Inmersión IGM

Por José Joaquín Beeme
www.fundaciondelgarabato.eu

    Bajé el otro día, duplicando otro de 1917, a las trincheras del frente occidental, desde el que el soldadito de Remarke no remitía parte de novedades mientras todo saltaba y se amasaba (víscera y barro infinitos) a su alrededor, y comprobé que la guerra filmada, escrita,…

…representada, de alguna manera trascendida, no araña siquiera ese ¡horror horror! que enloqueció al capitán Kurtz.

     Cierto, la cámara sabiamente coreografiada por Sam Mendes, en planos que un montaje invisible finge secuencia única, te succiona y te arrastra sin soltarte por el túnel de miedo y noche y sangre que los protagonistas, dos correos de la infantería británica, han de atravesar para frenar una de tantas demenciales órdenes abocadas al desastre, como aquella que en esas mismas coordenadas sirvió a Kubrick para reflexionar sobre el imperativo moral / legal de la obediencia suicida. Pero la mínima grande hazaña, envuelta en escenografías de thriller y hasta de terror, también (ay) de videojuego con avatar brincando en su laberinto, se inscribe en la tradición de las grandes películas bélicas que, nadie niega su denuncia del absurdo militarista, de la primitiva manía aniquiladora, exaltan no obstante la bravura y el gigantismo del ser humano en situaciones límite. Verdún, Somme, Arras, Marne, Ypres, son ya sólo nombres, palabras que balizan un pasado remoto y ajeno, cuyos millones de muertos han sido despojados incluso de aquellos que un tiempo les lloraron. Les queda acaso el estudioso apasionado, el cazador de genealogías, el historiador de nómina. O el lector de novela o cosa histórica: bien poco. También el cine, con todo su aparato espectacular, bizarro, aventurero, que ayuda a recordar fabricando falsa memoria.

 

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