El patrullero de la filmo: Fin de la cita

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Por Don Quiterio

     Cuando era crío, allá por la década de 1970, el cine era entretenimiento, diversión y, como manifestaban antiguos compañeros de fatigas, una necesidad. El cine era parte de nuestra vida.     Y el llamado cinefórum, el lugar donde accedíamos a lo novedoso, al conocimiento y, por qué no, al mundo adulto. Mi infancia y mi adolescencia están unidas a cines de barrio como el Norte, el Pax, el Roxy, el Dux, el Rialto, el Victoria, el Latino, el Fuenclara, a cines de colegio y, cómo no, a los maravillosos cineclubes como el Xavierre, el Cerbuna, el Albareda o el Gandaya. Recuerdo los duros asientos, las corrientes de aire, la gente que, cuaderno de apuntes en mano, polemizaba sobre lo visto. Recuerdo cómo me impresionaron ‘Cuentos de la luna pálida de agosto’, del japonés Kenji Mizoguchi, o las comedias clásicas, los policiacos, las películas del oeste y el gran Howard Hawks…

     Muchas de ellas las he podido saborear de nuevo en este curso de la filmoteca de Zaragoza, que ya se acaba, cuya exhibición dirige Leandro Martínez. Y si bien es cierto que por culpa de los dichosos recortes las sesiones y los días activos han disminuido, no hay que olvidar que ver un clásico en pantalla grande, y en la soledad y el silencio indispensables, es un acto de placer indescriptible. Lo del subtitulado ya no lo tengo tan claro, porque para leer los letreros descompensados de sus personajes y con multitud de faltas de ortografía casi prefiero el doblaje, que, si es bueno, ofrece mayor fluidez a la narración. A muchos de los puristas que abogan por la versión original no les he visto por esta dependencia en mi vida. Así somos de hipócritas. Lo que sí faltan son sesiones más elásticas. Retrasarlas una hora cada una de ellas sería una cuestión de principios, de elegancia. En vez de a las seis y a las ocho de la tarde, convendría ponerlas a las siete y a las nueve. Llegarían a la última los trabajadores –que los hay- con doble turno. Ahí dejo el embite, Leandro, que sé que me lees. Y hasta me aplaudes.

     Pero a lo que vamos, tuerta, que se van sin pagar. Este mes, digo, termina el curso en la cinemateca zaragozana y lo hace con unos ciclos de cine portugués, de cine noruego y de cine italiano de nuevo cuño, un puñado de películas realizadas todas ellas en este siglo veintiuno y que se proyectan por primera vez en Zaragoza, como auténticos estrenos. De Noruega nos llegan obras de Nils Gaup, de Fridtjof Kjaereng, de Stian Kristiansen, de Rasmus Sivertsen, de Joachim Trier, de Gunnar Vikene, de Sarah Johnsen, de Eva Dahor, de Maria Sodahl, de Hanne Larsen, de Denstad Langlo, de Petter Naess o de Tura Synnevâg. De Italia se programan filmes de Pupi Avati, Paolo Pisanelli o Aureliano Amadei. Y de Portugal, además de la presentación del libro de Iván Villarmea ‘Jugar con la memoria: el cine portugués del siglo XXI’, se presentan películas de cineastas como Pedro Costa, Manoel de Oliveira, Joâo Rui Guerra da Mata, Joâo Pedro Rodrigues, Joâo Nicolau, Joâu Canijo, Salomé Lamas o Susana de Sousa Dias.

     Una oportunidad para ver estas cinematografías contemporáneas y unos artistas que no tienen cabida en las salas comerciales, muchas veces gracias a las colaboraciones de embajadas de países extranjeros e institudos. De hecho, estos ciclos que sirven para cerrar este curso se deben a las inestimables aportaciones de Filipa Soares de la embajada de Portugal en Madrid, al instituto Camöes de Lisboa, a Lotte Katrine Tollesfsen de la embajada de Noruega en Madrid, al consulado general de Italia en Barcelona, al CSCI en Barcelona, al instituto Luce Cinecittà de Roma y, finalmente, al instituto italiano de cultura en Barcelona.

     Leandro Martínez –y Toña Estévez, del mismo equipo- siempre explica la vocación de este centro abierto a todo tipo de público, que no haya perdido la capacidad de aprender. No le gusta la idea de una catacumba para iniciados. La tarea de una filmoteca es hacer una revisión permanente de la historia del cine. No cabe pensar, por tanto, que las filmotecas son solamente archivos, museos o almacenes, como tampoco es simplemente una sala de cine: tiene que ver las dos cosas juntas. Lo que se busca es que una película sugiera, conmueva, inquiete, seduzca, que diga algo a la gente. Se supone que el cine nos envenena de sueños la vida. Se supone que la vida es algo complejo en donde ocurren todo tipo de cosas, divertidas y patéticas, sonrojantes y perturbadoras, que en el gran bazar hay de todo.

     No me gustaría cerrar esta reseña sin aportar algunas consideraciones. Otras más. Si, salvo el melancólico filme de Joachim Trier ‘Oslo, 31 de agosto’ –que se estrenó a principios de este año-, estas contemporáneas películas portuguesas, noruegas e italianas nunca se han estrenado comercialmente en Zaragoza, ¿por qué la prensa local no se molesta en visionarlas y luego enjuiciarlas? ¿No es esto dejadez de las funciones que corresponden? ¿Por qué se frotan las patitas? Salud y fin (de temporada).

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