Por José Antonio Díaz Díaz[1] .
Bajo la etiqueta «fascismo» encontramos múltiples fenómenos que comparten oportunismo económico, político y cultural. El fascismo nunca desaparecerá en cuanto intereses, conflictos, y crisis conforman nuestra realidad, también la racionalidad y la fraternidad. Que prime lo primero o lo segundo en nuestra mano está.
Por José Antonio Díaz Díaz
Corresponsal del Pollo en Santa Cruz de Tenerife. Islas Canarias.
El 25 de abril de 1995 en la Universidad de Columbia (USA), en la conmemoración del 50 aniversario de la liberación de Italia del régimen fascista comandado por Mussolini, Umberto Eco impartió una conferencia que tituló «Ur-Fascismo» donde el uso del prefijo alemán `ur´ traducible por `proto’, denota un núcleo ideológico “primigenio”, y “atemporal” en el fascismo. Simbólicamente hablando, los huevos de la serpiente que a tenor de las circunstancias eclosionan o no. De ahí que también titulara la conferencia como “Fascismo eterno”.
En 2022, 77 años más tarde, en las elecciones generales del país de Umberto Eco, Georgia Meloni, la primera mujer que preside el Consejo de Ministros, y que se hace llamar “il presidente”, conforma un Gobierno ultraconservador coaligado por los Hermanos de Italia, Liga y Forza Italia (herederos de ese fascismo eterno) con un apoyo del 43% de los votos y un 35% de abstención (el primer partido en términos cuantitativos y posiblemente cualitativos, en cuanto es la constante que posibilita el acceso democrático al poder de los partidos fascistas). El programa está centrado en una agenda ultraconservadora, neoliberal, atlantista, revisora del diseño europeo, reactiva ante la inmigración, el movimiento LGTBI, anticomunista, y una agenda propositiva inspirada en la religión católica.
Los resultados de las elecciones europeas del 9 de junio de 2024 en Italia refrendan, aparentemente, al Gobierno ultraconservador actual. Aunque si observamos atentamente los resultados de las elecciones municipales parciales (17 millones de habitantes de 58,94) y 3700 ayuntamientos (de 7904) y el Gobierno del Piamonte, estas fueron ganadas por la alianza progresista entre el Partido Democrático (PD) y el Movimiento 5 Estrellas en todas las capitales de región, y la centroderecha en Piamonte. Y se confirma la fuerza del primer partido: la abstención, uno de cada tres votantes.
La política ha sido, -es-, drama y espectáculo, (con perdón para la farándula), la obra representada, siempre ha sido decidida por la empresa, que ha censurado o no el guion y elegido a la compañía. Solo cuando el público está instruido y organizado, el productor se atiene a programar conforme a los gustos de este. En la política pasa algo semejante, aunque con una diferencia relevante a tenor los tiempos, solo se representan obras de un solo acto, manda la publicidad y las redes sociales. Y su guion las más de las veces, es una paradoja en formato de performance que denota y connota a tenor de las expectativas. La política queda reducida a entretenimiento, a estética. Las campañas electorales, se diseñan en los despachos publicitarios, y se reducen a una marca, una consigna, una frase, una contraseña de un solo uso. La política deviene en simulación y apariencia, raya en la magia. De las campañas, -que no de la acción política (de esta no se habla, a veces, hasta se oculta)- se espera que en el común se desarrollen comportamientos de filiación al discurso propio y de fobia a los discursos de terceros. Gran parte de la política es la peor plasmación posible del teatro del absurdo, lo “único que cuenta son las palabras y lo demás es cháchara” (Eugène Ionesco). El relato político queda reducido a lenguaje inútil, palique y discurso vacío, que no denota, pero connota vía emociones con un malestar existencial que nos atrapa cual calima asfixiante, de la que no conocemos su composición. Primero, desafección, segunda aversión y tercera abstención generalizada, lo que coadyuva a eclosionar a los huevos de la serpiente.
El fascismo, los fascismos, no tiene una conceptualización fácil, y no se deja atrapar en una red conceptual, unívoca, clara y distinta. Sustancia, accidente y acción se confunden.
La RAE define el fascismo como “un movimiento político y social de carácter totalitario, circunscrito a la Italia del siglo XX, que [presuntamente] ha generado una doctrina [centrada] en el corporativismo y la exaltación nacionalista, que [trae consigo] una actitud autoritaria y antidemocrática”. Dicho de esa forma no cabe denotación presente alguna, y las connotaciones confunden en cuanto abren una nebulosa conceptual contradictoria, paradójica, difusa, extensa, y sin límites que no ayuda a entender la praxis política actual.
