Colectiva en el Centro de Historia(s) de Zaragoza: «Proyecto Zeta»


Por Don Quiterio

      La “z”, en frío rigor académico, es la vigesimoséptima y última letra del alfabeto español y la vigesimosegunda de las consonantes, y representa un sonido fricativo interdental sordo. También es el título del proyecto que han desarrollado la artista Susana Vacas y el colectivo La Casa de Zitas.

    La esencia de esta exposición es reunir los trabajos de noventa y siete artistas zaragozanos o vinculados con la ciudad en los que desarrollan su creatividad a partir de la letra “z”, su potencial simbólico y su vinculación con Zaragoza, que la incluye en su nombre por partida doble. Se trata de un proyecto en el que se ofrecen obras de prácticamente todas las disciplinas artísticas (lenguaje neoexpresionista, surrealista, conceptual, hiperrealista…) e, incluso, mezclando algunas de ellas. Algunos autores se comportan con bastante corrección y sencillez, y han reclutado nombres que empiezan por esa letra para generar sus temas. Otros se enfrascan en un proceso de rupturas para que el proyecto resulte original y ambicioso. El resultado final es una muestra interdisciplinar que alude al signo, al alfabeto griego, a Zaragoza y a otros conceptos. En cuanto a la unidad, si la tiene, viene dada por casi un centenar de maneras, tanto de forma como de fondo. Las obras sólo marcan un camino y los caminos son siempre variadísimos. Cada cual elige el suyo. Entre dudas, fracasos y aciertos.



     Después de todo, en el último lugar del abecedario, está la zeta, la afilada y limpia zeta. Zeta de presente, mañana, inicio de curso, futuro y mayoría de edad. Zeta cotidiana, tranquila y quieta zeta. Zeta que parece el cemento que mantiene sujeto el cielo. Zeta masiva, indolente zeta. Zeta absoluta, poderosa zeta, apoderándose de todo, dominándolo todo. Zeta agitada, turbulenta. Tormenta larvada, superviviente y deseada zeta. Zeta que quema, preñada de ruidos y preguntas. Zeta marcial, inquieta zeta. Zeta de miedo, de disimulo, de delación. Zeta de insomnio, de amanecer. Zetas amables que nada dicen, hermandad que de nada sirve ni salva. Zeta trémula, asustada zeta. Zeta final, zeta rota, muerte, sepultada zeta. Zeta de locura, de hipocresía, de resignación, la soledad. Débil zeta, el miedo como prefacio en una obra demoledora, el miedo como herencia, como eco y la nueva zeta sin encajar. Zeta encendida, recuerdo, zeta de ayer. Zetas maestras, importantes, interesantes, mediocres, malas.



    Zetas, en fin, para todos los gustos, en un colectivo formado por pintores, diseñadores gráficos, escultores, poetas, bibliófilos, videoartistas, fotógrafos o arquitectos: la noche saturnal de Sergio Abraín, el control de Nuria Vela, el puente de Antonio Vázquez, la aldea de Susana Vacas, el tampón de Jorge Vela, el agua de Vicente Almazán, el sueño de Esther Andaluz, el color de Mariano Anós, el ajedrez de Christ Tod, la coreografía de Concha Tejero y Rafael Álvarez, la borraja de Elvira Tartaj, las velas de Éktor Tachuela, el zafiro de Mireya Soriano, los zapatos de Helena Santolaya, la memoria de María José Sanjuán, las galaxias de Carmen Salas, la diferencia de Lidia Cristina Sáenz, el universo de Rosa Ruiz, las mariposas de Eugenio Arnao, la espuma de Miguel Ángel Arrudi, la cartografía de Iguácel Asín, la lluvia de Serafina Balasch, los alambres de Gema Beatriz, el título de Ana Bendicho, el arte postal de Pedro Bericat, el teatro de Tamara Blanco, el cinematógrafo de Carlos Calvo, la calavera de Pepe Montero, los brillos de Chus Blasco, la cebra de Juan Luis Borra, el desastre sonriente de Mari Burges, el gazapo de Clemente Calvo, la perrita de Nieves Ruiz, el núcleo de Luis Roser, el despertar de Óscar Ribote, el río de Víctor Recua, el lápiz de Leticia Calvo, los corazones de Tony Pueyo y Paloma Calvo, el arte imperecedero de José Carvajal, el cantor de Paco Rallo, la inquietud de Dani Rabanaque, la construcción de Débora Quelle, la cama de Inma Parra, la tentación de Mer Cruz y Raúl García…



