Desde el diván: ‘Nuts (Loca)’, de Martin Ritt


Por José María Bardavío

   Arthur Kirk (Karl Malden) padrastro de Claudia Dreper (Barbara Streisand) adquirió tal condición legal cuando la niña tenía cuatro años.

 

Título Original: Nuts

Año:1987

Duración:116 min.

País:Estados Unidos

Dirección: Martin Ritt

Guion: Tom Topor, Alvin Sargent, Darryl Ponicsan (Obra: Tom Topor)

Música:Barbra Streisand

Fotografía: Andrzej Bartkowiak

Reparto:Barbra Streisand, Richard Dreyfuss, Karl Malden, Maureen Stapleton, Eli Wallach, Robert Webber, James Whitmore, Leslie Nielsen

Productora: Warner Bros presents a Barwood Films / Martin Ritt Production

   Arthur siempre se mostró afectuoso con su hijastra y el punto clave de semejante solicitud ( es la palabra y el concepto que emplea en el juicio) consistió en los favores sexuales que obtuvo de la niña desde los cuatro a los dieciséis años. Supo acostumbrar a su hijastra a ciertas operaciones higiénicas para conseguir,  según declara ella misma en el juicio, que su padrastro la quisiera.

 

   El ritual culminaba en dejarse lavar desnuda. Y se desarrollaba de acuerdo al siguiente protocolo: Arthur llamaba a la puerta del baño y la niña debía permanecer indiferente hasta que se producía  la aparición de un billete de diez dólares por debajo de la puerta, de veinte si había tenido  buenas notas. Solo entonces debía de salir de la bañera y abrir la puerta sin hacer ruido para que mamá no supiera lo que nunca quiso saber. Luego volvían juntos a la bañera.

    La película resuelve el caudal simbólico que requieren escenas de esta índole utilizando primeros planos del grifo de la bañera inquietantemente fálicos mientras el agua expele un vaho denso que refiere al carácter oscuro y horrendo de la operación paterna. La práctica pedófila se muestra lo suficiente mientras se mitiga el asunto incestuoso rebajando (si tal cosa es posible) la figura de padre a padrastro.

   Como era de esperar, Claudia, de adulta, padece trastornos que tienen directamente que ver con el ritual infantil del cuarto de baño. Se trata de alucinaciones terroríficas del recinto en cuestión que culminan en la secuencia en la que debe de narrar lo que  sucedió allí y se vino repitiendo durante años.

 

    Antes hemos visto lo que le sucedió posteriormente a Claudia. Se casó muy joven y se separó a los veintipocos de un marido pésimamente elegido. Acabó de prostituta y de haber asesinado a uno de sus cliente. En el juicio vemos en flashbacks a la víctima que exige bañarse con ella. Como Claudia se niega, la discusión termina en lucha y, ya en el suelo, cuando el hombre está a punto de estrangularla, la mano de Claudia encuentra un fragmento del espejo que saltó en añicos y lo clava en la garganta de su agresor causándole al muerte. Y en donde el asesinato (en legítima defensa) reproduce la venganza de Claudia sobre su padre. Siendo la exigencia del baño en bañera lo que retrotrae al odioso ritual paterno.

 

    Aquel cuarto de baño infantil impuso larvalmente las directrices de la conducta adulta de Claudia. La inocente aceptación infantil de la compra de su cuerpo por parte del cliente primigenio, su padrastro, estableciendo el derrotero espaciotemporal así perpetuado en su inconsciente. Ese espacio se inicia en la puerta del baño afectando al pestillo, la ranura de la llave y el quicio inferior de la puerta por donde aparece el billete de dinero, culminando en la bañara convertida en el sancta santorum de la perversión. Un tablado en donde se pone en escena una obra siniestra que consiste en la compra del cuerpo de la niña por un padrastro monstruoso.

    Así que cuando el cliente de la prostituta exige sexo en la bañera la demanda, que además es violenta, da de lleno en el material censurado por Claudia. Es como si una bala impactara en el centro de la diana, en el blanco, en el inconsciente, en el lugar en donde está archivado el episodio infantil. Y la puerta de la censura estalla por los aires desatando la violencia física. Y lo que clava Claudia en el cliente, es un puntiagudo fragmento, una estilla de espejo. Porque el ahora refleja la baño infantil. Clavar la astilla de vidrio en la garganta del demandante adulto es mecer la pérfida cuna del crimen inicial. Es convertir  la cuna de la bañera en la bañera ataúd.

   A Claudia la enseño su padrastro a cobrar por poner su cuerpo infantil a la disposición de una falsa amabilidad. Le enseñó, en innumerable lecciones idénticas a vender su cuerpo. Y Claudia siguió vinculando dinero y sexo tal a través del ritual original. La conducta del cliente que le exigió bañarse con él, rememora el origen de los traumas de Claudia, con el corolario de un asesinato reivindicativo pues incluye la muerte del padrastro especulado fielmente en el espejo y el furor psicótico de Claudia garantizando la vuelta de lo reprimido. La salida de la bañera, el paseo hasta la puerta, la recogida del billete asomando bajo la puerta, el recogerlo y abrir la puerta y el volver juntos a la bañera para que él la bañe, preludia el sometimiento pedófilo, nutriendo sadomasoquistamente y para siempre el itinerario del deseo de la pobre Claudia.

   Es como si el carácter simbólico del receptáculo llamado bañera  se encargara de desposeer a la niña de todo aquello que no fuera esa misma representación. Que la niña que sale de la bañera hacia la puerta es la vagina acercándose al falo, el billete de dinero, que surge y crece bajo la puerta en una ceremonia sustitutiva que caracteriza al ritual impuesto por el depredador sexual.

   La fotografía que encabeza este comentario, muestra bien la encubierta dimensión cienegética que cobra la actividad perversa del depredador sexual. Y la niña, Claudia, la frágil mariposa a punto de caer en la red para ser engullida por el monstruo. 

El blog del autor: http://bathtubsinfilms.blogspot.com/

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