Sociedad del bienestar anestesiado / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
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     El emperador Augusto desterró a Ovidio y censuró su Ars Amandi. Galileo Galilei se autocensuró para protegerse de las acusaciones de la Inquisición y conseguir lo que consiguió: una pena más llevadera.

   En cualquier caso, y estos sólo son ejemplos entre los incontables que se han venido produciendo desde que, a lo largo de la Historia, el Poder es recalcitrante ante la heterodoxia y la disensión frente a sus postulados e intereses, y los afectados por ese Poder han acudido a la autocensura para evitar ser censurados por aquel. Censura y autocensura son dos planos de una misma realidad vista y vivida desde orillas distintas.

      Con el transcurrir de los tiempos, la manera de censurar ha experimentado algunas e importantes variaciones, aunque manteniendo los objetivos. Desde siempre, las manifestaciones, ideológicas o intelectuales, en contra de un poder omnímodo, han venido siendo perseguidas y ocultadas para evitar que su concepto prendiera y se extendiera por una sociedad sojuzgada y reprimida. Dado que se trata de atacar ideas, censurar es cortar de raíz la razón de la crítica. Luego viene la represión personal del crítico y hasta su eliminación física si conviene. La imposición de los dogmas religiosos trajo otro tipo de censura, no menos terrenal, sino, y existen casos que persisten aún en día, lamentablemente más atroz y enconada en nombre de un Dios, poco importaba su adscripción a un credo determinado, que no tolera ser puesto en cuestión en sus fundamentos teológicos. Igualmente, el Poder, que se ha servido de la Religión y viceversa para entre ambos imponer el control, ha basado su censura en la connivencia de intereses mundanos con apariencia de espirituales.  Las naciones europeas han tenido a lo largo de su historia funestos periodos negros, desde la Inquisición a las persecuciones calvinistas o luteranas y las terribles guerras de religión que eran realmente geoeconómicas, pasando por el supremacismo nazi, el populismo nacionalista del fascismo o el socialismo anti individual del estalinismo, en los que se ha perseguido siempre el desarrollo de la razón, que dejaba al descubierto  las aberraciones, contradicciones y carencias en las que se sustentaban.

    Hoy día, la censura religiosa sigue teniendo una contundente aplicación en las sociedades de varios países, e incluso en un estado laico como el nuestro se lleva ante los jueces a ciudadanos, que en el libre ejercicio de su intimidad se atreven a decir en público lo que muchos hacen en la intimidad, hablamos de la blasfemia, por ejemplo, que no es sino un exabrupto de impotencia ante un dios que nos ignora sistemáticamente. Habría que aplicar aquella frase bíblica sobre quién es capaz de tirar la primera piedra…Pero, hay una vuelta atrás, según parece. La intolerancia de la ortodoxia frente al pensamiento aconfesional u otras actitudes librepensadoras demuestra lo escaso de los cambios en las costumbres. Modernidad y libertad no tienen por qué ir juntas a la vista de los hechos. Teocracia no es Democracia; de tal manera, las decisiones en contra de la libertad de credo que se aplican en ciertas zonas islámicas son herramientas de censura para salvaguardar una interpretación interesada del mensaje de un libro sagrado, y de paso, el poder total.

    La política no va sobrada de honradez y lo demuestra con demasiada reiteración.  Ciertos políticos hacen alarde de falta de valor para asumir las consecuencias de sus estrategias, que pueden parecer censoras, por cierto, o ante las que hay que autocensurarse para no entrar en la contradicción del “ellos o nosotros”. Recordando el 1-O del 2017, en el que los inductores del llamado “Procés” de secesión de Cataluña proclamaron la república catalana y el Estado Español, respondiendo como Estado de Derecho, llevó ante los tribunales a los principales dirigentes excepto al principal, (que se fugó a la veleidosa Europa), se hace imprescindible constatar que todos, absolutamente todos los detenidos admitieron ante el juez instructor la inutilidad de la proclamación y negaron intencionalidad a los hechos. Consiguieron emular a Galileo. Naturalmente, negar la mayor se trataba de una estratagema jurídica, pues después de un año en prisión preventiva, y a punto de comenzar el juicio, siguen manteniendo intactos sus proyectos de llevar a cabo esa hipotética república; postura por otro lado políticamente lícita, pero sujeta a la legalidad vigente. Si se incumplieron las leyes no se puede llamar autocensura a los argumentos que esgrimieron para librarse de las consecuencias; en todo caso, será una lección de falta de escrúpulos…o de exceso de cobardía.

.   Manipular desde todos los poderes se está convirtiendo, en la posmodernidad de nuestra sociedad, en la herramienta que, por su sofisticación tecnológica, deja obsoleta a la censura tal y como se la venía conociendo, aunque, no se olvide, mantenga los mismos fines. Es una censura universal que no prohíbe nada en apariencia, pero que secuestra la opinión a unos ámbitos de dirigismo desde oscuros intereses. Consigue, esta neo censura, el cambio de actitudes y opiniones para que el individuo no quiera ser diferente del resto del grupo. No se puede ir en contra de la mayoría; precisamente, y contra lo que pueda parecer, porque la mayoría no tiene voz, responde con reflejos condicionados por noticias falsas, falsas como los que las promueven, tendenciosas, alienantes, ridículas si no fuera por su peligro, del que, al parecer, pocos se preocupan.

    En este maremágnum de neo censuras han ido apareciendo unos curiosos oráculos a los que se ha convertido en iconos de conducta.  Dicen lo que está bien y lo que no; lo que es bueno y lo que no, lo que se debe pensar y lo que no. Es un sinsentido, no ya porque estos gurús dependan del cheque, sino porque pretender influir en el pensamiento desde las tribunas de máxima audiencia con su burda manipulación de los sentimientos y de la verdad. En una mordaz paradoja, cierta clase de periodismo, una de las profesiones que siempre fue de los más afectadas por la censura, se ha convertido en uno de los principales vehículos de la neo censura, contaminando y desvirtuando todo aquello que no les gusta (o lo que a los que les pagan no les guste, por ser precisos). Es casi imposible sustraerse a su presencia cuando por activa o por pasiva aparecen a todas horas en las tertulias televisivas o radiofónicas, sin olvidar los periódicos digitales..

    Tampoco el fenómeno social del populismo es nuevo. Siempre ha habido listos que sabían lo que otros querían escuchar, y lo han dicho alevosamente para conseguir influir en su íntima desconfianza hasta ganar su confianza. Parece clara su evolución futura como ¿ideología? Es de temer que su arraigo crezca al mismo tiempo que el desencanto por las crisis, situación altamente peligrosa, tóxica ante el libre discernir; una memoria colectiva que parece olvidarse de la confrontación de ideas que bajaron a la arena para luchar a muerte no hace tanto. Todo aviso de amenaza es poco si se tienen en cuenta los efectos que presentan los países en los que gobierna el populismo de derechas o de izquierdas. Tampoco olvidamos las nuevas censuras en lo que pomposamente llamamos tendencias. Vamos, que eso de la clonación mental, debe ser muy rentable. Sociedad del bienestar anestesiado es la última tendencia.

 ¿Estarán consiguiendo los neo censores llevarse el gato al agua?

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