   Zetas majetas. Zetas majaretas. Zetas petardas. Peta-Zetas. Más zetas: el Romeo pecador de Rosana Sanz, el Morfeo mitológico de Marta Marco, el yeso de Alfonso Ortiz Remacha, el audiovisual de Miguel Ángel Ordovás, la servilleta de Daniel Olano, la “nouvelle cuisine” de Marta Navarro, el fin de Mumamel, la mirada de Flor Moreno, el reloj de Sandy Montoro, el concepto de Sonia Abraín, los escritores aragoneses de José Melero, la serpentina de Alonso Cordel, los equilibrios de Edrix Cruzado, el orientalismo de Pedro de la Flor, las vanas apariencias de Isabel Echeverría, el manuscrito de Charo Escanero, el cachirulo de Eduardo Fariña, las mentes cerradas de Luis Farony, el peluche de Jorge Fuembuena, la reivindicación de María Dolores Galilea, la acrobática dormilona de José Luis Gamboa, el “filemón” de David Mayor, el trípode de Charo Martínez, la zozobra de Gerardo García Ortín, la pizarra de José Garrido, el espejo de Pilar Gasós, el grito de Sagrario Manrique, el burka de Pilar Manrique, el textil latido de Maite Coscolla, el movimiento pendular de Belén y Alejandro López, los zombies de Pablo Lázaro, el zoco de Anais Layed, la caja de Raúl Jiménez, el zorro baturro de Enrique Lafuente, las espinas de Joaquín Lázaro, el cordel de Reiner Izquierdo, la cuchara de Amaya Ibeas, el ojo de Eduardo Guillén, los sueños de Inma Grau, la eternidad de Montse Grao, el zoo de Félix Eloy González, el automóvil de Rafael Gómez Pelufo, el mapa fonético de Gofer, los fluidos corporales de Tomás Gimeno, la sonoridad de Chema López y Kiko Aguas…



   Para los moralistas del final del siglo XVII, como para los ilustrados del XVIII, dar nombre es restablecer orden y sentido. “Proyecto Zeta” es deshacerse en afectos, en fervores, en entusiasmos. Entender tan solo el necesario nexo causal entre las cosas. Ése es el lema en torno al cual gira este proyecto. Atenerse a la cautela de la descripción analítica, en la amplia medida de sus posibilidades. El afecto mueve el espectáculo de este singular juego en esta Zaragoza de cielo ceniciento y pragmático. Sosiego del conocimiento, zozobra de la doctrina. Aquello que escapa a clasificaciones y sentidos dispara el desasosiego.

    Una exposición que tiene, además de la originalidad de los trabajos, el acento del buen gusto realizador, la creatividad y el buen aprovechamiento de los recursos propios que cada autor aporta a sus obras. Zetas que los artistas tratan con mimo y primor, con la delicadeza propia de unas manos que ven en la letra la sutileza de los más sensible y bello, de lo más delicado, y que, con distintas técnicas, consiguen unos resultados llenos de encanto y colorido, en composiciones equilibradas y sentidas. Las zetas adquieren una nueva dimensión, siempre sin perder el trazo que las distingue, logrando texturas y formas nuevas, sirviendo de medio y método de experimentación, de vínculo de acercamiento entre los autores y los ojos que ven admirados como la transformación es fruto del arte y acierto de quien las ofrece. La belleza, el trazo, está siempre presente, se advierte en muchas de estas composiciones “zetales” que no pretenden otra cosa que mostrar los colores y las formas, la mutación en una nueva configuración que sirven de materia prima para concebirse como forma de expresión. Un método que los autores conocen bien y desarrollan con finura y exquisitez, con tacto y detalle, con todo su interés y entrega.

   Decir zeta es una manera de encantar. El nombre de una cosa es la misma cosa, cuando la cosa tiene nombre. Hay palabras que saben a hierba o a mar. Las hay que huelen a caramelo. Los objetos buscan una identidad, de la misma manera que tardaron siglos en aparecer dioses, ruedas, amor, culpa. La zeta se resiste a ser nombrada porque quiere ser agua, río, cascada o mar. Las zetas maduran, logran su esplendor a base de aceptar la biografía sin atestados. Nada es tan cruel como la naturaleza. Nada es tan bello como estas zetas miradas a trasluz. La zeta peina canas, sueña con uñas rotas. Las zetas intentan sobrevalorar cada acción en el mercado de las justificaciones. Las zetas aplanan los terrones en el ribazo antes de que la máquina dibuje paisajes discordantes. Estas zetas sacudiendo el maizal inspiran al poeta composiciones líricas. El canto se forma en el eco de la caverna disfrazando zetas con alevosía. Llega el sabio y marca el compás. Y quita la costra para abrir la herida.