Podemos ejemplificar lo anterior con algunas referencias factuales, en primer lugar, la ya dicha, la dificultad de categorizar las prácticas políticas del fascismo ya que algunas son comunes en mayor o menor medida a actores políticos que no identificamos como fascistas, por ejemplo, el negacionismo. Segunda, la expresión `fascista’ se percibe y se usa, como un insulto. Tercera, hay una consciencia colectiva creciente de la existencia de conductas racistas y fóbicas contra la diversidad cultural en materia de sexo, género, ideología y crímenes de odio, que coexiste con un tuto revolutum donde se niega la diversidad, el valor terapéutico de las vacunas, el cambio climático y por contra se afirma el terraplanismo.
Es la banalidad del mal, difusión de ideas, que nos informan de que algo no funciona en nuestras sociedades, y que necesitamos ordenar y categorizar, en la esperanza de que ello coadyuve en la mejora de la resolución pautada de los conflictos que amenazan nuestra existencia como especie.
En las líneas que siguen, actualizaremos y comentaremos la propuesta de Umberto Eco, introduciendo unos nodos u organizadores: conocimiento, ideología y acción, que ordenan y acotan el significado de los conceptos propuestos por Eco a tenor de su posición en el relato político.
Primera observación, el fascismo, en general la política, requiere de análisis ad hoc, aplicación de principios, pero siempre, a situaciones dadas, concretas, lo contario posiblemente devenga en ideología en cuanto falsa conciencia.
Segunda observación, en materia de teoría política el fascismo no es propositivo, practica un latrocinio ideológico selectivo usando ideas de terceros simplificadas o transmutadas.
Concepción y función del conocimiento.
- Tradicionalismo, el fascismo comparte con el helenismo y el catolicismo contrarrevolucionario posterior a la Revolución francesa el dogmatismo de la verdad revelada. La tolerancia no tiene razón de ser. Verdad solo hay una, está en la tradición y solo hay que buscarla. Espacio fértil por otra parte para toda clase de conspiraciones.
- La modernidad es crítica racional, desacuerdo fundado a tenor del método usado, y resolución pautada de los problemas. El saber avanza conforme se resuelven las contradicciones. Si la verdad es una, mientras no se descubra, vivimos en el error. Ello no es admisible en el fascismo
- El modernismo por coherencia con lo anterior es rechazado en forma de triple negación: de una parte, la condena del capitalismo y por extensión del liberalismo (el pretexto), y su contrario, el socialismo (la falsa y depravada solución a las contradicciones del anterior); y de otra, la democracia burguesa y sobre todo la cosmovisión de la época, la ilustración (el texto).
- El irracionalismo, el rechazo de la racionalidad, deviene, no puede ser de otra forma, en culto a la emoción, al sentimiento, a la acción, a la voluntad, al poder en su estado esencial, en su presunta pureza. La acción es bella de por sí. En materia de arte, solo cabe la exaltación de los valores tradicionales, el resto es cultura degenerada.
Ideología: nacionalismo, unidad, cosificación, heroísmo, supremacismo y negacionismo.
- El nacionalismo. El fascismo es consciente de la funcionalidad de la identidad personal compartida, el sentido tribal, la necesidad de saberse parte de una comunidad. Es ahí donde cabe situar su idea de nacionalismo, derecho de suelo y sangre, haber nacido aquí, y la épica consiguiente. Es un relato que se construye en oposición con “los otros nacidos en otros países”. Seres con lengua, religión, valores, y costumbres distintas. Y cuando resulta conveniente se explota al máximo tales diferencias, vía chivos expiatorios, por ejemplo, los migrantes como responsables de la inseguridad. No es casual que los fascistas no quieran oír hablar de la UE, la entienden como una disolución del orden sociopolítico para ellos “natural”: la nación.
- Unidad. La diversidad y la pluralidad en cuanto principio es inaceptable. No cabe relato alguno que acepte la plurinacionalidad, o la comunidad de sujetos plurales y diferentes (cosmopolitismo), donde lo común sea ser persona, sujeto individual de derechos y obligaciones. Aceptar la diversidad implica romper la unidad metafísica de nación y pueblo, el sujeto de esta. Por ello explota y exacerba el miedo a la diferencia, especialmente de las personas poco instruidas o en situaciones de crisis personal y social. El fascismo no es blanco, ni negro, es etnocéntrico, es oportunista. Cultiva el supremacismo propio del ecosistema, sea cual sea este. Racismo, xenofobia, fobias culturales, serán sus banderas, y todas de conveniencia a tenor del espacio que ocupen y el potencial rendimiento del conflicto. Dicen aquello, que sus simpatizantes quieren (necesitan) escuchar, aunque sea rotundamente falso.
