¿Sueñan los zaragozanos con ovejas eléctricas, quiosquero? / Carlos Calvo

 
Por Carlos Calvo

  ¿Por qué se acaba la vida? ¿Cómo es posible que existan los números si no podemos tocarlos? ¿Qué ocurre cuando uno muere? ¿Cómo sabemos que los perros no piensan?

¿Estamos todos al corriente de lo que está bien y de lo que está mal? ¿Es posible demostrar si existe o no existe dios? ¿Cómo demonios se enseña a filosofar a los críos? ¿Es la felicidad el objetivo más importante del desarrollo? ¿Qué puede esperarse de quienes se engañan entre sí? ¿Hay hombres que comienzan por atropellar peatones en los pasos de cebra y terminan sin pagar el ticket de aparcamiento en la zona azul (o naranja)? ¿Hasta dónde estaría alguien dispuesto a llegar con tal de que nadie supiera que ha cometido un grave delito?

  ¿Hay algo que caracterice y resuma la condición de refugiado independientemente del lugar del mundo que prevenga? ¿Existen todavía periodistas profesionales? ¿Qué sucedería si la tecnología dejara de funcionar de un día para otro? ¿Cuáles serían sus consecuencias? ¿De qué depende que suba o baje el precio del aceite, de los garbanzos o del jamón? ¿Pagar más es sinónimo de calidad? ¿Podríamos encontrar formas de vida fuera de la Tierra y no reconocerlas? ¿Por qué cien mil años de selección natural no han barrido los genes del autismo de nuestro genoma? ¿Qué pasaría si un día conocieras a alguien que durante la noche tiene idénticos sueños que los tuyos? ¿Estarías emocionado o asustado? ¿Cómo es la vida de alguien que se dedica a la vida de otro? ¿Sueñan los zaragozanos con ovejas eléctricas?

  ¿Estamos preparados, como sociedad y como seres humanos, para vivir ciento cincuenta años o más? ¿Estamos preparados para que nos diagnostique y recete un robot cuando estemos enfermos? ¿Estamos preparados para viajar en un coche sin conductor? ¿Estamos preparados a vivir en casas que hacen la compra por nosotros o envían el coche al taller para la revisión? ¿Estamos preparados para trabajar con robots humanoides? ¿Nos enfrentamos a posibilidades disruptivas para las que no tenemos respuesta desde nuestros valores tradicionales? ¿Son positivas o negativas las nuevas tecnologías? ¿Cómo afectará el nuevo impuesto de Hacienda a las grandes tecnológicas?

  ¿Hasta dónde hay que proteger a la infancia? ¿Por qué queremos que crezcan rápido, acaso para no inquietarnos? ¿De qué queremos protegernos de un niño? ¿Qué significa el ser humano? ¿Cómo enfrentarse a la monstruosidad de los otros? ¿Y a la de uno mismo? ¿Tendrán los gobernantes el cuajo de resolver el crecimiento de la población ejecutando a quienes peinen canas? ¿Crea más seguridad la ignorancia que el conocimiento? ¿Qué es eso de la nada? ¿Cuánto dura la influencia de un escritor que tuvo siempre vocación de intervención pública desde los libros y los medios? ¿Los lectores se sumergen en lo que buscan o en aquello que les ofrecen los medios? ¿Hasta qué punto los periodistas tienen el deber de guiar o educar a la sociedad? ¿Por qué se escribe y qué sentido tiene rememorar hechos dolorosos y lejanos?

  ¿Cómo no darse importancia cuando se tiene que hablar de uno mismo o atender a cuestiones sobre la condición humana o la injusticia en el mundo? ¿Es el patriotismo el último refugio de un canalla, como señalaba Samuel Johnson? ¿Es la piel lo más profundo de los hombres, como señalaba Josep Pla? ¿Dejamos de subirnos a un árbol porque nos hacemos mayores o nos hacemos mayores porque dejamos de subirnos a un árbol? ¿Para qué sirve saber que la capital de Brunei es Bandar Geri Begawan? ¿Es importante conocer que el madrigal combina versos heptasílabos y endecasílabos? ¿Cuánto educa copiar de internet tres párrafos sobre Catalina de Siena y pegarlos en un trabajo? ¿Por qué carece de valor la pericia en mirar a solas por la ventana? ¿Por qué todo el saber acumulado sobre la forma correcta de lanzar una goma haciendo ballesta con la uña del dedo índice no cuenta?

  El quiosquero de la esquina, con el cigarrillo a medio consumir en la mano izquierda, que mantiene la ceniza, sorprendentemente obstinada en vencer la ley de la gravedad, es un preguntón. Las interrogantes de más arriba son un ejemplo de su torbellino por saber. Hay que preguntar para aprender, afirma una vez y otra también el quiosquero. ¿Será bueno un robot que aprende solo? ¿Será bueno un microbio primigenio? Hablar con el quiosquero siempre me resulta agradable. Da igual el tema del que hablemos, viajes, hijos, salud, política, fútbol o cultura. Ni siquiera importa el lugar del encuentro, aunque yo prefiero su quiosco. Enseguida, descubro en él los rasgos que dan interés a una conversación: sinceridad, curiosidad y compromiso con lo que dice y que yo lo defino como pasión y responsabilidad de vivir.

  Vivir es preguntar. Es sondear nuevas posibilidades. Siempre podríamos cuestionar cualquier respuesta, pues siempre podríamos buscar un fundamento aún más profundo e inusitado. Nunca agotaríamos todas las respuestas porque nunca podríamos agotar todas las preguntas. Es preciso cuestionarlo todo, incluso el cuestionarse mismo, porque todo abre horizontes. Todo nos renueva e invita a buscar incesantemente. Preguntar, de hecho, es tanto o más necesario que responder. No habría respuestas si nadie se hubiera cuestionado nada. El quiosquero, sin ir más lejos, se despoja de todo temor a preguntar, a desafiar incluso lo evidente, las categorías asumidas de manera tácita y dotadas de aparente robustez, aquellas que se nos antojan inquebrantables. Solo quien se despoja como el quiosquero, digo, puede experimentar el don único de la búsqueda. Este proceso es el mejor antídoto contra el miedo.

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