Moliendo café me paso la vida / Paco Bailo


Por Paco Bailo

 

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(yo, muriendo.)
Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.

Nicolás Guillén

     Complicado ignorar que, tan obediente y puntual como generosa y desprendida, retorna la primavera…

…con sus ofertas de sol, lloviznas, fiestas y flores, con las rebajas en confinamiento, misantropía e interiorismo, invitando al gratuito paseo sin rumbo y a la huida del asfalto y su convenio, con el que el pasado invierno, aunque suave y misericorde, nos ha sancionado.

    Y ese extra de vitalidad, que tanto la mañana vigorosa como el atardecer demorado nos inyectan, incita a nuestras rutinas y cotidianidades a lo que los medios han bautizado como “multitarea”, lo que hace nada llamábamos doble jornada, ¿verdad, compañeras?, horas extras mal pagadas, “estoy con el agua al cuello” o “no doy abasto”.

     La mañosa juventud de nuestros días puede seguir con pasión y bufanda un partido de fútbol en el televisor mientras hace sus deberes, calienta su cena, vigila la lavadora, anota en su móvil la lista de la compra y videollama a sus colegas, pendiente de un juego en red en tanto se descarga la penúltima serie que algún cometarros (“influencer”, en inglés, ¿”prescriptor” en nuestra hermosa lengua?) puso de moda hace unas horas.

     Al fin y al cabo lo que hacían nuestras madres en los sesenta en compañía de aquella radio de válvulas que con el “moliendo café me paso la vida” en boca de Antonio Machín de fondo, tendían la colada tarareándola, al punto las vecinas del patio de luces se sumaban al coro entre cómplices sonrisas, con el rabillo del ojo vigilaban si erraba las divisiones de mi tarea sobre la recién estrenada mesa de formica, el puchero bullente, la cafetera con sus gargarismos, que el hermano pequeño no se quemara con la estufa de serrín al escapar gateando de su cuna y que no le faltara agua al canario que le hacía la segunda voz a Machín: “una pena de amor, una tristeza lleva el zambo Manuel en su amargura, pasa incansable la noche moliendo caféeee…” sin olvidar que el marido llegaría exhausto tras una noche de guardia que empalmaría tras la comida echando unas horas en el taller para que algún domingo comiéramos más que pella pollo o paella.

    Entre las mil tareas simultáneas, el ocio, el pluriempleo, la pereza o la procrastinación (eso de “no hagas hoy lo que puedas hacer pasado mañana”) debe haber una tierra media, no, no me refiero al tolkieniano Endor, habitado por varias razas inteligentes, donde plantarnos y seguir creciendo y fructificando. Una manera de bien estar o ser que mantenga ese equilibrio imposible que propicia la suficiente salud mental para ir capeando sorpresas y sinsabores, sustos e inesperados presentes.

     La “sociedad del cansancio” que nos describe Byung-Chul Han retrata a la mujer y al hombre modernos como el Prometeo agotado, devorado por su ego, tentado de narcisismo, víctima y verdugo, condenado a la autoexplotación pero incluso jovial y jactancioso con este ficticio sentido de la libertad que dan las redes aportando esa sensación de ser tan eficaces y eficientes con nuestras multitareas.

    Montaigne, allá por 1580 en el libro tercero de sus “Ensayos” hablando de la vanidad, nos comenta que “ya se acusaba antaño a Galba de vivir ociosamente y él respondió que los hombres deben dar razón de sus actividades, no de su inactividad” (en ese mismo capítulo, tan atinado como certero, el bordelés descendiente de la judería de Calatayud que declinó ser consejero real, añadía: “debiera haber ordenanzas legales contra los escritores ineptos e inútiles como las hay contra los vagabundos y vagos”, la de árboles que se salvarían garantizando oxígeno a nuestras descendencias)

    Walter Benjamin llamaba al aburrimiento “el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia”. Si el sueño nos aporta el máximo de la relajación corporal al aburrimiento correspondería la cima de la relajación espiritual. Lamentaba que estos nidos de tiempo vayan esfumándose porque sin relajación se pierde el “don de la escucha”, la capacidad de una profunda y contemplativa atención. Mientras contemplamos salimos nos desbordamos y nos sumergimos en las cosas. Muy bien lo hacía Cézanne a la vista de sus paisajes, desprendiéndose, desinteriorizándose, como apreciamos en su “Mont Sainte Victoire” o en su “Golfo de Marsella” entre tantos otros. Tampoco es momento de glosar casi toda la obra de Bach.

     acompaña desde los auriculares la coheniana voz en zapatillas de Rafa Berrio cantando, dos años hace que “sin hacerse de rogar con despedidas interminables” se fue a trovar a otros parnasos este locuaz y esquivo minoritario: “temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro, como si yo tuviera el don de vivir por mí dos veces”.

     Tras las dos primaveras pasadas que no pudimos gozar como de costumbre, entre el ocio y la hiperactividad, me siento conminado y deseo y te invito, a elegir con toda libertad (no con la que están pregonando sarcásticamente algunas y algunos mafiosos gestores) que la vivas, que la bebas tras agitar esa mezcla de pasión y sensatez, de contemplación y actividad, mientras brindamos por toda esa demasiada gente apreciada que se nos ha ido esta temporada desamueblando la agenda, los planos y los más cálidos rincones de nuestros afectos y sentires.

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