Rick’s Gran Reapertura


Por José Joaquín Beeme 

     Un distinto son, una emoción apenas nueva, aromas de primer amor: cuando se encienden las luces y todavía estás dentro, y ahí sigues durante esa noche e incluso, si el rapto fue completo, algunos días después.

     A mí la tierra, reconquistada, del musical d’antan me ganó por reflejos condicionados, me arrojó el divino tesoro de la sinestesia, me supo a canto de vida y esperanza. Como debe ser desde los tiempos suspendidos de Gershwin Berlin Porter. A pesar de las trifulcas de los jazzólogos, pacotilla erudita, La La Land me devolvió el latido del cine coreográfico por tres motivos bien temperados: su elegía de las causas perdidas, artistoides por lo general; su amor América, esa que también es África y pregona su hermoso mestizaje; y, no último, su defensa del local resistente, del antro heroico donde se practican las músicas clandestinas (nuestros Clamores, Jamboree, Hot Club, Raíces, Harlem, Café Central, o aquel Noites de mis entrevistas billarísticas). Que luego vengan con un sí es no es ceremonial y mercantil, vale decir oscarizante, me trae al fresco: Chazelle pasa su pasión «to the ones who dream», y esto es lo que no abunda. De la primera a la última secuencia, ambas poderosas, puro cine que danza para tus ojos y te hurta el pesado fardo de los diálogos.

El blog del autor: http://blunotes.blogspot.com.es/

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