Salinas de Jaca, reencuentro con la foz


Por Eugenio Mateo (texto y fotos)

Acerca de la ruta de Salinas nuevo a Salinas viejo se ha escrito mucho. Hay que tener en cuenta que es una excursión accesible pero sobre todo que recorre unos parajes que aún guardan la magia de los lugares insólitos.

Sabemos que Salinas de Jaca fue una población rica, que data del XI, merced al pozo de sal que abastecía al Monasterio de Ruesta. Sabemos que en los años 50 del siglo XX, los habitantes fueron obligados a desalojar su pueblo al socaire de unos pretendidos deslizamientos de tierra aunque quizá la actividad de los maquis tuvo algo que ver.

Sabemos de estas tierras con cercanía y por eso hemos querido reencontrarnos con la senda, con la foz desafiante a modo de muralla. Los buitres nos miran allá arriba, el cielo es indeciso. Han anunciado lluvias. Estamos en primavera.

Franqueando el regio paredón encontramos lo que buscamos: el silencio. Silencio que rebota en las paredes de roca que se yerguen frente a frente, paralelas unas de otras, estatuas de arena del último diluvio. Acaso un cuervo distrae nuestra recogimiento pero la tierra expele un frescor en forma de suspiro mineral y los pies lo sienten mientras caminan senda arriba.

Cerca, en la distancia que marca la mirada, hay vida. Las chimeneas de Villalangua nos envían señales de humo pero con afán buscamos la pendiente. Tras el boj asoma una torre. La torre de la iglesia de Santa Maria Magdalena. Son los campos de Salinas. Hay vida en estos muros de tosca y piedra dormitando para siempre.

No se conocen de fantasmas a plena luz del día; no se conoce siquiera su existencia pero si se mira fijo hacia la uve doble de la Osqueta se presienten vuelos por los manzanos en flor, promesas de manzanas que nadie comerá.

Queremos beber en el pozo de la sal para sentirnos náufragos en un mar de calma chicha en el que reposa la memoria de tantos como fueron, enmarañada en las zarzas de la desolación, sojuzgada por la sombra de las crestas que todo lo circundan, floreciente en los brotes de las aliagas que apuntan de amarillo el almanaque de los duendes.

Las nubes deciden que tiene que llover. Nuestro reloj se ha parado para cuando reiniciamos la vuelta hacia lo plano.

Fuente: http://eugeniomateo.blogspot.com.es/

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