    El debate entre razón y fantasía está presente en todo el proyecto, una recopilación de obras dispersas y extensas, realizadas con muy diferentes tono, interés y sentido. Así que este “proyecto zeta” no es tanto la explicación de una obra de dirección única como el paraguas bajo el que se cobija todos estos materiales huérfanos. Zetas huérfanas, en efecto. Zetas afectivas, acaso. Zetas analíticas, a veces. Zetas teñidas, casi nunca. Zetas viejas pero feas. Zetas que saben y no saben. Zetas históricas. Zetas juguetonas. Zetas cinéfilas. Zetas literarias. Zetas fotográficas. Zetas pornográficas. Zetas privilegiadas. Zetas anónimas. Zetas que zumban. Zetas que no. Zetas convencidas. Zetas que no convencen. Zetas que recaudan. Zetas que ahorran. Zetas que lloran. Zetas que patalean. Zetas odiosas. Zetas con presupuesto. Zetas subvencionadas. Zetas con prórroga. Zetas deudoras. Zetas efectivas. Zetas afectadas. Zetas silenciosas. Zetas que se acercan. Zetas que se alejan. Zetas autónomas. Zetas estatales. Zetas encorsetadas. Zetas sabrosonas. Zetas esqueléticas. Zetas manguis. Zetas policiales. Zetas ganadoras. Zetas perdedoras. Zetas que despegan, vuelan y aterrizan. Zetas agudas, pensadas y sutiles. Zetas con texto, que ensalzan la obra y les da forma y sentido.

    La poeta Sagrario Manrique nos presenta un collage con una poesía sobre papel y madera que dice plásticamente así: “Hay tambores / llamando / a desengaño / cicatrices / que mueren / en domingo / zapatos zurdos / buscando / tu camino / corazones / gastados / de tanto / grito”. El cinéfilo Carlos Calvo nos ofrece otro collage sobre baldosa antigua y un texto sobre las zozobras del primer cinematógrafo, esa imagen en movimiento convertida en una de las artes más populares de la historia de la humanidad: “El matemático Horner, en 1834, desarrolla el zoótropo. En 1889 aparece el zoogiroscopio, inventado por el también británico Muybridge, el verdadero precursor del cine, quien, posteriormente, mejora su técnica con el zoopraxographical, descomposición frecuencial de fotografías. Antes, la combinación de proyector y filme la desarrolla Zahn, autor de numerosos inventos que contribuyen al perfeccionamiento de la “linterna mágica”. En 1897 nace la industria cinematográfica y es el francés Zecca uno de sus fundadores. Zaragoza es cuna española con la “salida pilarista” de los Jimeno. A partir de 1912 surge Hollywood con los grandes productores como el irrepetible Zukor. A estos temas se refiere el historiador alemán Zglinicki en un trabajo publicado en 1956. Sin prisa pero sin pausa, llegan los clásicos: Zurlini, Zavattini, Zeffirelli, Zulawski, Zanussi, Zinneman, Zeman, Zulueta, Zabulón. El demonio del cine”. Otro cineasta, su tocayo Clemente Calvo, nos alecciona con la última lección de la primera cartilla: “Zoilo, cazurro y zote, no cazó el gazapo. El gazapo, zumbando, alcanzó la zeta mayúscula de Zaragoza, y va, goza y retoza por la zona. Zoilo, el zote, no caza. El gazapo goza y retoza en Zaragoza”…

   Zetas que gozan, que retozan, gazapos que no dejan de sorprender a la vez de producir una agradable sensación de admiración. Son realizaciones que tienen en la íntima integración de los métodos utilizados uno de sus mayores valores, originales y rebosantes de encantos, en los que la letra en cuestión es protagonista de los temas ubicados en espacios y ambientes naturalistas o candorosamente románticos o líricos.

   Una, sin duda, reveladora muestra en la que las técnicas y los procedimientos se suman y complementan, se manifiestan y evidencian como vehículos propicios para versar sobre lo que se esconde delante, y detrás, de la letra “z”. Zetas disponibles. Zetas demoníacas. Zetas de leyenda. Zetas inhóspitas. Zetas derrotadas. Zetas luminosas. Zetas heráldicas. Zetas como voces que no envejecen. Zetas difusas entre personajes vivos y animados. Zetas distantes, que nos apuntalan e iluminan. Zetas cuerpo a cuerpo como un duelo a espada. Zetas que se aman en la dialéctica de conocerse y dejar de hacerlo. Zetas, decididamente, en la ambivalencia de entenderse y no entenderse, en la holgura entre la comunicación y la incomunicación, a la manera en que los latidos del corazón se expresan en su saludable vaivén del sí y el no.

    Zetas anacletas. Zetas vazquezianas, tudelillas y vadillas. Zetas de titiriteros. Zetas con títeres. Zetas con firma. Zetas del Pirineo. Zetas de Casanova. Zetas de galanes y doncellas. Zetas de Romeo, de don Juan Tenorio, de Cristóbal Colón, de don Quijote, de Morfeo, de Marco Antonio, de Otelo, de Santa Quiteria, de la madre que me parió. Zetas abominables. Zetas de la Costa del Sol. Zetas petruscas, de lazagas y almodóvares. Zetas entre Salomón y Pilatos. Zetas alegres, vampíricas, camaleónicas. Zetas republicanas, fascistas, monárquicas. Zeta de Fernández Gómez. Zeta, más que zeta.

    Zetas que arden, con sus clichés, hallazgos, puntos suspensivos. Zalomarde… la cosa está que arde.

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