Un sistema en el que todo vale / Irene Magallón


Por Irene Magallón

      La pandemia del covid- 19 sigue haciendo estragos en todo el planeta con la trágica situación que reflejan sus cifras.

    En  nuestro país muchos de los focos proceden de lugares no menos dramáticos como los aparejados a los temporeros del campo y a los trabajadores de macro mataderos en Binéfar, Lleida, Lepe, entre otros. Todos ellos tienen en común no solamente su gran exposición a la fiereza del virus sino su condición de inmigrantes, en su gran mayoría en situación irregular.

     De esta manera se unen dos factores letales para su supervivencia ya que la miseria unida a la enfermedad eleva al cuadrado las posibilidades de contagio. Sin embargo, estas personas están acostumbradas a vivir en asentamientos llenos de miedo y rabia donde carecen de cualquier medida higiénica, agua corriente, luz, un colchón para poder dormir…

    Campamentos construidos de manera improvisada en los que habitan más allá de sus lonas y sus telas desgarradas, personas con la esperanza de vivir una vida digna, personas a las que se estigmatiza por “no tener papeles”. Que bajeza moral la de una sociedad que utiliza expresiones como esta para referirse a seres humanos que migran a Europa para alcanzar un futuro mejor y que refleja la decadencia de un sistema que antepone una serie de permisos administrativos a la dignidad.

     A pesar de ello se dedican día tras día a hacer el trabajo que nadie quiere, a recoger la fruta para que no se hunda todavía más la economía, a envasar kilos y kilos de carne para abastecer la histeria colectiva de los supermercados al principio de la pandemia. Hablando de patriotismo para los que utilizan el suyo para atacar a los demás. Al igual que las cosas no se hacen solas aunque no las queramos hacer, los temporeros no son los que se llevan la mejor tajada, al revés, la peor; si es que se llevan algo. Esta es la hipocresía de la que hacemos eco, obra de mano barata para nuestro beneficio sin ningún atisbo de regularización. Dan su vida a cambio de nada, sólo prejuicios y un descomunal abandono social.  

    Por eso, cuando escucho la palabra libertad en boca de aquellos que quieren reivindicar y defender su modelo acomodado de vida me vienen a la cabeza estos numerosos focos de vergüenza y desigualdad. ¿De qué libertad le vas a hablar a una persona que dedica 12 horas del día a trabajar bajo un sol abrasador para vivir en unas condiciones infrahumanas? Eso no es libertad ni se vislumbra. Porque lo que se lleva haciendo desde hace tiempo no es sólo banalizar una simple palabra, ni tan siquiera un concepto filosófico que da lugar a largos debates, sino uno de los presupuestos previos y lógicos para alcanzar la igualdad en una sociedad. La libertad, queridos lectores, es algo mucho más serio que su solo pronunciamiento, su reivindicación en coches con la bandera de España; la libertad es algo de lo que carece un amplio sector de la sociedad, vinculada desde hace siglos con el valor del dinero, el lugar del que procedes, acotada a un sector de privilegiados. Es injusto pero la libertad de unos se forja en detrimento de la de otros.

      En definitiva, libertad y patriotismo son las dos caras de una misma moneda y por consiguiente si tenemos un concepto restringido de patriotismo correlativamente poseemos un concepto restringido de libertad. Hay muchas formas de ser patriota pero no todas ellas engloban al conjunto de la sociedad, no todas conciben la libertad como algo intrínsecamente unido al contexto en el que vives; profundamente desigual y muchas veces sin posibilidad de elección.

      Basta ya de normalizar situaciones tan dramáticas como la pobreza, la precarización laboral, la violación de derechos humanos. Dejemos de perpetuar el conformismo abanderado de un sistema con un único discurso, fomentando la utilización oportunista de las palabras para invisibilizar a las personas y a sus correlativos derechos. O acaso, ¿es legítimo hacer creer que estos hombres y mujeres son libres con todo lo que ello conlleva?, ¿es humano tratarles de forma tan absolutamente degradante?  Entre las muchas pandemias invisibles del siglo XXI se encuentra esta: la de la falta de humanidad y empatía. Nadie parece hablar de ello, ¿por qué será?

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