PorDionisio Sánchez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net
Se suele decir habitualmente que los pueblos que no conocen su historia están destinados a repetirla.
A lo largo de los años, y por mera observación, estaremos todos de acuerdo en que ha sido la energía y, por supuesto, la bondad de Dios, quien ha facilitado el desarrollo de la humanidad.
Dicen los que saben del asunto que primero fue el fuego, el cual propició la cocción de los alimentos y con ello a los homínidos que los comían les creció el cerebro. En esto hay dudas porque hay partes de España, por ejemplo, donde no parece que esto ocurriera así exactamente. Pero bueno, sin valorar demasiado esas excepciones territoriales, parece ser que el asunto citado fue determinante en el desarrollo de tecnología que terminó por posicionar al ser humano como el gran depredador del planeta.
Y ya viviendo en esquemas de civilización, el ser humano echó mano del viento y el agua como fuentes de energía para producir sus alimentos. Los excedentes se podían almacenar, pero también comerciar con otros pueblos, sentándose así las primeras bases de la economía.
Avanzando en este desarrollo histórico, el descubrimiento del carbón, el primer combustible fósil al que se tuvo acceso, transformaría a la humanidad ya que permitió la industrialización y, con ella, un nuevo modo de convivir en sociedad. Finalmente, concluiremos la digresión aceptando que, más tarde, la gasolina movería el transporte de mercancías y pasajeros gracias a la invención del motor de combustión interna y la corriente alterna posibilitó iluminar y dar calor a las ciudades, transformando la vida cotidiana de millones de personas.
Así pues, en un principio, los combustibles fósiles favorecieron el desarrollo económico y con él vendría una masificación de los servicios públicos de educación y salud. Aunque, quizá, el error estuvo en depender solo de ellos para generar electricidad y transportarnos, y no haberlos sustituido por otras fuentes energéticas “más renovables”, relegándolas al olvido hasta que, obligados por el calentamiento global, la humanidad las retomó a finales del siglo XX.
Es evidente que, tal vez, si no las hubiéramos olvidado y se hubieran seguido perfeccionando estas tecnologías, a estas alturas de la película ya se hubiera resuelto, por ejemplo, el problema del almacenamiento, se tendrían más opciones descentralizadas de producción de energía y ya la humanidad tendría matrices eléctricas diversificadas, sólidas y eficientes. Pero….
Así las cosas, hemos de ponernos manos a la obra y prepararnos para un futuro que a mí, como aragonés y ciudadano optimista que soy, me parece no solo alagüeño sino tremendamente rico para la Comunidad.
Es evidente que muy poco han tenido que ver nuestros predecesores en la configuración geográfica de nuestra tierra. Aragón lo hizo Dios y nosotros le hemos metido poca mano fuera de algunas carreteras, algún pantano que hizo don Paco y el Canal Imperial de Aragón construido por el camarada Carlos I, contando con un primer aporte del Arcediano de Zaragoza, Juan Cabrero, que metió 2000 ducados para comenzar una de las obras hidráulicas más importantes de la Europa de aquél Tiempo: un canal de riego y de navegación de 110 km construido de 1776 a 1790 entre Fontellas y Fuentes de Ebro. Es decir, a todos los efectos Aragón está como cuando lo vivieron Adán y Eva que, como todos ustedes sabrán, se establecieron aquí de alquiler hasta que el demonio (que algunos novelistas históricos de mala fe lo pintan catalán) les vendió el Paraíso Terrenal por un módico precio aunque, eso sí, con hipoteca de Ibercaja a pagar durante toda la vida.
Y ya situándonos en nuestros días, cuando por fin parece que la humanidad decide meterle mano a la cuestión energética, viene a resultar que, por azar, naturalmente, la comunidad de Aragón es la primera potencia europea en recursos “renovables” pues no en vano el cierzo campa airoso por toda ella y de sol no se pueden quejar ni los lagartos monegrinos ni las “saladas” aragonesas que, desde los tiempos de los romanos, han sido utilizadas y explotadas hasta que se inventó el salero marino con yodo y vomitivo aditamento himalayo y se truncó el negocio.
Pero, como ya viene siendo habitual en nuestra tierra, la cuestión es que mientras los otros se queden ciegos no nos importa quedarnos tuertos y tirar por tierra toda una oportunidad única en nuestra historia. Así aparecen en protesta los agricultores, esos que no quieren contar que pagan 100€/Ha /año a los propietarios de las fincas frente a los 1.000 que pagan las empresas de renovables. Y no lo cuentan, porque el negocio se les acaba y ,como es natural, “ningún tonto se machaca el haba”. Así pues se apuntan de cabeza a “renovables sí, pero no así” montados en el caballo de que ellos son los guardianes del territorio vacío, aunque gracias a su inmejorable práctica de agricultura intensiva ya no podamos beber agua del grifo sin trazas de glifosfatos, sulfitos o nitratos en ningún pueblo de España: “¡A comprar agua embotellada, señores!” Pero, eso sí, continúan diciendo que si no fuera por ellos, habría que cerrar cientos de pueblos que ya lo están –por cierto- aunque ahora quieran ser sus porteros, amén de los explotadores de sus tierras y los euros que provisiona la PAC europea. También salen al ruedo, los profesionales de la ecología de salón, los defensores de la naturaleza dominguera y charla vermutera. Y los burócratas firmemente asentados en la función pública de bajo nivel pero con nómina segura y aspiraciones políticas de bajo nivel, para no destacar, naturalmente. Y así vamos perdiendo la oportunidad única de que, por ejemplo, con una buena política “renovable” ni un solo aragonés tuviera que pagar un euro por la luz de su casa. ¿Qué les parece la copla? Pues, ¡hala!, a seguir tuerteando con el pan para hoy y hambre y glifosfatos para mañana. Pero sin duda, tendremos los agricultores, pocos, eso sí, más orondos de España.
A caballo, ¡Yihiiiiii! Salud!
(Continuará)