Las paredes no hablan en los premios del cine aragonés


Por Don Quiterio 

   Basta repasar algunos títulos del cine español más reciente (‘Matria’, ‘Cinco lobitos’, ‘Veinte mil especies de abejas’, ‘Sica’) para darse cuenta de que la maternidad se ha convertido en hilo conductor de una cierta poética de la reconciliación intergeneracional. Las fracturas abiertas en el universo familiar…

…trazan un mapa en el que lo femenino intenta tender puentes con un pasado que, por un lado, resulta arisco, incómodo, y, por otro, es necesario para construir un presente escaso en anclajes. ‘La Maternal’, segunda película de la zaragozana Pilar Palomero tras ‘Las niñas’, pertenece a este grupo de filmes, y ha sido la gran triunfadora de los premios Simón del cine aragonés, en su decimosegunda edición, con los premios al mejor largometraje de ficción, a la mejor dirección, al mejor guion (de la propia realizadora) y al mejor vestuario (Arantxa Ezquerro).

   Quizá estamos acostumbrados a esa mirada realista, que buena parte del cine español contemporáneo ha asumido como parte de su genética, para que ‘La Maternal’ sea una auténtica sorpresa, y a veces sus imágenes se acomodan en exceso en ese estilo, como si fuera una fórmula que no conviene modificar por mucho que la historia pida un acercamiento más arriesgado o contundente. Es una historia sobre una chica de catorce años, desafiante, rebelde, impetuosa, que le gusta bailar trap y reguetón, beber y jugar al fútbol. Y que vive con su madre soltera en un ruinoso bar de carretera por el que retruenan los camiones. Los servicios sociales se darán cuenta de que la adolescente se ha quedado embarazada. Llega al sexo jugando con su mejor amigo, con el que mantiene una relación entrañable, fuerte, casi maternal. Y ríe a carcajadas con él viendo porno en el móvil.

   ‘La Maternal’, que tiene tanto de abismo como de promesa, se resuelve con la elegancia de la elipsis, aunque, a veces, se echa de menos más chicha dramática en las idas y venidas al centro de acogida que da título al filme. Con todo y con eso, el resultado es un desgarrado e inquietante drama adolescente lleno de ternura, ambientado en un pueblo de Los Monegros, que nada tiene que ver con los recurrentes folletines de denuncia didácticos, panfletarios o manipuladores. Sin llantos aprendidos.

   El podio esperado al mejor largometraje documental (ya le dieron el Goya del cine español) recayó en ‘Labordeta, un hombre sin más’, de Gaizka Urresti y Paula Labordeta, con guion de esta y de Miguel Mena, quienes exploran el lado más humano del cantautor, político, ensayista, poeta, filósofo, comunicador, profesor y actor zaragozano José Antonio Labordeta, a través de imágenes del archivo familiar y los recuerdos de su mujer, sus tres hijas y sus dos nietas. Estas tres generaciones unidas por una persona son el hilo conductor de un trabajo más que discutible. Una biografía filmada tan tramposa como eficaz, a modo de evocación, que no termina de ajustar todas sus piezas, sin caer tampoco en la redundancia o en los recursos tan manidos del género.

   Pero el conjunto no puntea el hilo de la narración, las pasiones y los miedos de nuestro protagonista, sus dolores y satisfacciones, luchas y sueños, rebeldías y experiencias, banderas rotas y cantos a las libertades. Un diputado que sienta cátedra en el Congreso. Un viajero que, con el programa ‘Un país en la mochila’, acerca los paisajes desérticos al resto de españoles a través de las pantallas. Junto a recuerdos, contradicciones, películas en súper-8 milímetros, vídeos, lugares cargados de simbolismo, giras e imágenes varias, el propio Labordeta también es narrador activo mediante un diario que escribe a lo largo de tres lustros, entre 1964 y 1978, y que su mujer –Juana de Grandes, la gran protagonista del documental, que conduce- descubre durante el propio rodaje de la película, y en el que muestra el origen de sus dudas y angustias, tristezas y frustraciones. El lugar donde esconde sus confesiones y anhelos. Un hombre detrás del mito. En su papel de marido, padre, abuelo. En su vínculo con su hermano Miguel. En su relación con la localidad de Canfranc. Un hombre sin más, efectivamente. Una persona, esto es, más que un personaje.

   Un premio, para qué negarlo, dado al propio Labordeta, más allá de los valores puramente cinematográficos de un documental decididamente inferior al también nominado ‘Las paredes hablan’, el testamento cinematográfico del oscense Carlos Saura (fallecido al poco tiempo de su estreno), en base a una idea inicial de José Morillas, sobre la evolución y relación del arte con la pared como lienzo de creación desde las primeras revoluciones gráficas en las cuevas prehistóricas hasta las expresiones más vanguardistas del arte urbano. Está claro que las paredes no hablan en el cine aragonés para el autor de ‘Jota’, otro documental nominado años atrás por los premios Simón y que también se fue de vacío. Así nos las gastamos por estos lares.

