Gozos y misterios lacustres


Por José Joaquín Beeme

     Vertiginoso reventón de nubes, con ráfagas de viento rondando los 100 kilómetros por hora, y naufragio trágico en el lago Mayor, casi enfrente de casa; un lago de postal y bonancible que cuando quiere se enloquece y mata.

    Una veintena de espías entre Mossad y agencia de inteligencia italiana, en supuesta fiesta de cumpleaños sobre una petada casa flotante, terminan en el agua helada con muertos y heridos, sigue un complicado rescate en una oscuridad acribillada de lluvia con lanchas, buzos, helicópteros, más una repatriación exprés con la máxima reserva, y todavía hoy se especula con un mitin de trabajo entre Milán y Malpensa a propósito de vaya a saber qué secretos dosieres.

     Vuelve a mi memoria, en esta peripecia casi cinematográfica, la casa-velero del joven errante Marco Maffei (Patrick Dewaere), protagonista de La alcoba del obispo, sobre la que también se abatía tempestad repentina en medio de una fiesta de placer, incluidas alegres mozuelas de generosos y oferentes desnudos. Película del 77 con que Dino Risi adaptaba una novela de Piero Chiara ambientada en el lado piamontés del lago, frente a las islas borromeas, presenta al mujeriego y gandul Temístocles Orimbelli (Ugo Tognazzi), abogado de boquilla y mendaz veterano de la guerra de Abisinia que se debate entre la opresión de su rica esposa Cleofe, propietaria de la villa familiar Berlusconi (asoma al lago su decadente jardín y su embarcadero privado), y su irrefrenable historial de coleccionista de virgos, incluidos, ay, los de menores etíopes al estilo Montanelli. Una Ornella Muti de exultante e insultante belleza, aquí viuda formal de expedicionario italiano capado por guerrilleros del Negus y en consecuencia piadosamente “desaparecido”, pone el apetito patrimonial tras unos ojos de pura y lasciva inocencia. Un lago de pasiones larvadas y secretos criminales dignos de Simenon, de aguas traicioneras y aristocráticos bon vivants que mezclan muerte y erotismo a partes iguales, con la momia de un obispo suicida que no salió del armario en su estancia carmesí.

    Enumera Gianni, mi fisioterapeuta, los numerosos incidentes que un viento o una tormenta fieros, desatados, subitáneos, han provocado en ambas orillas del Verbano, llevándose por delante barcos, muelles, tejados, vidas. Desde una torpedera de vigilancia aduanera que se hundió en 1896 con su cañón Nordenfeldt y los doce miembros de su tripulación, y que luego buscó sin éxito tanto la Marina como el batiscafo de Piccard, o el ametrallamiento por cazas aliados de varios barcos de vapor en 1944, que se fueron a pique en llamas con decenas de pasajeros entre milicia fascista y civiles en fuga, hasta los más recientes accidentes turísticos, a veces familias enteras que perecen en choques o bajo la furia de un temporal y cuyos cuerpos no siempre se consigue recuperar. 

    Amado lago, tantas veces surcado de riba a riba y de isla en isla, para quien hasta he imaginado una criatura tímida y pleistocena de nombre Maggie, que se presenta sólo ciertos días de bruma y misterio indecible: pese a todo, no pierdas nunca tu rara fascinación, tu fuerza, tu delirio.

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