español y mexicano, ‘Planeta 5000’ cuenta la historia de dos vidas entrecruzadas. Dos realidades. Dos planetas aparentemente opuestos que atraen a los personajes a una trayectoria de colisión totalmente inevitable. Unos jóvenes que utilizan su afición al deporte para extender la palabra de dios y escapar de una realidad que no les satisface. Pero hay que cumplir con los dogmas del grupo. Y prostituirse, si hace falta, para buscar una libertad que no tarda en ser un espejismo. Unos jóvenes, entre la alarma y la resignación, que acaban siendo manipulados por controladores de mentes.
La película ejemplifica igualmente cómo el neoliberalismo constituye una suerte de figura monstruosa, de vampiro político o económico que succiona las energías acumuladas por el esfuerzo comunitario de una sociedad. Para poder vivir como lo hacemos en el primer mundo nos da igual que chupemos la sangre a una parte importante del tercero. La secta protagonista de ‘Planeta 5000’ deja hipnotizados a sus seguidores. Es la violencia ejercida contra los individuos disfrazándola de liberación, promesas de lujo y placeres. El mal que nos habita no está en lo extraño o inverosímil, sino que se esconde y se camufla detrás de la cruel sonrisa de cualquier miembro de una secta, ya sea religiosa o no lo sea.
Pero a Carlos Val –codirector, junto a Álex Rodrigo, de la reciente serie ‘El último show’- se le va la película un poco de las manos, sin encontrar la tonalidad adecuada, en exceso arrítmica, que quiere apartarse, eso sí, de una puesta en escena convencional, con una cuidada fotografía (de Sergio de Uña) que recuerda los filmes del alemán Tom Tykwer. Tampoco ayudan unas interpretaciones poco conjuntadas, en las que parece ir cada uno por su lado, sin transmitir su dolor doliente. La protagonista, sin ir más lejos, resulta demasiado hermética en sus intentos de huida, una Kimberly Tell que parece salir de Guatemala para acabar en Guatepeor, con ese amante heroinómano que va en moto y (casi) se le queda por el camino.
Val parece ahogarse en su empeño de apuntar mucho sin desarrollar apenas nada, y cierto efectismo formal y un exceso de frialdad son otros fastidios añadidos. Con todo y con eso, el resultado es muy estimable, solvente, repleto de detalles, y con un personaje bien perfilado, el interpretado por Críspulo Cabezas, con sus expectativas cumplidas o traicionadas y cuya memoria saca a la luz algunos ratos difíciles y otros por los que aún merece la pena seguir gastando suela en este tinglado. Un tipo que mantiene el espíritu atento a los sobresaltos. Un tipo que no quiere ser traicionado por aquellos a los que ama. Un tipo que mantiene la dignidad y sabe compartirla. Que no quiere sentirse exactamente solo. Que mantiene sueños imposibles y deseos inconfesables. Que no cede a la condena de una existencia anodina porque dejó sin hacer, por desidia o cobardía, aquello que en verdad ansiaba.
Rodada en escenarios de la provincia de Zaragoza (nunca la capital aragonesa había sido capturada en cine de modo tan elegante), Huesca y el sur de Francia, ‘Planeta 5000’ parece decirnos que la vida tiene sentido, entre otras cosas, por la posibilidad de experimentar algunas pasiones nuevas, ajenas al placebo de los vendedores de peines. Vivir es seguir adentrándose en la gruta, rozarse con los otros, convivir, volver. La alegría o el reposo llegan con mejor paso cuando un hombre entiende que su lugar en el mundo es saber distinguir las voces de los ecos, y entre las voces saber que generalmente solo sirve una. Lo demás es ruido. Y dudar y temer y joderse.
Un Carlos Val, en fin, que después de dirigir varios cortos (‘El iglú’, ‘Tengo un secreto’, ‘Dios va a votar’) y debutar en la realización de largometrajes en 2014 con la dignísima ‘Bestfriends’, en colaboración con el teutón Jonas Grosch, rueda ahora en solitario este ‘Planeta 5000’, con producción del también zaragozano José Ángel Delgado, toda una reflexión acerca de los límites de la libertad y lo fácil que es perderla hasta convertirse en una cárcel.
Un largometraje que reflexiona, a fin de cuentas, sobre los líderes y los súbditos, las sectas y las prisiones, los sueños y la huida, los dogmas y sus espejismos. El título del filme hace referencia a una canción del elepé ‘Código secreto’ (1984), del grupo valenciano Video. Y habla de la heroína, ese planeta que te absorbe y, a la vez, te expulsa. Como la propia película.