Por Jorge Marqueta
http://zaragozaciudad.net/omixin/
El otro día, en el Ayuntamiento de Zaragoza, se presentó un proyecto largamente ansiado por Chunta Aragonesista: el proyecto de rehabilitación de la Imprenta Blasco, que acogerá 26 nuevas viviendas municipales y el Museo de la Imprenta en la planta baja.
Hoy es un día feliz, porque leo impresa la consecución de un sueño. Los sueños, a veces, se imprimen.
En enero de 2002, Chunta Aragonesista presentaba una moción al Excmo. Ayuntamiento Pleno de Zaragoza instando al equipo de gobierno a incorporar al patrimonio municipal el edificio con el material de imprenta existente en el mismo. En la siguiente legislatura, CHA dirigió el urbanismo municipal y, tras diversos avatares, se firmaba un convenio para inventariar los bienes y rehabilitar el edificio con el fin de convertirlo en el Museo de la Imprenta de Aragón. Zaragoza ejercía de capital de Aragón, recuperaba patrimonio y salvaba un vestigio de su memoria. Todo ello en el marco de un proceso de recuperación de patrimonio de arqueología industrial, desconocido hasta entonces en Zaragoza (y Aragón), y que tuvo lugar desde la Gerencia de Urbanismo, dirigida por CHA. De ese momento data la recuperación de la Azucarera del Rabal, la Harinera de San José, la Estación del Norte o la Casa Solans, por ejemplo.
Cambió la Corporación, CHA salió del Gobierno y, con ella, la sensibilidad por la recuperación patrimonial y, en buena medida, la inquietud por la cultura. El tripartito PSOE-Par-PCE/IU cambió de prioridades y el propio Alcalde Belloch, entre cuyas virtudes no se encontró nunca demasiada inclinación a la cultura, afirmaba a la prensa que “Fuenclara es un poco como el Seminario, una herencia un tanto discutible. Ya nos hemos gastado un dineral en su rehabilitación y falta bastante. Y lo mismo la Imprenta Blasco”.
Esa Corporación no entendió nunca que el edificio es una pequeña joya firmada por Teodoro Ríos Balaguer (autor, entre otros edificios, del Palacio Provincial de Zaragoza), con sus reminiscencias neogóticas, tan peculiares y poco frecuentes en la arquitectura Zaragozana de los años veinte del siglo pasado, más inclinado por el gusto neomudéjar. No entendió que su ubicación en el que se conoció como “barrio gráfico” porque concentraba buena parte de los negocios de ese tipo de la Ciudad, era un homenaje a ese pasado y al hecho de que Zaragoza tiene el honor de ser una de las primeras ciudades del mundo y primera de la Península que utilizó el ingenio de Güttemberg: en 1475, Mateo Flandro, de origen alemán, imprimió en Zaragoza el “Manipulus curatorum” de Guido de Monte Rotheri, iniciando una tradición que continuarían los hermanos Juan y Pablo Hurus, Enrique Botel, Leonardo Hutz, Juan Plank, Lupo Appentegger o Jorge Cocci.
Por cierto, unas de las primeras obras impresas en Aragón fueron los Fueros de Aragón (1496) y la Crónica de Aragón, de Gauberto Fabricio de Vagad (1499), donde por vez primera aparece el escudo de Aragón tal y como lo conocemos incluyendo el árbol de Sobrarbe, como referencia a nuestro pasado foral en un momento de fortalecimiento del poder del monarca (Fernando II de Aragón) y en una época en la que el rey aragonés, a juicio de sus regnícolas, estaba desatendiendo los intereses del viejo reino en favor de los de Castilla.