El patrullero de la filmo: Paulo Rocha


Por Carlos Calvo

   La década de 1960 tiene en la filmografía mundial un potente movimiento de renovación y de rejuvenecimiento, una corriente contestataria..

…y provocativa, y la ‘nouvelle vague’ francesa (Godard, Truffaut, Chabrol, Resnais, Rivette, Rohmer, Varda, Demy), el ‘free cinema’ británico (Reisz, Richardson, Anderson, Clayton, Schlesinger), el ‘cinema novo’ brasileño (Glauber Rocha, Ruy Guerra, Pereira dos Santos) y la ‘nuberu bagu’ japonesa (Oshima, Hani, Teshigara, Imamura, Yoshida) son los estiletes que marcan la ruptura al contar con una amplia cobertura mediática con la que se producen largometrajes de ficción de nuevo cuño y con costes mínimos, un cine joven, libre, que perfecciona una imagen estandarizada y, por tanto, trae consigo un viento de libertad, aun con la impertinencia de la juventud.

  Otras cinematografías también tienen su importancia en este periodo rompedor. Así, movimientos de renovación y de rejuvenecimiento, esto es, suceden igualmente en Italia (Olmi, Bertolucci, Scola, Ferreri, Bellochio, los hermanos Taviani), Alemania (Kluge, Schlöndorf, Fleischmann, Straub, Fassbinder, Herzog), Suiza (Tanner, Soutter), Bélgica (Delvaux), Suecia (Winderberg), Hungría (Kósa, Gaál, Kovács, Jancsó), Rusia (Tarkowski, Mikhalkov), Armenia (Paradjanov), Georgia (Iosseliani), Polonia (Wajda, Polanski), Argentina (Solanas), Senegal (Sembene), Canadá (Lefebvre, Carle), Estados Unidos (Clarke, Mekas, Warhol, Cassavettes), España (Saura, Erice, Guerín, Eceiza) o las antiguas Yugoslavia (Makarejev, Pavlovic) y Checoslovaquia (Forman, Chytilová, Menzel, Nemec, Schorm, Jires, Herz, Passer, Kádar, Janný).

   Este cine nuevo reivindica una personalidad indiscutible en su contenido y en su forma, una revolución que abre las puertas al cine moderno, para lo mejor y también para lo peor. Ahora, la filmoteca de Zaragoza ha programado una retrospectiva al cineasta tripeiro Paulo Rocha (1935-2012), quien conforma esa nueva ola portuguesa junto a Manoel de Oliveira, Fernando Lopes, Carlos Viladerbo, José Fonseca Costa o Manoel Guimaraes, un grupo de jóvenes cineastas llenos de inquietud y ambición que dan a la filmografía lusa una nueva fisionomía en títulos como ‘Acto de primavera’, ‘Belarmino’ o ‘Islas encantadas’.

   Con ‘Verdes años’ (1963), retrato de una Lisboa en expansión, su provincianismo y el sofoco de una generación joven, Paulo Rocha da inicio, en efecto, al movimiento estético llamado ‘cinema novo portugués’ y se convierte en el manifiesto de una forma revolucionaria de mirar hacia los propios portugueses y sus contradicciones, un patrimonio que ha ido pasando a otros directores como Pedro Costa, Teresa Villaverde, Joaquim Sapinho o Joâo Salaviza.

   Este apasionante canto a la ciudad lisboeta es una exploración a sus extrarradios pobres y rurales (ecos de Pasolini) y a sus arquitecturas nuevas (ecos de Antonioni) por una cámara que recorre sus calles con espíritu libre y jovialidad contagiosa (ecos de la ‘nouvelle vague’). Siempre utilizando pocos medios y mucha imaginación, Rocha abandona los estudios de Derecho para ir a estudiar cine en el IDHEC, en París, y es asistente de prácticas con Jean Renoir en ‘El cabo atrapado’ (1962) y ayudante de dirección con Manoel de Oliveira en ‘Acto de primavera’ (1963).

De 1975 a 1983, Rocha ocupa el cargo de agregado cultural de la embajada de Portugal en Tokio, donde estudia la vida y obra de Wanceslau de Moraes, el escritor luso que muere en Oriente y del que realiza dos filmes: ‘La isla de los amores’ (1982) y ‘La isla de Moraes’ (1984). En su filmografía también sobresalen ‘Cambiar de vida’ (1966), ‘A pousada das chagas’ (1972) o ‘El río de oro’ (1994),

   Ya en el siglo veintiuno, Rocha se redescubre en nuevos universos como en el musical ‘La raíz del corazón’, con travestis y transfiguraciones nocturnas, o en el cine popular de ‘La costurerita de la Sé’ y ‘Si yo fuese ladrón, robaba’.

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