Zurcir, podar y no olvidar / Paco Bailo


Por Paco Bailo

Colmeneros del poder,
zánganos de la colmena
¿A quién entregáis la miel
que robáis a las obreras?

José Domínguez “El Cabrero”

 

      Mi madre cogía el bajo de los pantalones heredados de mi vecino de tal modo que resultaran “crecederos” previendo su idoneidad para el invierno siguiente así como descosía…

…y bajaba unos centímetros los bolsillos de un gastado abrigo dando a luz ese ribete de un azul más nítido, que hoy podría ser tendencia e incluso motivo para un visitado video de alguna “influenciadora”, pues mi estatura era de niño español medio de los sesenta que viendo el NO-DO, aquel noticiero propagandístico proyectado antes de cada película, soñaba con llegar a los dos metros con ayuda de los cacareados planes de desarrollo.

    Por más que intentara averiguarlo nunca descubrí los criterios que mi padre usaba a la hora de podar cuando, apostados frente al almendro o al olivo, tijera telescópica en mano, me decía: “esa rama de ahí” y ante mi “¿por qué esa?” la respuesta, invierno tras invierno, se reiteraba: “pues ¿no lo ves?” y yo me limitaba a tronzar con más energía a cada tajo, fruto de esa mezcla de ignorancia e impotencia, para desvelar tan tamaño y ancestral misterio que ni los actuales tutoriales me desencriptan.

   Así que tijeras, sierra, hacha o guadaña pueden incrementar el rendimiento, controlar el tamaño, hermosear el seto, iluminar las ramas, ornamentar el jardín, prevenir riesgos y plagas, aunque a menudo se realiza de manera inadecuada llegando a descomponer, corromper y hasta podrir y comprometer la supervivencia de árboles y plantas.

   Ahora frente a esos almendros y olivos sedientos, ávidos de tormentas o de tan sensatos como urgentes riegos, no sé por qué recuerdo que mientras aquel chiquillo con sus pantalones crecederos perseguía mariposas por el huerto, torturaban y ejecutaban, abril del 63, a Julián Grimau, republicano exiliado y último condenado como consecuencia de la guerra. Mientras sacaba unas canicas del bolsillo reubicado del abrigo azul, estibadores de diferentes puertos se negaban a descargar los barcos españoles y a Madrid llegaban unos ochocientos mil telegramas pidiendo paralizar aquella farsa de juicio que hasta abrumó al Papa Juan XXIII, a diferentes jefes de estado, a Sartre, Malraux, Alberto Moravia, Yves Montand, Aldo Moro… Meses antes se “había caído” esposado por la ventana del cuarto piso de la comisaría. El teniente que mandaba el torpe pelotón de fusilamiento que lo remató tras las veintisiete balas que no acertaron a terminar con su vida acabó en un psiquiátrico perseguido por ese acto. Poda incorrecta, inadecuada, inhumana.

  Dejé de heredar los pantalones de mi vecino, los acampanados se pusieron de moda, y a los dieciocho años supe de las canciones que Chicho Sánchez Ferlosio, Violeta Parra y Leo Ferré dedicaron a este tipógrafo y compañero de Jorge Semprún.

Chirucas y anorak mediante, acompañaba a mi padre iniciando mi infructuoso aprendizaje de la poda, cuando supe del último condenado a muerte por el medieval método del garrote vil en este país. A sus veinticinco años segaban la vida de Salvador Puig Antich. Aquella noche de marzo del 74 Joan Miró terminó su tríptico “La esperanza del condenado a muerte”. También esta vez colegios profesionales, intelectuales, el canciller Willy Brandt y hasta la Santa Sede intentaron evitarlo. Canciones de Loquillo, Joan Isaac o Lluis Lach evocan esa noche en capilla con su novia y hermanas. Enigmática poda inadecuada.

    Cinco años antes se había producido el inverosímil suicidio del estudiante de derecho Enrique Ruano detenido por arrojar propaganda y bajo la custodia de la policía secreta, falseada la autopsia y sin dejar a la familia ver su cuerpo “caído” desde un séptimo piso. A menudo la poda es incorrecta y compromete la supervivencia.

  Me gusta releer versos de Federico frente a los almendros y olivos con pájaros de fondo que suenan a Falla y a bulerías de Jerez o de Utrera, con grillos a la percusión, con las nubes a su ritmo. ¿Qué podría haber escrito Lorca si no lo hubieran fusilado?

    Messiaen compuso su “Cuarteto para el fin del tiempo” en el campo de concentración de Görtliz, pero ¿qué habrían compuesto, pintado, inventado, coreografiado, esculpido, dibujado, tantas y tantos cuyas vidas quedaron segadas en aquel sinsentido?

   Olvidar hace que la gente muera dos veces. ¿Por qué no compensar todo lo que no pudieron hacer? Simone Veil nos habló de la transmisión de la memoria y Primo Levi dejó escrito que “si nosotros callamos ¿quíen hablará?”; Elie Wiesel y Jorge Semprún, supervivientes, decían que la literatura es la llama que mantiene la memoria. Y la memoria es la madre que remienda la imaginación y orienta la poda de lo sobrante e inconveniente.

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