Brasil: Luto por Río Grande do Sul


Por Manuel Ventura

     Seguro que todos habéis visto en la tele las impresionantes imágenes de las inundaciones que han asolado y aún asolan el Estado brasileño de Rio Grande do Sul, antaño uno de los más prósperos de Brasil y hoy lleno de barro, muerte y desolación. Aunque ya sé que el pretendido cambio climático es un invento de comunistas, socialistas y este tipo de gente y que llueve cuando dios quiere, cuanto quiere y donde quiere,…

…dejadme que coloque aquí algunas reflexiones sobre lo sucedido, que van por otro lado de los designios divinos.

     La primera vez que visité Porto Alegre, la capital del Estado más sureño de Brasil, fue en 1996. La empresa para la que trabajaba entonces me envió, junto a otros compañeros, a visitar la sede de una importante empresa radicada allí, que queríamos comprar para afianzar nuestra implantación en América Latina. La verdad es que me impresionó su vitalidad. Buen tejido industrial, recursos humanos cualificados, una red de universidades de primer nivel. Una metrópoli de más de millón y medio de habitantes vibrante y activa. Situada en las márgenes de un delta al que fluyen varios caudalosos ríos, no es que brille por sus monumentos, pero estaba inmerso en un plan de infraestructuras boyante y su vida cultural la incluía en las giras mundiales de las figuras de la música

     Hasta tal punto que, cuando en 1999 acabamos comprando esa empresa y me encargaron responsabilizarme de su gestión, acabé trasladándome con mi familia a vivir allí. Esa apuesta inusitada por invertir en Brasil cuando aún casi nadie lo hacía, me valió el inmerecido pero agradecido honor de ser nombrado ciudadano de honra de Porto Alegre, una especie de hijo adoptivo, por la Cámara Municipal.

    Incluso cuando dejé la multinacional alemana para la que trabajaba, reuní las perras que tenía y fundé una empresa familiar que nos dio algunas satisfacciones. Por cierto, mis dos hijos pequeños siguen viviendo allí. Estaban por aquí, visitando a su anciano padre y sus hermanos mayores y empapuzándose de croquetas y torreznos donde el bar de Toño cuando nos alcanzaron las imágenes de la devastación que ha provocado la riada. La mayor desde que hay registros y que colocó el centro de Porto Alegre bajo varios metros de agua, superadas las precarias defensas que creaban la ilusión de la protección ante inundaciones.

    He sido, desde que junto con mi familia nos arraigamos en Porto Alegre, testigo de la vertiginosa caída de la ciudad y del Estado hacia el desastre económico, social y cultural en el que se encontraba, antes incluso de que la riada la colocara en centro de atención mundial.

    A mi modo de ver, una de las más importantes causas de ese declive es la degradación de la vida política. En 1999, tanto la ciudad como el Estado estaban gobernados por el PT, Partido de los Trabajadores. Y no era raro oír elogios de la gestión municipal por parte de personas que no eran precisamente izquierdistas.

    Con el apoyo decidido de todos los grupos de comunicación, la élite económica riograndense decidió que cualquiera que no fuera miembro del PT era bueno para gobernar la ciudad y el Estado. Bajo el lema “el Estado está quebrado” se han sucedido, con un breve intervalo de cuatro años en el gobierno estatal, alcaldes y gobernadores de la derecha más incompetente y rancia que os podáis imaginar, pero que tenían la gran virtud de cumplir al 100 % su programa electoral el primer día después de su elección: le habían ganado al PT.

    Mientras tanto, los titulares más repetidos eran, aparte del ya mencionado (“el Estado está quebrado”), otros del mismo tipo, sobre todo relativos a los atrasos en el pago a los funcionarios públicos, que tenían la virtud de rebajar la autoestima de la gente y ahuyentar la inversión.

    No quiero con esto decir que los poderes públicos sean culpables de las inundaciones. Pero si de la falta de infraestructuras necesarias para mitigar su efecto. En Porto Alegre existe desde hace más de 50 años un muro compuesto por módulos de hormigón que se entierran o se elevan con un sistema hidráulico y que “protege” el centro histórico de la capital, no así los barrios situados fuera de él.

     Pero, en esta ocasión, por falta de mantenimiento durante años, esas compuertas han fallado también. Aunque en estos tiempos parece que todos sabemos de todo, no tengo la formación técnica para proponer soluciones. Pero tengo para mí que las inversiones necesarias para un plan integral y fiable serían enormes y muy difícilmente ejecutables en un país cuya constitución prohíbe la reelección en los puestos ejecutivos (alcaldes, gobernadores, presidentes) por más de dos mandatos.

   Esa, en mi opinión, tontería que se propone también en otros países como el nuestro, hace que los elegidos dediquen su primer mandato a asegurarse la reelección para el segundo y éste, solo para intentar influir en quien será su sucesor, pues se convierten en los únicos ciudadanos que no tienen el derecho a ser votados. Inversiones costosas y de largo plazo en saneamiento, obras hidráulicas en las cuencas de los ríos aguas arriba están fuera de la agenda: beneficiarían a administraciones venideras y no a la presente. El que venga atrás que arree. Mejor gastar en Carnavales, fuegos artificiales etc. Son baratos y dan votos ahora.

     Dejo para el final algo que me viene siempre a la cabeza cuando sucede un desastre natural. Se trata del uso partidario de las reacciones de las distintas administraciones. Aunque éstas raras veces aparcan sus diferencias para colaborar en pro de los ciudadanos afectados, a veces lo hacen, pasando por encima de fanáticos que usan las redes asociales  para sacarle punta a las cosas.

   En esta ocasión, los bolsonaristas han optado por acusar a la administración federal, a Lula, de falta de ayuda, de colocar trabas burocráticas a la llegada de recursos (han bajado un poco el tono en este asunto desde que la policía encontró que la “ayuda” que llevaba un camión consistía en varios kilos de cocaína). Y la izquierda ha insistido en la falta de previsión y de mantenimiento por parte del ayuntamiento, a pesar de las advertencias de los técnicos, al parecer todos ellos asquerosos comunistas, y en la permisividad del gobierno del Estado con las políticas medioambientales que han empeorado la capacidad  de la vegetación para retener agua.

   Logicamente, la opinión pública mide la actuación personal de los líderes ante las catástrofes. Fue famosa una foto de Bolsonaro cuando era Presidente conduciendo una moto acuática de vacaciones en la playa durante las inundaciones en el Estado de Bahia. Esa falta de empatía no mereció aplausos. Pero tampoco tiene los míos la imagen ritual del jefe visitando en helicóptero in situ el área del desastre. El jefe no necesita eso para saber lo que pasa, ese helicóptero debería estar en ese momento rescatando gente (o animales, como el ya famoso caballo Caramelo, que pasó varios dias en un tejado) y los acompañantes del jefe deberían estar trabajando en sus áreas.

     Dicho eso, la ola de solidaridad de todos los estamentos de la sociedad brasileña ha sido formidable. Desde donaciones de alimentos, ropa, medicinas, a la ayuda presencial de profesionales, médicos, veterinarios, etc. Pero eso no puede ser flor de un día. La recuperación de la vida, de las viviendas, del comercio, de la actividad industrial, de las propiedades agrarias durará años, consumirá muchos recursos y, lamentablemente, dejará de ser noticia de primera plana en los medios.

     Solo el tiempo dirá si la siguiente catástrofe medioambiental nos pillará prevenidos y con las tareas hechas. Y, aunque es bien sabido que dios es brasileño, tal vez esté cansado de tanta tontería. O muy ocupado salvando vidas de los niños de Gaza. Hagamos nuestra parte.

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