Los Pioneros (I)


Coordina: Eduardo Viesca

LOS PIONEROS

Recopilación, digitalización y texto: Hnos. Viesca Latorre

 

Fondo fotográfico de Francisco Ramón Abella «El Galletas» (q.l.t.l.s.l.)

       No cabe duda que desde que las retinas y el cerebro humano son impresionables, las montañas en su aspecto contemplativo aportaron a los individuos sensaciones lúdicas y placenteras.



     Con la revolución industrial en occidente nace el concepto de tiempo de ocio, en principio sólo paras las clases pudientes y acaudaladas, pero las distintas luchas y conquistas sociales permiten la generalización de este hecho a las clases más bajas (económicamente hablando). Esto hay que recordarlo, para si es posible aumentarlo, del tiempo de ocio hablo, y porque no del salario. No hay que permitir la «chinalización» de nuestra vida y nuestro trabajo. Finalizado el manifiesto, sigo con lo que me da royalties.



    La satisfacción visual para algunos ya no es suficiente, lo cual genera una necesidad de adentrarse en esos riscos inaccesibles, conocerlos y conquistarlos, en definitiva poseerlos con todos los sentidos.



    En principio son personajes pertenecientes a las clases acaudaladas y poderosas a los que cautiva la desafiante visión aventurera y deportiva de las montañas. Su posición social se lo permite, pero siempre acompañados de un lugareño, habitualmente un autóctono dedicado a las tareas de pastoreo, conocedores del entorno y habituados a trepar en busca de animales enriscados, y que muchas veces iban un poco más allá para ver lo que había detrás.



    España en la época que surgen los pioneros, se encuentra en pleno proceso de descolonización y con de la guerra de Cuba como proceso bélico. El espíritu aventurero se transforma en espíritu de supervivencia. Un hito fue la ascensión en 1906 al Naranjo de Bulnes, por un aristócrata y un lugareño «El Cainejo» (Descalzo subió el pajarito). Las diversas ascensiones a otros picos por regla general las efectúan extranjeros guiados por nativos de la zona, que trasportaban la carga de la aventura (Los sherpas del Nepal no nos son tan ajenos).



    En España no es hasta los años cuarenta ya terminada la guerra civil, cuando surge la afición y disfrute de la montaña, por parte de toda clase de personas, a veces amparadas en organizaciones afines al régimen, lo cual les permitía acceder a un material prohibido económicamente, y siempre superando las dificultades a base de sacrificio e imaginación.



   Para ellos el concepto deportivo es amplio, el montañero es senderista, escalador, esquiador, etc. Los desplazamientos a Riglos o al Pirineo son caros y no se podían hacer con la frecuencia que desearían, pero eso no les impide disfrutar, vivir y convivir con la naturaleza y los amigos en Valdegurriana o en el Castillo de Miranda por ejemplo.

   Esta afición, en abundantes casos obsesiva, esclaviza a los que la practican. A mi modo de ver una parte fundamental de esta subyugación, es la explosión sensorial que conlleva la relación con la montaña, pocas actividades generan una actividad tan generosa, tan amplia y con tantos matices de todos los sentidos. En los aspectos emotivos ni me atrevo a entar.

   En sí misma es un hecho cultural, que motiva a fotógrafos, pintores, escritores, músicos etc.

   Las fotos que acompañan este texto, tratan de aportar «su visión» de una montaña casi virgen, y el amor que le profesaban, sentimiento que algunos afortunados, entre los que nos incluimos, nos fue transmitido y seguimos cultivando.

   ¡Va por ellos!

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