Un director sin batuta / Dionisio Sánchez


PorDionisio Sánchez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net 

    Hay momentos en la vida en que ya solo se acuerdan de uno para que tus textos acompañen al féretro en forma de libro que algunos se empeñan en editar para celebrar alguna jubilación.

    Tal es el caso que nos ocupa, y aunque llego tarde, supongo que se me acogerá entre algún entresijo del forro rojo (espero) que recubra su interior.

   Yo apenas puedo decir nada de Túa salvo que fue nuestro director (de El Pollo Urbano, como todos ustedes sabrán) y que jamás, excepto el día de la presentación pollera, ejerció como tal. Fue un 11 de marzo de 1977 en el bar “El Rescoldó” y muy serio afirmó, con voz de trueno y para que quedaran sus palabras grabadas en el dintel de mármol de la cabecera de la revista, que “El Pollo Urbano no es ni una gallina asustadiza, ni una paloma de la plaza del Pilar, ni un avestruz que vaya a esconder la cabeza”. ¡Y vaya si tocamos huevos urbanos!

    Pocos más momentos para la historia nos dejó su orientación periodística aunque estábamos orgullosos de que esta publicación underground tuviera un director que era profesor de nuestra universidad y no un bandarra cualquiera aunque, eso sí, poco les importaba a los censores de la  milenaria ciudad esta excelente carta de presentación que avalaba a nuestro  preboste, ya que no pocas veces hubimos  de “pasar”  la censura en Lérida, pues, como era sabido, la laxitud catalana no ponía pegas a nuestros excesos verbales amén de que, como estaba escrita en una suerte de miscelánea entre el castellano macarra y la jerga visionara de los “pashas frente a los mashas”, no les afectaba un ápice  a su incipiente nacionalismo.

    Era, pues, muy difícil para Túa desarrollar su tarea ya que pronto encontró enormes preocupaciones al difundir y formar a sus alumnos al respecto de la recién nacida “Teoría de la Literatura”, sus múltiples prólogos para amigos y amiguetes que querían gozar de su nombre y oficio (catedrático de la  cosa)  en la solapa de su último folleto que, seguro,  nadie jamás leyó y, ¡cómo no!, sus celebrados Festejos y Farras sobre el amor y otras excusas para ganarse los puntos que exige una cátedra que se precie y máxime cuando incluso había que citar a Platón para llevarlas a cabo:

“¡Que se haya puesto tanto afán
en tantas cosas
y que ningún hombre se
haya atrevido
hasta el día de hoy
a celebrar dignamente a Eros!
¡Tan descuidado  ha estado
tan importante dios!”

    Con tantos trabajos y quehaceres, era imposible ser un director  como Dios manda. Cosa que, desde luego, colaboradores, maquetadores y dibujantes, agradecíamos en extremo.

   Finalmente, quiero recordar  una entrevista que se publicó en la sección “Zarabolianos  Ilustres”, firmada por Joan Esméril de Pómez y que, como es natural, inauguró nuestro jubilado.

-¿La última noticia que le impresionó?
Una que venía en los anuncios por palabras del Heraldo y que decía así: “Vendo burra pequeña. Muy guapa”

-¿Color?
Azul lapislázuli

-¿Plato preferido?

Almejas al natural. Sí, al natural.

-¿Prendas interiores?

Siempre con paquete.

-¿Vaqueros?
Con mucho paquete…

   Al pobre muchacho, la enfermedad le ha desatado la líbido y continuamente anda buscándose el apéndice.
-La Editorial “La Labia” va a editar un viejo libro tuyo “Lapislázuli” ¿Qué es “Lapislázuli”?