   ‘Dativa’, del locutor, actor de doblaje y crítico de cine Daniel Calavera, se llevó el premio al mejor cortometraje, a la mejor dirección de fotografía (Manuel Buil) y a la mejor dirección artística (Pilar Sicilia). Se trata de un trabajo experimental, entre el terror y la fantasía, que surge de una pesadilla del propio realizador y guionista zaragozano, en torno a una mujer postrada en un árbol muerto, que se despierta en medio del bosque, no puede moverse ni hablar y, de repente, se le acerca una extraña criatura para pedirle algo. El título significa ‘donativo’ en latín y estamos ante una pieza inquietante, que parece un ensamblaje atmosférico entre el Bergman de ‘El séptimo sello’ y el cine de Terry Gilliam.

   El largometraje documental ‘Fleta, tenor, mito’, dirigido por Germán Roda, obtuvo los galardones a la mejor producción (Patricia Roda) y al mejor montaje (Nacho Blasco y el propio realizador). Es un recorrido por la vida y los orígenes del afamado cantante de Albalate de Cinca, muerto prematuramente a los cuarenta años de edad. El actor Jorge Usón pone la voz en off y va narrando la existencia y los logros del artista mientras se intercalan entrevistas a tenores como Javier Camarena y Pedro La Virgen. O a especialistas como Javier Barreiro, Alejandro Martínez, Ramón Gener y Sergio Castillo, cuyo libro sirve de fuente de inspiración. Asimismo, en la película habla su nieta María, soprano, y su hijo, ya fallecido, a través de unas imágenes cedidas por Televisión Española. El metraje contiene imágenes inéditas de Fleta rescatadas por la filmoteca de Budapest, en las que no canta sino que se le ve paseando por la calle.

   ‘Para entrar a vivir’ es el tercer largometraje de ficción del zaragozano Pablo Aragües, tras ‘Vigilo el camino’ y ‘Novatos’, una comedia producida por Marta Cabrera (también codirige) que gira hacia lo sobrenatural, y que se llevó los premios a las mejores interpretaciones (Luisa Gavasa y Jorge Usón), banda sonora original (Álvaro Aragüés) y sonido (Irene Solanas). Por su parte, la mejor obra por su contribución social recayó en ‘Luz de gas’, documental dirigido por la turolense Ana Asión sobre el cierre de la central térmica de Andorra, visto desde todas las perspectivas y con los testimonios de Joaquín Noé, Pilar Biel, Manuel Galve, Sara Obón, Marta Sancho, Víctor Viñuales, José Luis Villbrille, María Ángeles Tomás, María Luisa Grau, Pilar Bernard, Tomás Guitarte e Ignacio Montaner. Todos ellos trabajadores, ecologistas o historiadores del arte para crear en el espectador una opinión crítica, esto es, con todas las opiniones vertidas.

  Este trabajo de Ana Asión, natural de La Puebla de Híjar y responsable también del guion y del diseño gráfico, revela la preocupación que le merece la conservación del patrimonio material destinado a desaparecer, como ya hiciera en su anterior trabajo titulado ‘El sueño de Ezequiel’. Y rastrea la importancia que tuvo la industria energética en la zona, desde las minas hasta la central térmica. En la producción, a cargo de José Ángel Delgado (y su ayudante Carlos Laforga), pueden escucharse dos canciones de Joaquín Carbonell, ‘El carbón es todo negro’ y ‘De Teruel no es cualquiera’, interpretadas por su compañero de fatigas Roberto Artigas. Un alegato a favor del patrimonio industrial.

   El mejor maquillaje y peluquería se lo llevaron al alimón Manuel Sin y Kike Franco por la pequeña pieza ‘Las tres revelaciones’. Y David Guirao fue premiado por los mejores efectos visuales de ‘El Vidal Mayor, la joya de la identidad aragonesa’, un cortometraje documental dirigido por Isabel Soria que repasa uno de los libros más importantes del patrimonio bibliográfico aragonés, al recoger la compilación de los Fueros de Aragón aprobado en las Cortes de Huesca en 1247 y que fue realizada por el obispo oscense Vidal de Canellas.

   Para terminar, el Simón honorífico recayó este año en la filmoteca de Zaragoza, con sus responsables respectivas al mando: Toña Estévez, en el área de programación, y Ana Marquesán, en el de archivos. Un premio entregado en la gala por Eugenio Monesma y recogido por la vicealcaldesa Sara Fernández. El resto de películas nominadas, maldita sea, no se llevó premio alguno. Ni tampoco el testamento cinematográfico del gran Carlos Saura. Decididamente, las paredes no hablan en los premios del cine aragonés. Simón, di algo. O empieza a lanzar cagarrutas mientras oras encaramado en tu columna del desierto…

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