- Heroísmo. Sin épica, sin lucha, no hay héroes. Y donde hay lucha, hay violencia, y donde esta, sufrimiento. Este uso que hace del “sufrimiento” el fascismo es uno de los muchos ejemplos de su latrocinio ideológico. Así de la idea de superación y autoafirmación ante la adversidad contenida en la frase “lo que no te mata te hace más fuerte” (Nietzsche), se pasa a glorificar la cultura de resistencia y sacrificio extremo, glorificando el sufrimiento personal y colectivo en nombre de la grandeza nacional. Por consecuencia el pacifismo, la renuncia a luchar, el predominio de la negociación en el conflicto es degeneración, rendición. Solo cabe hablar de paz, como táctica, como pausa, si fuera el caso, para rearmarnos para la continuidad de la guerra. Pero surge una paradoja, si el enemigo nunca es derrotado, la guerra carece de sentido, y si lo es, llegará en algún momento la paz.
- La cosificación. Esa forma de ver el mundo requiere construir al distinto, no como adversario, sino como enemigo. No hay moneda sin cara y cruz. No hay militante “anti” sin opuesto. Es una militancia reactiva, no propositiva, necesita de un contrario presentado como hostil, y por ello susceptible de transformación en (no)persona, en cosa, o en un ser que no merece vivir en tu mismo suelo, y si fuera el caso, como recurso (siervo). Solo así cabe asumir la muerte de alguien a quien ni siquiera se le conoce. El lenguaje empleado en todas las guerras nos da una imagen representativa de la cosificación. Pero también el lenguaje de las bandas urbanas, o los grupos ultras en el deporte.
- Supremacismo. La guerra más allá del lenguaje y la épica genera riesgos propios que no todo el mundo quiere asumir, así que mientras esta llega toca transferir la voluntad implicada en esta a otras formas de violencia, menos peligrosas, por ejemplo, a la violencia urbana, en el deporte, hacia las mujeres, los homosexuales y transexuales, etc.
- Negacionismo. Este no es patrimonio del fascismo, es un elemento transcultural que nos indica cuan perdidos nos sentimos. Baste un ejemplo, el auge del terraplanismo en pleno siglo XXI. El fascismo ha puesto el foco sin embargo en la crisis climática, el calentamiento global o en la necesidad de migrantes. Son fenómenos más rentables en términos de movilización política.
La acción política: líder, partido, pueblo, tecnología y neolengua.
Tercera observación, la política requiere de actores e instrumentos. El Fascismo está demostrando una especial competencia en esas lides.
- Liderazgo y partido. En el imaginario fascista, hay líderes, guerreros, y trabajadores nada que no esté dicho. El partido es un espacio aristocrático, la casa de los valerosos. Los débiles no cuentan para el partido, salvo para funciones subalternas. Al líder no se le elije, él se impone (se le aclama) por su saber hacer, no hay más lideres que uno. No se vota, no se disiente, no se reflexiona. Se ordena y se obedece. El militante es coaptado y encuadrado en una organización piramidal. Pero un líder no elegido, sabe que su fuerza radica en la debilidad de los demás. Acatar y obedecer, requiere silencio y genera cohesión entre pares. En las organizaciones piramidales el “no aprecio” hacia los subordinados es una constante, son prescindibles. Silencio y no aprecio generan cohesión aparente en los distintos niveles de la pirámide, y la ambición la pone a prueba.
- El pueblo. Es un concepto usado por todas las ideologías como referencia de interés, todas hablan del pueblo, como sujeto colectivo de la política. En este contexto nos interesa el uso de «pueblo» en cuanto idea o entidad metafísica que expresa «voluntad común» y sustituye al individuo como sujeto político. Esta ficción legitima al populismo y sienta las bases para eliminar los partidos políticos, un pueblo, un partido, por innecesarios. El líder y el pueblo son el mismo sujeto, en cuanto el primero interpreta a este. Líder, partido y pueblo. La función del pueblo, aclamar los mensajes del líder, la del partido hacerlos cumplir, y la del líder conducir a uno y otro. El pueblo deviene en ficción teatral. La voz del pueblo será, -ya es en términos de consumo- un algoritmo. La democracia pierde su razón de ser. Por ahora se limitan a arrojar dudas sobre la legitimidad de los procesos electorales, y los procesos de toma de decisión.