Este libro es una declaración de amor a Elena con apariciones de otras cosas…

    Elena Pallares, su poeta enamorada y parte fundamental de su vida por la gran generosidad que acompañó su amor hacia el jubileta  desde el primer momento. Enorme Elena. Y ahora hay que acordarse —para ser justos— de una imagen permanente en mi cerebro. Cuando salíamos de Barcelona luego de vender El Pollo a viva voz en sus Ramblas y con resacas caballunas nos poníamos en el tren camino de Madrid para repetir la operación en el Rastro madrileño, en la  vieja estación de Madrid, a pie de escalerilla del vagón siempre estaban Túa y Fernando Dolado con dos grandes paquetes de “pollos” dispuestos para vocearlos una vez llegados al destino. Qué gran Fernando y qué trío de amigos tuvimos la suerte de disfrutar algunos. Yo, entre otros.

    Pero, a pesar de los catedráticos, corren malos tiempos para leer libros, sobre todo, porque esta tierra da muy malos escritores aunque algunos se empeñen en crear rimbombantes clubes y asociaciones para figurar en alguna presentación y representarse siempre en los mismos lugares y cenáculos. Pero vender libros y, sobre todo, crear lectores, ni uno, ya que, por desgracia esta tierra no está abonada para las cuestiones del intelecto y por tanto los leedores ávidos  del arte de juntar palabras se pueden contar —como decía el Tío Rana— con los dedos de una oreja. Aunque, eso sí, hay más académicos que en toda la Rusia siberiana. Como no me gusta hablar a humo de pajas, les contaré que recientemente tiré a la basura todos los libros de autores aragoneses que tenía en mi biblioteca. Necesitaba sitio para poner otros zarrios y pensé que era una buena ocasión para desprenderme de tanta morralla local como había acumulado y, naturalmente, se fueron al contenedor sin haber sido leídos. Y no solo  no tengo mala conciencia sino que los nuevos objetos que los han sustituido me dan un placer inenarrable al acordarme del espacio que ocupaban  los ridículos libros en los que las instituciones —no podía ser de otro modo— metían entre tapa y tapa de papel cuché  las ínfulas literarias de los cuatro juntaletras de la Corte que se dan aire por las esquinas de la librería de moda a donde les gusta acudir para ser vistos y que nadie los crea muertos.

   Esa manera tan sui géneris de Túa de ejercer la dirección pollera marcó para siempre el devenir de la revista de tal modo que, aun ahora, nadie corrige nada porque lo importante es la firma. Si un texto lleva firma todos los errores que hubiere en el escrito tienen titular. Y si el articulista es un ceporro, allá él con su formación literaria.

   Pero nuestro hombre, tan bregado con la guitarra eléctrica y sus insufribles conciertos en la tarima de su casa, quiso ser cantante porque el éxito efímero de una clase por muy cátedro que uno sea no tiene comparación con los aullidos de las masas gritando tu nombre por los aledaños del club donde se desarrolle el concierto. Y así, con la humildad propia de un rojete, montó ni más ni menos que el grupo “Doctor Túa y los Graduados”.

    El nombre del grupo lo dice todo y denota, al momento,  la escasa falta de miras de su carismático  líder. Dieron varios conciertos memorables que estábamos, por contrato, obligados a grabar sus amigos. Pero solo una cosa no consiguió: que le dejara interpretar una canción que yo había compuesto para mi grupo “La Ladilla Urbana”. No le vi capaz de llegar al nivel que exigía la interpretación de dicha canción y eso le dejó marcado para siempre y poco a poco tuvo que abandonar los escenarios. Ahora que el tiempo ha pasado puedo decir que la canción se llamaba “Tu culo es un asiento de autobús” y que fue un pelotazo en Londres, NY y Tokio y de cuyos ingresos todavía vivo. La canción seguía así:

“….y tus ojos, dulces ojos, están inflamados de pus.
Todo es igual, nada ha cambiado
tu cara es la misma: ¡qué asco me das!..”

     Y  se volvía al estribillo. Una auténtica obra de arte que jamás pudo cantar nuestro ilustre jubilado. Así es el rock&roll, amigos. Felicidades, camarada, y a ver si ahora, con una buena paga hasta que la Parca te toque el hombro, ya podemos vernos con más frecuencia….¡Salud!

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