Un giro necesario al festival oscense

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Por Don Quiterio

     Ya di cuenta en anteriores entregas, con los consiguientes enfandos de sus responsables, de la dinámica errónea por la que caminaba el festival oscence de cine. Un certamen que nació hace cuarenta y dos años de la mano de José María Escriche y que en los últimos tiempos se encontraba en un callejón sin salida, en un proceso de transición marcado por una evidente inestabilidad.

    En etapas de dificultad, olvidar los cimientos internos para explorar inciertos oropeles exteriores era asumir riesgos innecesarios, porque nunca hay que dejar de lado la esencia, la raíz, quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

     Por suerte, la deriva que estaba tomando el festival se ha cerrado para iniciar una remodelación del órgano rector de la muestra, que ha incorporado a los realizadores oscenses Jesús Bosque y Ramón Día, a los que se han unido Montserrat Guiu, Domingo Malo, Ángel Garcés o Manuel Avellanas, tras la dimisión de Ricardo García Prats y Begoña Gutiérrez. El objetivo, con estos cambios, ha sido situar al certamen como el referente nacional en su género, el más veterano de España junto al de Bilbao. Se trata, en efecto, de reivindicar el cortometraje, su razón de ser en sus inicios, convirtiéndose, esto es, en un referente internacional del cine en corto. De esta forma, uno de los objetivos que se han marcado en esta nueva etapa ha sido conseguir que el festival sea un punto aglutinador en la vida cultural oscense, para lo que se ha incidido en numerosas actividades paralelas: exposiciones, proyecciones dirigidas al público infantil, exhibición de cortos aragoneses en residencias de la tercera edad, veladas de cine nocturno al aire libre, concurso de escaparates de cine, ruta de cócteles, conciertos y verbenas…

     Con un cartel firmado por el artista altoaragonés Pepe Cerdá –el pico Anayet con el logo de la Paramount-, esta edición ha premiado a la filmoteca española que dirige José María Prado, a la actriz Adriana Ugarte y al director Carlos Saura, y las obras seleccionadas han llegado de veintiséis países diferentes, entre los que destacan las presencias de España, Portugal, Brasil, Francia, Suiza, Rusia, Siria o la India. Y se ha podido constatar en estas proyecciones que, hoy en día, el mundo del cortometraje ha crecido mucho con las nuevas tecnologías. Y también se ha democratizado. Ahora mismo no hace falta mucho dinero para hacer un corto, hace falta talento, nada más, porque se puede hacer, con muy poquito, algo muy interesante. Festivales como el de Huesca son, por tanto, imprescindibles, no se pueden morir, tienen que vivir siempre, porque todos los que son cortometrajistas necesitan un referente. Y Huesca lo es. Querer, ya lo advierte el dicho, es poder. Tener presupuesto o no tenerlo no hace la diferencia. Al final, lo importante es tener una buena idea y quererla comunicar.

     La gala de clausura sirvió para entregar los premios a los cortometrajes ganadores, todos ellos de bastante calidad y con ideas más o menos arriesgadas. El corto coproducido entre Chile, Dinamarca y Polonia ‘La isla’, de Dominga Sotomayor y Katarzyna Klimkiewicz, es un fresco familiar que describe la situación de un grupo humano que se reúne en verano y cuyos miembros comienzan a vivir una situación de angustia al ver que uno de ellos no llega. El francoargentino ‘Padre’, de Santiago Grasso, nos habla del fin de la dictadura argentina a través de un militar enfermo cuya hija se dedica incensantemente a atenderle. ‘Echoes’, del madrileño Sergio Martínez Alberto, es una historia creíble y coherente que supone el debut de su realizador. ‘The fire’, del ruso Artem Kolchkov, nos habla del hijo de un cura rural que abandona su casa tras una fuerte discusión con su padre y debe volver para salvar a su familia de una situación grave. ‘Hollow land’, de los daneses Uri y Michelle Kranot, es un original relato, revelador y conciso, de sinuosa fluidez. ‘Kel yaum kel yaum’, del sirio Reem Karsili, es un documental comprometido y de denuncia que cuenta, con un estilo realista, la historia de un país en guerra sin salir de un apartamento. ‘El domador de peixos’, de los españoles Roger Gómez y Daniel Resines, es otro documento sobre la memoria a través de unos peces de colores que nadan y nadan, salvo uno que siempre se queda en el fondo. El último premio fue a parar al corto francés ‘Je t’aime deception’, de Heloise Haddad, un arriesgado relato dramático que combina la ficción y el cine experimental para abordar el tema amoroso desde el sentido y la sensibilidad de una mujer con una visión pesimista de los sentimientos, sin dejar de lado el humor, la emoción o la poesía.

     Las menciones especiales recayeron en el brasileño Emiliano Cunha por ‘Tomou café e esporou’, el polaco Lukasz Ostalsk por ‘Matka mother’, el francés Adriano Valerio por ‘37º, 4-S’ y los argentinos Gonzalo Gerardín y María Paula Trocchia por ‘Enseguida anochece’. Al fin y al cabo, cada uno está sobre el corazón de la tierra traspasado por un rayo de sol. Y anocheciendo, efectivamente, se echó el telón de esta cuadragésima segunda edición del festival oscense, que ha dado todo el protagonismo a los cortometrajistas, porque ellos y sus obras son lo importante.

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