Brasil: El primer año de Lula


Por Manuel Ventura

    Hace por ahora un año, había entregado a la redacción del Pollo una crónica glosando la victoria de Lula y su toma de posesión para un tercer mandato, después de que hubiera gobernado Brasil entre 2002 y 2010.


Manuel Ventura
Corresponsal del Pollo Urbano en Brasil   

     Antes de que se publicara, tuvo lugar la invasión de las tres sedes de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial en Brasilia por parte de varios cientos de partidarios del ex presidente Bolsonaro, que pretendían forzar una intervención de las fuerzas armadas contra el gobierno que recién acababa de estrenarse. El RPD (Reverendo Padre Dionisio) me llamó a capítulo para preguntarme si deseaba modificar la crónica para integrar una valoración de los graves hechos. Decidí no hacerlo, para no crear en mis amables lectores una sensación de peligro irremediable para la joven democracia brasileña que empañara la sensación de gozo de haber acabado con cuatro años de pesadilla.

    Me alegro de no haberme equivocado. Es muy cierto que jugaba a mi favor la evidencia de que los golpes de Estado en América Latina solo salen adelante con la bendición de la Embajada de Estados Unidos y en ese momento quien ocupaba el salón oval de la Casa Blanca no era quien había intentado dar un golpe de estado en su propio pais. Pero no negaré que estuve varias semanas “con el culo preto”, porque los niveles de fanatismo y de rabia exhibidos por los bolsonaristas por haber perdido las elecciones alcanzaron niveles de paranoia.

    Estos días es noticia la apertura formal de investigaciones sobre la participación activa en dicha astracanada tanto del ex mandatario como de miembros del alto escalón de las fuerzas armadas, aunque ya han sido juzgados y condenados muchos de los que irrumpieron en el Senado, en el palacio presidencial y en la sede del STF (Supremo Tribunal Federal, el tribunal constitucional de Brasil) rompiendo muebles, cristales y obras de arte en aquel aciago 8 de enero del año pasado.

     Vale la pena recapitular sobre el retraso en esta demora de los procesos y entender sus motivos. En primer lugar, porque en un estado de derecho que se precie, son necesarias pruebas y no bastan las convicciones, como aquellas que llevaron a prisión al entonces ex presidente Lula para evitar que ganara las elecciones de 2018. Y las pruebas han aparecido ahora, al haberse llegado a un acuerdo para que las entregara el que fué ayudante de Bolsonaro, el teniente Mauro Cid.

    Hay que anotar que tanto el fiscal que acusó a Lula sin pruebas pero con convicciones como el juez que le condenó fueron elegidos en las elecciones de 2022, el primero como diputado y el segundo como senador. El primero ya ha sido cesado en su mandato, acusado de haber maniobrado con su candidatura para evitar una sanción administrativa que podría dejarlo inelegible. El segundo, el famoso Juez Sergio Moro, otrora adalid de la lucha contra la corrupción, hace frente a acusaciones de dirigir una red que recibía dinero a cambio de controlar las investigaciones sobre sus “donantes”. Y ha tenido que tragar el sapo de ver elegido como miembro del Supremo Tribunal Federal por una mayoría abrumadora de senadores a quien fué justamente el abogado defensor de Lula en los procesos que el propio Sergio Moro manipuló

    Volviendo al teniente Mauro Cid, este ya había sido procesado por participar en un turbio intento de vender en Estados Unidos joyas y regalos que habían sido entregados al ex mandatario Bolsonaro por Arabia Saudita y que eran propiedad de la Presidencia y no del Presidente. Y por haber participado en la falsificación del certificado de vacunación contra el covid del mandatario, enemigo de las vacunas pero necesitado del certificado para entrar en Estados Unidos. Pero ahora ha empezado a cantar. Entre otras cosas, que asesores de Bolsonaro prepararon un plan para dar un golpe de estado, anular las elecciones de 2022 y recolocar al ínclito en el sillón presidencial. Que el plan fué aprobado y presentado a los jefes de las fuerzas armadas. Que solo el jefe de la Armada, un almirante, se sumó a apoyar el golpe.

     De momento, Bolsonaro, que ya ha sido declarado inelegible hasta 2030 por el tribunal electoral, varios ex ministros, algunos mandos militares y el presidente de su partido (de su partido actual, pues ha circulado por más de 10 si no me falla la memoria) han sido imputados formalmente por la suprema corte.

    En fin, veremos en qué acaba todo esto. Y esperemos que esta vez se cumplan escrupulosamente todos los requisitos jurídicos de un proceso legal y limpio.

