Qué mierda de todo / María Dubón


Por María Dubón

    Hubo un tiempo en que existió una clase social denominada «media» y de la que ya no queda ni el recuerdo.

   La crisis ha hecho añicos el mundo que conocíamos y la sociedad ha quedado dividida en ricos y pobres. Desde hace varias décadas se trabaja en este sentido: reconversiones industriales salvajes, desplazamiento de fábricas a Asia, empobrecimiento del sector agrícola y ganadero, despido de expertos profesionales con la excusa de que no se adaptan a la era digital, negación de empleo a los jóvenes por falta de competencias, reducción de las pensiones a los jubilados improductivos y aumento de la etapa laboral…  Todos los sectores están afectados: pequeñas empresas, autónomos, soldados, médicos, maestros, científicos, trabajadores de banca, emprendedores, periodistas…

    Soñábamos con un mundo mejor, con un futuro lleno de posibilidades, y tenemos esta mierda de vida a la que nos han condenado a base de precarizar todo lo precarizable y más.

   Nos prometieron que tras los duros sacrificios llegaría la recompensa a tanto esfuerzo, un porvenir mejor era el objetivo, y todo ha quedado en un montón de mentiras y de promesas incumplidas, por no mencionar el extraordinario retroceso en el nivel de vida. A estas alturas, nadie cree esas afirmaciones y por eso están naciendo otras fuerzas políticas y sociales.

   Independentistas, feministas, fascistas, racistas, españolistas, populistas, pro derechos sexuales, abolicionistas, machistas, izquierdistas, derechistas… La sociedad es un batiburrillo de identidades en el que cuesta encontrar un sitio.

   Las próximas generaciones vivirán en un entorno hostil, depauperado, sometido y limitado, como antaño. Pronto nos olvidaremos de los ideales y lucharemos por la supervivencia. La preocupante ceguera de quienes nos gobiernan, de quienes aportan nuevas e influyentes ideas, les ha desconectado de la gente, les invita a concentrarse en adquirir o conservar el poder y solo atienden a sus apropias aspiraciones.  

    De aquellos que sepan camelarse a la masa descontenta de parias, será la gloria de la tierra prometida.

Animales sociales

   Una crítica habitual que se les hace a las redes sociales es que fomentan el narcisismo en ciertas personas, que las utilizan para compartir su vida cotidiana, opinar sobre todo y despellejar a quien discrepa con ellas.

   Estar permanentemente colocado en un escaparate, puede parecer algo novedoso y propio de estos tiempos, aunque lo cierto es que, sin ser a esta escala, siempre ha existido ese impulso por exponer nuestra vida, al menos a los más íntimos.

   Antes de que existieran la fotografía o los teléfonos móviles, los diarios personales eran el equivalente a las redes sociales actuales. Pensamos que escribir un diario es una práctica privada, que se mantiene oculta de la mirada ajena. Pero este no fue su objetivo. Los diarios se popularizaron en Estados Unidos y Europa durante los siglos XVIII y XIX. Mayoritariamente, eran las mujeres blancas las que escribían cuestiones vinculadas a sus vidas y su entorno. Al contrario de la idea que tenemos hoy de un diario, las mujeres no volcaban su intimidad en ellos, se limitaban a describir su mundo. Narraban los sucesos que acontecían en sus casas, las visitas que recibían, las onomásticas, bautizos, defunciones… Algo muy parecido a lo que la gente suele colgar en  Facebook, Twitter, o Instagram.

   Además, lo escrito en los diarios se compartía con familiares y amigos. Las esposas jóvenes acostumbraban a enviar estos diarios a sus padres para informarles sobre los acontecimientos ocurridos, también se leían fragmentos a las visitas.

   Cabe considerar los diarios como una de las primeras herramientas que sirvieron para compartir experiencias, luego se irían sumando las fotografías, diapositivas, vídeos…  Y es que nos gusta dejar rastro de nuestro paso por el mundo. Las fotos del primer cumpleaños de nuestro hijo sirven para reforzar los lazos familiares y para conservar un recuerdo de ese día especial.

   Sin embargo, esto no significa que las redes sociales sean lo mismo  que los diarios. La diferencia fundamental radica en el negocio. Los diarios se usaban libremente; las redes sociales son gratuitas, pero a cambio de esta gratuidad estamos regalando información a cientos de empresas que sacan beneficio de ello. Una industria multimillonaria se aprovecha de nuestra necesidad de comunicarnos y negocia con los datos que les ofrecemos.

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