Italia: Apuntes al vuelo

Por Jose Joaquin Beeme

     Mi amigo Ferruccio ha diseñado el parque temático Volandia, a dos pasos del aeropuerto de Malpensa, epónimo de aquella granja donde el biplano CA1 inauguró la era de los vuelos en 1910.


Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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      Mi amigo Ferruccio ha diseñado el parque temático Volandia, a dos pasos del aeropuerto de Malpensa, epónimo de aquella granja donde el biplano CA1 inauguró la era de los vuelos en 1910. Precisamente de la Caproni —en cuyos hangares ha crecido el museo—, pero también de la Savoia-Marchetti, la Agusta o la Aermacchi, firmas todas que han dado relieve a Varese, la provincia aeronáutica italiana, pueden verse prototipos y aparatos de adiestramiento, artilugios del vuelo libre y también, cómo no, de la lluvia de plomo: uno entra, se aovilla y huele a miedo en esos sarcófagos panzudos que han vomitado marines en las junglas de Vietnam o en los desiertos afganos. Hay, además, desde una interminable colección de aeromodelos, debidos a la minucia de los hermanos Piazzai (trabajan enfrente de mi casa, en Arona), hasta un taller aderezado con hélices de madera, pistones y esqueletos de rotor; desde simuladores de vuelo hasta juegos que rizan el rizo de los pequeños pilotos. En el restaurante, bajo un Pitts acrobático suspendido sobre nuestras cabezas, pienso que la propuesta está demasiado centrada en la capacidad industrial e incluso militar de la aviación italiana; baste decir que la tienda ofrece toda una línea de vestuario, e incluso de moda, firmada por la Aeronautica Militare, y que la librería se surte de manuales de vuelo y biografías de ases del aire como Italo Balbo y mílites de la extravagancia, igualmente fascista, cual D’Annunzio. No faltan suicidas (perdón: héroes) como el peruano Geo Chávez, que aureolado por la fama, a sólo 23 años, estrelló su Blériot nada más cruzar los Alpes: «Cae, con su gran ánima sola / siempre subiendo. ¡Ahora sí que vuela!», abrocha su oda Pascoli. Saint-Exupéry es rozado apenas, y menos las muchas aeronaves que la imaginación artística ha producido, no digamos la fantaciencia; única excepción, porque antonomasia de lo italiano, el gran Leonardo, cuyos dibujos han liberado una avispada erupción de maquetas por todo el país. El huequito hispano es para Aresti, el de las mil acrobacias, y De la Cierva, a quien homenajea la Agusta-Bell con un híbrido de helicóptero y avión que, con la patente «convertiplano BA 609», trajinará ejecutivos el año que viene. Invención, pues, de altas miras ésta de Volandia: nutrida, costosa, internacional —se da la mano con la terminal de compañías de bandera—, pero lamentablemente achatada, al menos en este su primer año de vida, por los catetos, insoportables vídeos autocelebrativos del poder lumbardun.

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