La nación en crisis / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antgua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial de  Heraldo de Aragón

  UNA crisis es buena o mala según en qué desemboque. La faceta económica será ardua de resolver. Pero la debilidad institucional española es una lacra temible que, si perdiste, agravará, como ya viene haciendo, los daños económicos.

   España padece dolencias serias por sus desmanes en suelo y vivienda, que aunaron el ansia de lucro con la penuria de los municipios y la banalidad política y cultural (un hábitat civilizado requiere fundamentos culturales).

 

La ‘burbuja’ inmobiliaria ha herido el país, multiplicado el paro y lastrado su economía y su banca. De paso, al aniquilar el modelo de las cajas de ahorro, que no volverá, se ha descubierto que el Banco de España puede asistir al espectáculo con la impavidez de Don Tancredo.

Nuestro país ha empeorado según las tablas internacionales de competividad, corrupción, burocatrismo, atomización de mercados e incluso fiabilidad estadística: nadie conoce hoy con certeza el déficit público real y se aventuran cifras del 6, del 7,5 y aun del 9% del PIB. Los mercados, lógica y fríamente juegan con ello.

La débil balanza exterior española es la hija de la baja competitividad (coste energético, capital humano) y nos espera la dura prueba de reformar el mercado laboral, , según ha escrito José María Serrano en un reciente y lúcido estudio sobre crisis.

Si los órganos reguladores, que no son solo económicos, se infectan de partidismo, generan un fugaz efecto anestésico para el poder, pero a la larga eso es letal para el país. Las instituciones sectarias son pecados de lesa patria. Mal está manipular un regulador económico y aún peor erosionar al Tribunal Constitucional o al Consejo del Poder Judicial, pues padece la fama del país y esa merma se traslada a los mercados: la solvencia jurídica es un valor político y moral, pero también económico.

Un país constitucionalmente errático (caso del ‘Estatut’) y con tribunales atorados pierde crédito. Hace falta confianza política. Si la política genera desconfianza, es venenosa. La confianza de los españoles está dañada por un gobierno estrambótico, una banca alterna, algunos entes estatales de conducta banderiza y unos sindicatos y partidos descalificados en los sondeos, incluido el que va a gobernar. En este clima medran múltiples especies de defraudadores, pequeños y grandes, desde duques a falsos parados.

Los voceros gubernamentales y los mercados desbordan al Estado, maniatan a la nación. Es un discurso excusatorio, que olvida cómo hay países en situación confortable, también en la zona del euro.

Explica bien Serrano cómo la crisis internacional ha subrayado el papel del Estado, ya que la prima de riesgo actúa como síntesis de la ‘fama económica’ nacional y las grandes corporaciones globales son vistas nuevamente con color nacional, como ‘empresas de país’. La crisis prueba, así, que la fama del país tiene un alto significado económico. La crisis no opera en España más allá de cualquier capacidad nuestra de decisión. Debe, pues, actuarse nacionalmente con rapidez y convicción y aportar remedio a males que son graves, pero no incurables. España es un país fuerte y con recursos humanos y económicos notables.

Las incógnitas de una ecuación (y esta es de tercer grado) no se resuelven a ojo, sino con guías metódicos, refractarios a las ocurrencias, que reconquisten la confianza general con conductas competentes.

Primero, en casa. Ya transcenderá.

Algún lastre se ha soltado: no es fácil que otro presidente español exprese dudas sobre si España es una nación y otra cosa, pasando por alto la Constitución; oque denuncie en Nueva York el inminente adelantamiento a Francia en riqueza generada. Ahora no haría eso, pero ya es tarde para él.

Para España, no. Estamos a tiempo, si hacemos el rigor, entendido como conducta meditada, precisa y apropiada, el signo del nuevo momento político.

 

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