La batalla cultural / Manuel Medrano


Por Manuel Medrano
http://manuelmedrano.wordpress.com

       Este término está sobre la mesa de la actualidad, ocupando cada vez más espacio. Como elemento de contraposición política, es mucho más elegante que tirarse a la cabeza…

…los adjetivos de “ultraderechista” y “socialcomunista”, y es más explicativo que llamarse unos a otros “globalista” o “ultranacionalista antieuropeísta”. La batalla cultural, tal y como me parece a mí, se desarrolla en varios terrenos que configuran un gran escenario: el político, el económico, y el propiamente cultural. Aquí hay subdivisiones a su vez, parcelas más concretas. Me preocupa el orden de importancia, y los protagonistas de las batallas. Por ejemplo, es demasiado frecuente, más bien lo habitual, que los combates propiamente culturales los protagonicen casi en exclusiva personas con más experiencia política o periodística que cultural, con lo cual se genera una distorsión enorme. Por no hablar de los intereses particulares que afloran y que, con frecuencia, banalizan el debate. Citaré un caso concreto: hace poco decían algunos “combatientes” que las universidades públicas habría que demolerlas desde el tejado hasta el suelo, enteramente, pero que las privadas son excelentes. Ni lo uno ni lo otro, digo yo, y sé de qué hablo, cómo se fabrican “trayectorias académicas” y currículos, cómo se designan “candidatos” a plazas docentes e investigadoras, y otras muchas cosas que podría explicar con bastantes detalles. De todas formas, el papel de las universidades públicas y privadas durante toda la epidemia de COVID-19 ha sido nulo, aunque han mantenido la docencia, su cuota de mercado, como han podido.

      El asunto económico es complejo, no hay posiciones idénticas en el seno de cada bando combatiente. A veces incluso son bastante contrapuestas. Parece ser, de hecho, que no hemos llegado ni de lejos al Fin de la Historia, pero sí al Fin de la Economía, pues no hay más opciones y mecanismos ahora que los que ya existían hace décadas.

     Sobre el aspecto político, y teniendo mi opinión al respecto, me la reservo para otra ocasión, aunque no me callaré que las fábricas de producción artificial de grandes líderes parece que solo alumbran fenómenos mediáticos que amparan intereses de grandes grupos económicos. Esto produce aberraciones y, así, si bien España no ha sido ni con mucho el país más liberticida (comunidades autónomas histéricas aparte), la supresión brutal de derechos fundamentales en Francia, Italia, Canadá y otros estados, unida a la represión y persecución demonizante de minorías disidentes, hizo pensar a muchos ciudadanos durante el periodo duro del COVID-19 que las llamadas democracias sólo tenían de ello el barniz, convirtiéndose en feroces dictaduras de un día para otro.

      En mi opinión, la batalla cultural es positiva, contraponer ideas y formas de construir y de ver la realidad enriquece, solo espero que los acontecimientos que estamos viviendo no la borren de nuestro día a día.

      Cuando escribo esto, soy consciente de la veloz sustitución de preocupaciones entre los ciudadanos. Al COVID-19, que aún sigue siendo objeto de predicciones apocalípticas de “expertos” con adicción mediática y/o intereses farmacéuticos, siguió el conflicto bélico en Ucrania, que suscitó ardor guerrero incluso en mucha gente que antes se portó de forma miserable con sus vecinos durante la epidemia. Y, más tarde, llegó un paro del transporte y otros de la pesca, que hicieron asomar el fantasma del desabastecimiento, falso por otra parte, pero que han servido de excusa para subidas injustificadas de precios en productos de primera necesidad. Así, los pensamientos y conversaciones de las gentes pasaron de ocuparse de muertos infectados a tratar de conflictos nucleares y, luego, de crisis económica y hambruna.

    Comprendiendo perfectamente que suceda todo esto, no obstante, debe seguir desarrollándose la batalla cultural, porque en ella se determinará nuestro futuro y, especialmente, el de los jóvenes. Y porque ya solo con la confrontación y pugna de ideas ganamos algo, ejercitamos nuestro intelecto y desarrollamos de forma activa nuestra condición de ciudadanos.

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