Reflexión, meditación, intimidad, autenticidad / Javier Úbeda


Por Javier Úbeda Ibáñez

Reflexión

     El hombre tiene un comportamiento humano a través de la reflexión, de la consideración de su conducta. El hombre puede mejorar su actuación.


   El hombre, a diferencia del animal, puede volver sobre lo que ha realizado, considerarlo, mejorarlo, cambiarlo, encontrar múltiples soluciones a un problema. Esto es la racionalidad, la capacidad de conceptualización, de «poner nombre» a las cosas, de descubrir su esencia.

Meditación

    La meditación para el hombre es básica: en ella se profundiza, se pone en marcha la capacidad más específicamente humana, aquella que marca la diferencia del comportamiento humano.

Intimidad

   Todos tenemos una intimidad, un mundo interior donde nos reflejamos, nos vemos, nos comparamos con los demás, juzgamos las situaciones, valoramos nuestra actuación, etc. En ese espacio interior también nos sentimos queridos o no, nos sentimos protegidos y seguros o no; allí se proyecta o se imagina el futuro: será así o será asá; allí aparecen nuestros gustos, nuestros intereses, las cosas que nos son congeniales, las que nos agradan, todo un conjunto de pensamientos, ideas, ocurrencias… que cada persona lleva consigo y que aflora especialmente en algunos momentos, al ir por la calle, en la ducha, etc.

Autenticidad

   La autenticidad de la persona, su carácter, su identidad, su personalidad se forja en esa conversación interior. La autenticidad es no solo vivir, sino también saber que vivimos y por qué vivimos, cuáles son los motivos de nuestras acciones, de nuestras reacciones. El proceso de maduración de una persona es precisamente este proceso de búsqueda de la propia identidad que la hace dueña de sus actos; a esto es a lo que se llama autenticidad. La autenticidad es el proceso constante de contrastar lo que hacemos con lo que somos, con la definición de lo que somos, es decir, con la resultante de este mundo interior que poseemos. Si no existe reflexión, meditación, no existe definición de la persona, no hay una resultante del mundo interior y la persona no se conoce, sus mismas acciones le resultan incomprensibles.

   Se trata, en resumen, de lo que se llama el proyecto de vida personal, su elaboración y ejecución. Ahí está condensada la vida de la persona, sus posibilidades de integración y felicidad o su desintegración y fracaso. La vida auténtica es la que tiene un proyecto realista, contrastado con uno mismo, con las propias posibilidades. Como se ve, la vida auténtica se refiere a una capacidad de autorreflexión, mejor dicho, se juega en la reflexión y en la meditación de la propia conducta, de la propia vida.

  Una persona con capacidad para la meditación, para entrar dentro de sí mismo, para vivir de acuerdo con su intimidad, toma su vida en sus manos. La vida es tiempo y su relación con el tiempo se hace fluida: vive toda la vida en presente, la tiene presente ante sí; ya que asume el pasado en el hoy y desde el hoy proyecta el futuro, un futuro posible, adecuado a él mismo. Sin meditación todo esto no es posible.

  El ser humano es alguien con intimidad, por eso podemos ensimismarnos y descubrir lo que nos sucede por dentro, para luego comunicarlo y encontrar consejo, consuelo… o, también, para aconsejar, para consolar. Muchas veces esta riqueza interior asusta y hay quienes prefieren no enterarse pues no saben qué hacer con tanto poder.

      Aunque de manera negativa, algo característico de la persona humana que la coloca en un plano absolutamente distinto de los animales, es la capacidad de disimular, de ocultar lo que siente, lo que piensa, lo que quiere. Puede esconder y guardar su mundo para sí, aún a sabiendas de que tal hermetismo le puede dañar. Solo el ser humano se puede poner una máscara y representar una comedia. Y nadie más.

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