     Pero ya estoy oyendo a alguno de mis queridos lectores despotricar contra este humilde cronista: basta ya de hablar de Bolsonaro y dinos qué opinas del primer año del nuevo mandato de Lula.

    Vale, vamos a ello. Ya sé que, al contrario de lo que sucedía antaño, la valoración de la economía como pilar de un buen gobierno ha perdido muchos enteros. Además, si puede haber una buena bronca para qué andar debatiendo. Pero como estoy seguro de que entre los lectores del Pollo predomina la gente inteligente, comenzaré por los grandes datos económicos.

    El desempleo ha bajado dos puntos, hasta situarse en el 7,4% de la población activa. El PIB ha crecido el 3,4% y la inflación se ha reducido hasta el 4,62%. Todo ello, mejor que las previsiones que hicieron algunos agoreros ante la vuelta de la izquierda al poder. Pero, a pesar de ello, el Banco Central mantiene muy altos los tipos de interés. La dirección del BC, nombrada en tiempos de Bolsonaro y al amparo de la independencia sancionada legalmente, apenas los ha bajado, siendo hoy del 11,75%, con la consiguiente presión para las cuentas públicas y para la inversión.

    Pero hay sombras que mantienen las dudas acerca de la gestión gubernamental. Como os he explicado alguna vez, el sistema político brasileño está diseñado para que ningún partido pueda gobernar en solitario. Quien gana la elección presidencial debe pasar por caja para comprar, con cargos ministeriales, empresas públicas o con dinero en metálico, los votos que necesita para aprobar las leyes en el Congreso o en el Senado.

     Viejo zorro de la política, Lula, contra la opinión del ala más fundamentalista de su propio partido, el PT, ha hecho hueco en el Gobierno para alojar a representantes de lo que se llama coloquialmente el centrão, el gran centro, y ha comprometido parte del presupuesto para pagar lo que se llaman enmiendas parlamentarias, que consisten en aprobar proyectos que son del interés de los caciques regionales (una escuela, una carretera, un hospital,…) que dan soporte a la imagen de los proponentes y prácticamente garantizan su reelección.

    Eso le ha permitido que se aprueben leyes importantes, como la que regula las reglas generales de endeudamiento público, o que sean aprobados en el senado nombramientos importantes, como la del miembro del Tribunal Constitucional que antes os comentaba.

    En ese toma y daca, la clase política brasileña se prepara para las elecciones municipales que se celebrarán a fin de año. En las anteriores, hace cuatro años, la izquierda fué, literalmente, barrida. Esta vez espera mejores resultados. Especialmente simbólica será la elección en São Paulo. Y no solamente por su tamaño, sino porque por primera vez el PT, el partido de Lula, no presentará candidato a alcalde, sino que apoyará al candidato de otro partido, Guillermo Boulos, del PSOL, una escisión por la izquierda del PT. El propio Lula ha tenido que emplearse a fondo para que su partido acepte esa operación, destinada a combatir la imagen de que el PT patrimonializa el poder cuando puede ejercerlo. Quien sí será del PT es la candidata a vicealcaldesa en la misma chapa (lista) que Boulos. Se trata de Marta Suplicy, que fué alcaldesa por el PT, salió mal del partido, apoyó al actual alcalde derechista y ha vuelto al redil para intentar que la inmensa ciudad salga del marasmo urbanístico y social en que se encuentra.

     Ya os conté que Lula intenta recuperar el prestigio y la influencia de Brasil en el tablero de las naciones. Se estrenó colocándose en una situación incómoda por sus declaraciones sobre la invasión de Ucrania por parte de Putin. Convencido de que el conflicto no acabará en el campo de batalla, sino en la mesa de negociación, se ofrecía como mediador.

    Y en estos días, es noticia por haber comparado al gobierno israelita con los nazis que ejecutaron el Holocausto por su actuación en la franja de Gaza, donde las víctimas de los bombardeos del ejército israelita alcanzan, cuando escribo esto, los 29.000 civiles, de los cuales más de 10.000 son niños. El gobierno de Netanyahu le ha calificado de antisionista y le ha declarado persona non grata. Pero él no ha arremetido contra los judíos, sino contra Netanyahu.

    Creo firmemente que, como me enseñó un viejo maestro, el porcentaje de hijos de la gran puta es más o menos el mismo en cualquier colectivo humano, en cualquier partido, cualquier raza, cualquier religión, cualquier sexo. Y, si les señalas con el dedo, no estás señalando al colectivo al que pertenecen. Pues eso.

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