Hispanistas / Max Alonso


Por Max Alonso

    Está de moda que nos visiten. Vino Ian Gibson y ahora Stanley G. Payne. El primero, un irlandés historiador especializado en la Guerra Civil española y biógrafo de autores como Lorca, Machado, Buñuel…

   El segundo un historiador tejano también especializado en la Guerra Civil española. Gibson con su voz sonora se hizo oír  en la Ergástula, pero no dijo mucho, aunque pudiera decirlo. Parecía que se conformaba  con generalidades para justificar los emolumentos de su intervención. El historiador Payne no venía a hablar, sino a que se hablara de él en un  homenaje que le rendía la editorial Akron Cesed con motivo de la aparición del libro colectivo ‘Stanley Payne. Perfiles de un hispanista’,  que ha publicado sobre él.

     A Payne méritos académicos no le faltan, aunque muchas de sus obras sean cuestionadas y no sin motivos. Él lo justificó afirmando que en España no había archivos y su trabajo estaba basado en la consulta oral. Método también legítimo para la investigación cuando esta se hace bien y completa. Archivos claro es que los hay. Desde muchos siglos antes de que en Norteamérica solo hubiera tribus de indios. Otra cosa es que no los encontrara o no estuvieran a su disposición. Que se pregunté entonces porqué. Llegar a España con su idea preconcebida de los españoles como gente extraña, apasionada y violenta es tan reduccionista como imaginarse que en Estados  Unidos sólo existen vaqueros que se guían por la Ley de Oeste. Otra cosa es que tengan  a Trump como presidente y cuenten con el Kukuxklán.

    El caso es que muchas de sus obras, principalmente sobre la Falange y el Franquismo, se las considera escoradas y en línea con las aportaciones de la historiografía de extrema derecha, lo que supone una ideología más que una posición académica.  Esto resulta más curioso cuando él ha sostenido que en España no hay derecha cuando la ha habido y hegemónica desde los Reyes Católicos y aun antes, cuando  el concepto no implicaba una posición espacial en las cámaras. Por eso resulta curiosa su afirmación sobre la derecha, que al parecer, como los archivos, él no encontró. Ya sorprendió con uno de sus primeros libros en este caso sobre el Nacionalismo Vasco con afirmaciones discutibles y dudosas.

    Lo que resulta más curioso es que es  el señor alcalde, en un acto previo a su intervención en el Teatro Gullón,  le entregara la Medalla del Bimilenario de Astorga. Por sus servicios a la ciudad seguro que no, pues no ha prestado ninguno y entenderlo como un reconocimiento a eso que llaman pluralidad resulta demasiado forzado. Más bien parece deberse a un innegable papanatismo municipal mal asimilado, en el que se confunde en una línea tenue el falso catolicismo, dominado por el odio cuando a la ignorancia la consideran ciencia y se retroalimentan con sus bajas pasiones.

     Si se trataba de un homenaje particular de la editorial y promotora,  perfectamente legítimo, con el numeroso público que llenaba la sala, en la que estuvo muy bien representado todo el integrismo local,  nada habría que decir.  Irse a mayores sin justificación, es una desproporción  en la que no puede tomarse la parte por el todo.  Hubiera bastado expresar el reconocimiento por su visita con unas mantecadas y chocolates, o de una forma más vistosa con la reproducción del Palacio de Gaudí en plata o en chocolate, según fuera la apreciación. Está visto que hay veces que la credulidad,  aunque sólo sea edilicia, nos pierde.

    Por supuesto que hay hispanistas meritorios, entre los que Payne se cuenta,  acreedores de consideración, ¿Por qué no se hizo lo mismo con Ian Gibson? Cabe esperar el  mismo reconocimiento hacia los estudiosos nacionales, a veces con mayores méritos, y no sólo la admiración descontrolada por el hecho de que sean extranjeros.  La virtud está en el justo medio, decía el clásico y la sumisión, aunque tan solo sea municipal, es una desmedida a tener en cuenta y evidenciar.

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