Saluden a un país que se va / Jorge Álvarez


Por Jorge Álvarez

   Sigo apelando al humor para no hacer catarsis de contarle cómo es vivir en la Argentina.

    Porque a usted le parecerá mentira que haya un país que tiene por mes una inflación superior a la suma de la de sus vecinos: Brasil + Uruguay + Bolivia + Paraguay y Chile. Y que en este mes de marzo que finaliza tenga más inflación, “medida” por el gobierno peronista-castro-chavista, que la que tuvo España en 2021. ¡En todo 2021! 

      Entonces dejemos atrás lo que sucede en Macondo. En algún momento de su vida, no importa la hora del día, a usted se le perderá algo en su casa. Y dará más vueltas que un electrón tratando de encontrar el objeto perdido. Puede ser cualquier cosa. Por lo general se puede perder, como el famoso Triángulo de las Bermudas, algo que necesite a diario, como el control remoto del TV, o que usted sepa que está en el lugar que le eligió para tenerlo siempre a mano, como un tensiómetro. Y no está. 

    No importa que viva solo, sea un ermitaño o conviva con una familia numerosa. Demasiado numerosa del tamaño de un equipo de rugby. A mí me pasa por ejemplo con dos cosas y me parece suficiente. Uso anteojos porque soy miope pero para trabajar en la computadora en casa me los saco. Ése es el instante en que nunca más los encontraré cuando tenga que salir de casa. Ojo, le aseguro que doy más vueltas que perro para morderme la cola hasta que advierto que no soy un can. 

    Me perturba tanto como no encontrar el llavero. 

    ¡Pero si yo lo dejé ahí colgado! Nadie se lo discute: pero no está ese adminículo creado para que se le pierdan todas las llaves de una sola vez. Lo llevo, hasta que lo pierdo en mí casa, en el bolsillo derecho del pantalón. Por dentro, las llaves y por fuera un trozo de cuero que hace de base a una imagen metálica de San Benito. Lo invoco y nada. Doy vuelta vasos, como hacía mi madre y nada. Santo Pilato la cola te ato repito cuando le hago unos nudos marineros a las servilletas y al mantel y a todo lo de tela que se cruza a mi paso. 

    Pero está caído el sistema porque no escucha mis ruegos. Me desespera esta situación. Pero sin anteojos y menos sin las llaves puedo salir de casa. Me siento. Cuento hasta 1.203 números más, números menos y me digo ya van a aparecer. Paciencia. Me preparo un café, enciendo la TV, me siento en el sillón y desde allí diviso, al rato, a ambas cosas bajo el diario en la mesa del comedor.

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