Una excursión por “Mulleres”, el valle escondido


Por Eugenio Mateo

Me he permitido denominar a este majestuoso valle pirenaico como «escondido» porque a pesar de figurar en todos los recorridos aconsejados por las guías de actividades del Valle de Aran, su entrada, justo donde se encuentra el túnel de Viella, le sustrae del carácter recóndito que disfrutan otros valles, incluso de costas más bajas porque no es baladí que el Valle de Mulleres encuentre su cúspide en la cima del Tuc de Mulleres, con 3010m de altitud y sea ruta para conquistar otros tres miles del Macizo de las Maladetas.

Contemplando de cerca la cumbre del Mulleres no se puede evitar la comparación con la del Aneto cercano ya que ambas se forman con una larga cresta de bloques de granito que les confiere aspecto de arca varada.

La excursión comienza justo en la boca sur del túnel de Viella. Una senda se abre paralela a esa entrada enfrente del antiguo Hospital de Viella, de origen medieval, que sirvió de hospital de acogida para los peregrinos que cruzaban el Puerto de Viella, única salida del Valle de Arán hacia el sur. Pasamos junto a unas casamatas y bunkers de la guerra civil y enseguida la senda se adentra en un oscuro hayedo que nos sirve de refugio para mitigar el sol. La senda se hace difícil de seguir en algunos tramos pero el río hace de referencia y el recorrido hasta la primera cascada que encontraremos en media hora es poco exigente y apto para todos. A pesar del aparentemente fácil itinerario, la vista se eleva por encima del bosque para comprobar que la referencia del inicio queda unos 100 metros por debajo de donde estamos.

Este bravo torrente es el neonato Noguera Ribagorzana que regará muchas tierras antes de rendir sus aguas al Segre. Unos metros más allá de donde se encuentra este salto el valle se abre a un grandioso circo que forma un desecado fondo de un antiguo ibón. Estamos en la Plana de Mulleres. El viento a estas horas tempranas sopla hoy fuerte y sacude a los intrépidos álamos que acompañan a los cada vez mas escasos pinos negros. Dentro de un rato, sólo las gleras de roca y la hierba agostada nos acompañaran en la subida.

Dejamos la Plana de Mulleres y ascendemos la pista hasta un nuevo lecho desecado, la Pleta Nova. A nuestra derecha nos escolta la Sierra Gerbosa con su atalaya, el Pico Gerbosa, que semeja un mastodóntico cráter por el que la tierra hubiera escupido sus entrañas a 2841 metros de altitud. Detrás asoma el cono del Cap de Toro con 2975 m. La cresta erizada del Mulleres no se deja ver todavía y pone de precio seguir la ascención. Su atracción es demasiado fuerte, quizá un imán; lo cierto es que seguimos subiendo por esa estrecha senda que se convierte en cascada a veces, sabedores de que tras la empinada cuesta podremos verla, tan alta como indiferente a nuestra presencia. En todo el recorrido hasta aquí hemos sido vigilados por las Crestas de Feixan, con sus dos cíclopes, el Mig de la Tallada de 2797 m. y Pic de la Tallada de 2955, que son los guardianes del paso. No hace demasiado tiempo que el glaciar de la Tallada brillaba al sol en un día cómo éste y sin embargo no existe en nuestra memoria un signo de orfandad que haga echarlo en falta. Ahora son las gleras las que protegen sus intrincadas vías de ascenso. Son los nuevos tiempos que agostan el paisaje.

Conforme vamos ganando altura, la cumbre descarada del Cap de Toro se va haciendo omnipresente. Unos cuántos pasos más y llegaremos al nacimiento del Noguera Ribagorzana: los tres ibones de Mulleres. Merece la pena dar descanso a los ojos y dejar que vuelen por el este, hacia el Besiberri Nord o a las cimas de Colomers. Cruzar sobre el Sarraera y el Puerto de Viella, pero sobre todo sentir la propia pequeñez ante el gigante que por fin se deja ver en su esplendor. Hoy no subiremos. Nos contentamos con verlo desde el refugio de Mulleres, a 2350 m. con los tres estanys reflejando el azul que los cubre. Los casi 700 restantes ya fueron recorridos años ha.

Hemos llegado de nuevo al inicio de la travesía, no sin antes haber refrescado los pies convenientemente en el Noguera. Mientras vamos en busca del coche, paralelo a nosotros discurre un tráfico que parece ignorar qué se esconde donde acaba el bosque.

No me sustraigo de incluir una fotografía del Tuc de Mulleres en su inmediato esplendor que me ha dejado un amigo, aunque me devuelva al pasado (Esta fotografía hace de llamada al reportaje)