Ribagorza: María la comadrona

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Por Feli Benítez

        Decían que María de la O era desgraciada a pesar de tenerlo todo…y hubo otra gitana que fue despedida con la maldición de ir de mano en mano como la falsa moneda. Por ser amiga de diversiones y ser alegre en su juventud, la Dolores se vio perseguida por una canción que la llenó de sinsabores e infamia.

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Feli Benitez
Corresponsal del Pollo Urbano en la Ribagorza
www.eltallerdefeli.blogspot.com

        Hubo un tiempo en el que pasodobles, coplas y jotas se encargaban de retratar a las mujeres; de decirles cómo se tenían que comportar y de lanzar todo tipo de admoniciones. Era difícil, mucho más que ahora, sustraerse al rol establecido desde una sociedad patriarcal y machista. Sin acceso a la educación, a la independencia económica, al mundo laboral, a la esfera de lo público; sin posibilidad de vivir la sexualidad de forma libre e informada, de controlar la maternidad, sin voz ni voto, las mujeres de principios del siglo XX tuvieron que sortear innumerables escollos, superar dificultades inimaginables hoy y combatir trabas que les impedían el desarrollo elemental como personas, que anulaban la posibilidad de incremento del propio potencial o el acceso a medidas correctoras en el caso de dificultades en su desarrollo como seres humanos.

                Las mujeres eran cantadas. Se les cantaba a ellas y se cantaba sobre ellas. Excepcionales eran las canciones en las que el punto de vista era el femenino. La mujer que recordaba unos ojos verdes desde el quicio de la mancebía vio silenciada su voz en muchas ocasiones.  Se puso gran celo en que, durante la dictadura del general Franco, se cambiase la letra y que no pudiese ser interpretada tal cual.

                Pero hubo un tiempo de esperanza –un oasis que quedó en espejismo, o, mejor dicho, en espejo roto con la Guerra Civil– un tiempo en el que se pudo pensar, presumir, soñar que las cosas podían ser distintas. Fue con la proclamación de la segunda República española. Esa República que tenía un ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes.

                Fue este ministerio el que el 22 de marzo de 1932, y en nombre del presidente de  la República, extendió y firmó el diploma que concedía a María Marro Español, natural de Torres del Obispo, el título de Matrona.

 

               María había demostrado su suficiencia en la universidad de Barcelona en el mes de octubre del año anterior y lo había hecho a la edad de treinta años. No era una jovencita inexperta con una titulación bajo el brazo y la vida por estrenar. En una época en la que la esperanza de vida para las mujeres era de cincuenta años, María era una mujer adulta, bregada y no sólo porque hubiese acumulado hitos en la línea del tiempo hasta llegar a la treintena; María había vivido en primera persona algunas de las experiencias más determinantes y trascendentes para una mujer: casada a los veinte años, vio morir a su primera hija a causa de la meningitis.

                Pasó el tiempo y María tuvo otro hijo y, algunos años más tarde, una hija. El niño se quedaría con el padre en Graus -el pueblo de la provincia de Huesca de donde era el marido de María y adonde se trasladó a vivir tras el matrimonio- mientras ella completaba sus estudios universitarios en Barcelona. Hasta la gran ciudad María se llevó a su hija pequeña y la determinación de llegar a tener una cualificación profesional. No sabemos (pero podemos imaginar los aprietos) cómo se organizaría María para atender todas sus responsabilidades. Su situación económica no debía ser desahogada pues trabajaba en el Hospital Clínico para costearse los estudios.

                Si la distancia que separa hoy en día la vida de una ciudad como Barcelona y una población como Graus -a pesar de la mejora en las comunicaciones-  es enorme, hace cien años era aún mayor. Sin embargo María tenía su vida en el pueblo. Allí estaban su marido, su hijo, su casa y su trabajo y volvió. Pero si la distancia física y de modos y costumbres entre Barcelona y Graus era profunda, mayor, abismal, astronómica tuvo que ser la distancia entre la vida que María creyó poder tener y lo que el destino habría de depararle: cuatro años más tarde, militares españoles se alzaban en rebeldía contra el Gobierno al que habían jurado defender iniciando una contienda civil que duró tres años y que dejó al país sumido en la pobreza y con una dictadura militar gobernando sus designios.

