La incertidumbre como presagio / Eugenio Mateo

Por Eugenio Mateo

   Sintiéndonos huérfanos de certezas, seremos un poco más manipulables

   Desde que los presagios se hicieron visibles por mor de las tecnologías, se percibe la inquietud como uno de los elementos predominantes en la sociedad global. Todo el universo de la comunicación presenta un mundo caótico, y a sus habitantes, inmersos en un tráfago desquiciado y suicida. Pareciera que la inseguridad fuera la dosis necesaria y diaria para alimentar la adicción al desasosiego, aunque no deje de ser un sarcasmo.                                                                                              

    La capacidad de resistencia humana no es un mito, en realidad, la resistencia no depende de la fuerza, depende de la necesidad de resistir. A pesar de todo, olvidando lo consustancial, se nos viene recordando demasiado a menudo que somos resistentes, pero no para durar, sino para soportar lo que nos venga. Se nos bombardea con presagios funestos, ya sean colectivos o individuales; se nos amedrenta, ya sea con virus o con hambre; se nos inquieta, ya sea con futuros o presentes. La cuestión parece ir de control. Del control de la incertidumbre que pueda modularse a   voluntad.                                                                                                                                                                            
     Haciendo autocrítica, la propia evolución nos ha hecho más débiles. En la ecuación confort/dependencia se despeja una variable peligrosa: la renuncia. Es la renuncia a la individualidad el auténtico mal que afecta a la sociedad moderna. Se incita a la generalidad como un recurso de adoctrinamiento, y así, a todos aquellos que quieren ir por libre, no les queda más remedio que añadir nuevas incertidumbres a las que ya arrastran como tara. La más importante aquella que afecta a su libertad.  No sería una broma establecer un ranking, a modo de “hit parade”, de los presagios que concurren; sería, más bien, encarar las dudas para recordar la razón de sus conceptos. Como en toda buena lista, las incertidumbres fluctúan, son volátiles como las modas o tendencias de lo social, suben y bajan en función de demasiadas circunstancias, ajenas a nuestro control. A las que se debe considerar con carácter genérico, esas que afectan a todos, se les puede predecir o no, depende de su procedencia exógena o endógena Todas las incertidumbres sobre la vida en el planeta: sequías, hambrunas, plagas, catástrofes, pandemias, calentamiento global, cambio climático, etc., nos amenazan permanentemente con la espada de Damocles. En estos casos, vacilar es irremediable para cualquier alma sensible. Definitivamente, hemos de vivir con ellas. Es tanta la angustia que pueden provocar, que cualquier remedio que se aplique es inútil. Sólo cabe echar mano de la resistencia como último recurso de suerte.                                                                                                                                                                                                       Descendiendo al ámbito personal de cada ciudadano, los recelos, inseguridad, inquietud, desasosiego, duda, indecisión, vacilación, sospecha, es decir, la incertidumbre vital, ha condicionado cruel e inexorable las vidas anónimas desde siempre, incluso desde los primeros balbuceos, y ha venido formando parte de su naturaleza. Se llegaría a la conclusión de que la incertidumbre personal puede salvarse si se salva el Yo, como sugería Ortega y Gasset con su “Yo soy yo y mi circunstancia” Sin embargo, un desasosiego, una inseguridad, la inquietud que alcanza a lo colectivo, sólo puede ser vivida desde el papel de víctima  afectada.                                                                                                                              

       Es de desear encarecidamente que cuando estas letras lleguen al lector, la crisis del COVID-19 sólo sea un mal recuerdo. Falta nos hace, porque estamos enfermos de pánico. Este artículo se escribe a mediados de marzo; y por tanto obsoleto cuando sea leído, pero es en estos momentos cuando estamos viviendo una situación desquiciada. No voy a añadir nada a lo que ya sabremos por el devenir del tiempo, aunque sí decir que se palpa una gran incertidumbre por no saber el final de este episodio. Por encima de epidemias o pandemias en curso, subyace algo incontestable: nuestra fragilidad. De pronto, recordamos que somos prescindibles, y nos impulsa un puro miedo, que paradójicamente, se retroalimenta, como la epidemia, con el miedo de los demás. No se sabe la auténtica razón del miedo. Se dicen tantas cosas que sólo producen confusión. Alguien se ha empeñado en tocar el diapasón y las gentes, sin distinción, se ven encuadrados en determinados grupos de riesgo y a la vez en todos. Cunde el pánico que recuerdan las tragedias, la Humanidad está en peligro. Se sigue ignorando el nombre del miedo, a pesar de que sólo se hable de uno hipotético llamado Corona Virus. No es este el auténtico miedo. Al fin y al cabo, la ciencia se impondrá y nos dispondrá la vida en espera del siguiente virus. El miedo real es a lo desconocido, a todo aquello que socava los cimientos de un confort mezquino. La gran ubre no puede dejar de amamantar lo constituido ˗˗ nos decimos˗˗. Se cae en la histeria como se podría caer en la bebida, por atontamiento. De repente, los autobuses circulan casi vacíos; asoman las primeras mascarillas por la calle, portadas por ciudadanos chinos; se vacían las estanterías, se hunden las bolsas. De repente, se le dice a la gente que estará más segura en su casa. De repente, la sensación de lo efímero…                                                                                                                                        

        Se sacuden métodos de vida. Deberán ser revisados tantos males endémicos… Habrá un antes y un después y no se sabe si estamos preparados para dar importancia a lo que la tiene. De momento, como en toda crisis, la única certeza es que para algunos será un modo rápido de enriquecimiento, haciendo bueno aquello de: “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Cuando la incertidumbre se dispara, una de las consecuencias más inmediatas es la pérdida del valor tangible de las cosas, y, una de dos, o la economía global es un bluf, o el dinero es muy cobarde, y, ¿por qué no las dos a la vez?                                        

     Hemos sido capaces de supervivir a situaciones extremas, pero, al parecer, el sistema hace aguas de manera ostensible con tan sólo un virus desmadrado. Algo no se explica bien, o, peor, algo no se cuenta del todo. Habrá ocasión de analizar todo este desconcierto. Esperamos. Un factor que viene a complicar el caso es el escepticismo de la ciudadanía ante las recomendaciones de los responsables políticos. Si su credibilidad está bajo cero, no es de extrañar la reticencia de la gente. Sea como sea, la evolución de la incertidumbre es exponencial. Solamente queda ˗˗ como vengo diciendo ˗˗, esperar que en el momento de la publicación de Crisis #17, esta otra crisis pueda parecer el sueño de una noche de verano, una pesadilla, más bien, habida cuenta de un escenario que se    desmorona.                                                                                                           

     Sintiéndonos huérfanos de certezas, seremos un poco más manipulables en una nueva época de tinieblas.

Publicado en  Crisis #17

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