- La tecnología. El uso de esta no es patrimonio del fascismo, salvo que resulta paradójico, a tenor de su posición sobre el valor del conocimiento y valor de la tradición. En resumen, como todas las fuerzas políticas adora las tecnologías relacionadas con la comunicación (recordemos el uso que hizo el nazismo de la radio) y sus ecosistemas de creación de contenidos no solo son de última generación, sino que posiblemente sean más eficaces que los de sus adversarios políticos.
- Neolengua es un término acuñado por George Orwell en “1984”, que en esencia propone un leguaje estructurado por una sintaxis elemental y un léxico limitado, una versión del juego infantil de inventar palabras, pero destinado a hacer buenos ciudadanos, eliminando todas aquellas expresiones contrarias al ideario del partido. El mejor ciudadano, aquel que menos palabras use. No creo que Orwell en 1949 llegara a pensar que 75 años más tarde, su artificio existiría en forma de redes sociales.
Cuarta observación. Resulta claro y evidente, que no existe una situación concreta ahora mismo donde se den todas las circunstancias descritas, amén de que faltan otras, y las señaladas se contradicen entre sí o se dan también en otras formas de despotismo o fanatismo, tanto por la derecha como por la izquierda, pero debe bastar con que una de ellas esté presente para llamar nuestra atención, pues de cualquiera de esos elementos en las circunstancias adecuadas puede surgir una nebulosa fascista.
Quinta observación, el fascismo actual gobierna y forma parte de los parlamentos. Usa sistemas en los que no cree y desprecia, y cuando tenga la oportunidad los eliminará sin más. Pero a priori actúa dentro de la legalidad vigente.
Sexta observación, la existencia de esos partidos no debilitan a la democracia, sino la falta de respuestas a la pregunta de porque la gente les vota, y sobre todo a la falta de soluciones a la dualización económica, el alimento del fascismo.
Séptima observación, se necesitan instrumentos parlamentarios y judiciales en el conjunto de la UE, que fiscalicen y vigilen a todos los partidos políticos: en materia de financiación, puertas giratorias y relaciones con lobbies (corrupción), redes sociales e IAG. Ello solo será posible, profundizando en la construcción de los EE. UU de Europa.
Octava observación, por ahora, todo parece indicar que la presión ultra por inclinar la UE hacia la extrema derecha está conjurada. Por cuánto tiempo, no se sabe. Más alarmante nos debe resultar que tras las elecciones de noviembre en USA, se acelere la construcción de una internacional fascista trasatlántica.
Novena observación. El «fascismo» se adapta a todo, puede eliminar gran parte de su programa. Siempre le queda su núcleo esencial: su desprecio a la democracia, y la diversidad cultural.
Decima y última observación. Sembrar dudas sobre los resultados electorales, denominar ilegítimo a un gobierno (sean cuales sean los socios), y usar en sede parlamentaria la consigna “no nos representa” hacia otro cargo electo, en vez de la crítica argumentada, no es solo, polarización política, son tres síntomas claros de proto fascismo.
En esta materia nadie es inocente, aunque la responsabilidad no cabe repartirla por igual. Los primeros y grandes responsables del fascismo son aquellos fondos de inversión y grandes corporaciones que con sus políticas condenan a la desigualdad y pobreza creciente a gran parte de la ciudadanía del mundo (dualización económica). Los segundos son los partidos políticos, obviamente unos más que otros, que han olvidado a donde nos conduce el coqueteo con determinadas formas de hacer política, y sobre todo su función principal gobernar económicamente, ponerle coto a la rapiña y el ecocidio que se hace en nombre del crecimiento, la riqueza y los beneficios.
La política necesaria está en la DUDH y las declaraciones que la desarrollan, estas se pueden modular por la derecha o por la izquierda, pero no cabe hacer políticas centradas contrarias a la declaración y todo lo que de ella se deriva, entre otras cuestiones la Agenda 2030, que a tenor de cómo se está abordando no solo es negada en su literalidad, sino en sus fundamentos, pero también nosotros la ciudadanía somos responsables, a la postre elegimos parlamentos que eligen gobiernos.
29 de junio de 2024.
[1] Profesor jubilado de Filosofía de Educación Secundaria. Miembro del Foro de Sevilla y colaborador del Instituto de Estudios para la Paz y la Cooperación.
https://orcid.org/0000-0001-7893-3503 joseantonio.iepec@gmail.com