La judería de Uncastillo


Coordina: Antonio Morata

   La comunidad judía en sus orígenes se asentó en el interior del castrum, pero a mediados del siglo XIII disponía ya de un barrio propio vertebrado en torno a un eje central, conocido como la carrera mayor, correspondiente con la actual calle de Barrio Nuevo, nombre que en 1492…

…designaba todo el distrito hebreo. En un segundo rango, confluyendo perpendicularmente, se sitúan los callizos o gallizos, con o sin salida, que cumplen fines diversos: adarves para desagües, conexión con la fortaleza o acceso a las viviendas.

   El barrio es un espacio dotado de una gran personalidad, delimitado mediante portales que se situaban en ambos extremos de la calle –en la intersección con la calle Roncesvalles y en las proximidades del palacio de Martín el Humano–, así como pequeños trenques laterales en las bifurcaciones que conducen al exterior, los cuales se cerraban por la noche o en caso de peligro (Semana Santa, pestes, conflictos armados, etc.). Todavía perdura el arco de medio punto adovelado que emboca con el gallizo de Valero.

   Las viviendas se alinean a modo de largas hileras poco profundas, adaptándose a las curvas de nivel. El escalonamiento de las parcelas para salvar las pendientes es menor en la margen que linda con el río Riquel. En el gallizo del Herrero se aprecia la típica construcción de vivienda trazada a modo de pasadizo.

La judería oculta

    Maquillados por las actuales fachadas existen todavía restos de esta retícula que comunicaban las viviendas con el corazón de la manzana, y que cayeron en desuso a principios del siglo XVI, tal y como se puede apreciar en los patios interiores de las casas señaladas con los números 30 y 35.

   La introversión de su geografía todavía es patente si se visita la judería desde el tramo de intersección con la calle Roncesvalles, donde cualquier observador atento experimenta que el universo espacial es muy distinto al cristiano. Después de más de quinientos años, el barrio mantiene un carácter marginal frente a los ejes culturales, artísticos y económicos que generan la calle de Mediavilla y la plaza de la Villa, situadas en la ladera opuesta de la formidable fortaleza.

 

La sinagoga

    La sinoga mayor o sinoga de la judería fue edificada a fines del siglo XIII o comienzos del XIV en la margen que vierte al río Riguel. Se entraba mediante un patio, del que se conservan las dos puertas de acceso practicadas en la fachada. Disponía de un espacio para las mujeres o matroneo, así como baños, columbarios, corrales y hornos. Las excavaciones arqueológicas realizadas en el inmueble número 24 de la calle Barrionuevo han deparado varias columnas de gran porte, así como abundante cerámica, una de ellas con la estrella David. Aunque no era un edificio excesivamente amplio, presentaba unas dimensiones considerables. De hecho, los jurados adquirieron el edificio para usarlo como casa consistorial en 1508 por 2.000 sueldos, es decir, diez veces más que el precio medio de una vivienda particular, en tanto se construía el actual ayuntamiento renacentista.

    El espacio urbano albergó unas treinta familias, cuyas viviendas expresan gráficamente su importancia social: arcos de medio punto en piedra, las elites (mercaderes, financieros, médicos, etc.), y dinteles de madera, las clases más modestas (zapateros, tejedores, curtidores). Se accede mediante un zaguán en torno al cual existen pequeñas estancias anejas (bodegas, corrales, talleres, etc.). Las alcobas se sitúan en la parte noble, mientras que la cocina, con un hogar central o lateral, dispone de cadiras. No abundan los huecos en las fachadas, diseñados para iluminar y ventilar las habitaciones.

   Cumpliendo imperativos religiosos, el lugar de sepelimiento se halla extramuros, en terreno virgen e inculto, sobre una ladera y próximo a un río, con las tumbas abocadas hacia Israel. El cortejo fúnebre para llegar a sus inmediaciones atravesaba el puente de los Judíos. Propiedad de la aljama, estaba delimitado por una cerca, entrándose en el recinto a través de una puerta con una inscripción que rezaba: “Ésta es la casa de la eternidad”. La lápida del anciano, el justo y sabio rabí Meir, hijo del honorable rabí Yaaqob, fechada en 1079, y actualmente en paradero desconocido, constituye uno de los testimonios materiales más antiguos de la presencia judía en la zona.

  Tras las primeras actuaciones arqueológicas efectuadas en 1992, se han llevado a cabo tareas de protección (1994-2000). Conserva unas 150 tumbas intactas excavadas en tierra o perforando la roca, cubiertas mediante lajas rectangulares. Los cadáveres se hallan decúbito supino, con los brazos extendidos sobre la cadera o paralelos al tronco.

Texto extraído de Miguel Ángel Motis Dolader, Guía turística de las juderías de Aragón, Prames, 2011.

 

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