                María siguió trabajando. Vio como el pago de sus servicios pasaba de ser en moneda a ser en forma de cartilla durante la guerra. Siguió trabajando incluso para los que no podían costear sus servicios aceptando el pago en especie. Pero fue más allá: en el caso de una mujer que no tenía para pagarle (porque apenas tenían sustento para ella misma) en lugar de hacerle contraer deuda alguna, le procuró alimento y gestionó la llegada de ayuda; y en este punto, encontramos una información relevante que nos ayuda a completar el retrato de María, a la que alguno podría llamarla «gitana», en el buen sentido de la palabra, porque era capaz de salir al jardín vestida informal sin preocuparse de someterse a los convencionalismos imperantes o la moral coercitiva y dando muestras de una libertad personal envidiable,  una anécdota que nos dice bien a las claras el papel que llegó a jugar María en su sociedad: procuró a la parturienta un rosario y estampitas de santos. Habló con la Iglesia para que le procurasen ayuda y aleccionó a la mujer para representar un sainete cada vez que fuesen a visitarla rodeándose de los elementos que dispondrían el buen ánimo de los benefactores (una de las señas de identidad ideológica del franquismo fue el nacionalcatolicismo). María era una profesional con formación sólida. Su código ontológico la obligaba al cumplimiento de su cometido y se las ingeniaba para no faltar a sus deberes. Cito un fragmento del alcance de la profesión de María:

«La matrona está reconocida como el profesional responsable de brindar a las mujeres el soporte, cuidado y asesoramiento necesarios durante el embarazo, parto y el puerperio, de dirigir nacimientos bajo su propia responsabilidad y de proporcionar cuidados al recién nacido y al lactante. Este cuidado incluye medidas preventivas, la promoción del nacimiento natural, la detección de complicaciones en madre y niño, el acceso a atención médica u otra apropiada asistencia y la toma de medidas de emergencia.

La matrona tiene la importante tarea de brindar educación y asesoría en salud, no sólo para la mujer, sino también para la familia y la comunidad. Este trabajo debe incluir la educación prenatal y la preparación para ser padres y puede extenderse a la salud de la mujer, la salud sexual o reproductiva, y el cuidado de los niños.

Una matrona puede ejercer en cualquier entorno, incluyendo la casa, comunidad, hospitales, clínicas o centros de salud»

(Nota: enlace a la fuente)

            Y tras leer este fragmento, entenderemos mejor el segundo relato que nos habla de María marchando a lomos de un burro, a través de la nieve, a turnos con el propietario del animal, hacia la casa en la que una embarazada estaba a punto de dar a luz.

            Poblaciones de la Ribagorza a las que tan sólo separan unos minutos en coche por carretera en la actualidad, se encontraban alejadas, muy retiradas cuando había que cubrir la distancia por caminos de herradura. Tan alejadas que cuando María y el arriero estaban llegando a la casa señalada, apareció el marido diciéndoles que podían volverse por donde habían venido pues su mujer ya había parido sola. No sabemos si fue la penuria económica y el no poder hacer frente al pago de los servicios de María o la miseria moral del individuo la que le hizo hablar así, el caso es que de poco le sirvió. María se enfrentó a él y dejó clara su autoridad: el arriero tenía que comer y descansar y ella tenía que ver a la parturienta y al recién nacido. Punto.

            Su título era de Matrona aunque sólo sirviese para nombrarla sobre el papel pues era conocida como la comadrona, una denominación más popular, más cercana, que terminaría dando nombre a su casa y a la de sus descendientes hasta hoy día.

            María murió en el año 1974, un año antes que el dictador. No creo que tuviese la oportunidad de escuchar las canciones de Carlos Cano que recuperó e hizo contemporánea la copla dando voz a mujeres que cuentan su historia, sus deseos, sus tristezas y lo hacen en primera persona «…donde rompen las olas, besó su boca
y se entregó»… » ¡Fado! porque me faltan sus ojos. ¡Fado! porque me falta su boca…» Es María la portuguesa la que canta a través de Carlos Cano. Os dejo aquí el enlace de esta canción para quien quiera escucharla.

            Os dejo también la historia de María la comadrona para quien quiera oírla; para que no se pierda el recuerdo de su historia en la niebla del olvido. Creo que toda persona singular y buena para su sociedad tendría que tener una canción con su nombre. María la comadrona hace que a su nieta le sonrían con afecto y benevolencia cuando descubren de quién es descendiente. Hace que las caras se iluminen con su recuerdo a pesar de llevar décadas muerta. Su nombre lleva música. No nos olvidamos de María la comadrona.

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