Las ocho montañas. Masculinidad frágil


Por Rafael Gabás Arcos

     Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch son dos jóvenes directores belgas de alrededor de 40 años que han apostado por una película de dos horas y media y con un tema no muy habitual en los últimos tiempos: La amistad entre hombres.

     Bruno es un niño de alrededor de 11 años que vive en un pueblecito de las montañas (Val d´Ayas en el valle de Aosta, a pocos kilómetros de Suiza y Francia); Berio llega desde la ciudad para pasar dos meses de vacaciones. Desde ese primer momento hasta 25 años después mantendrán una fuerte amistad a pesar de ser dos personas antagónicas en casi todo, en gustos, inquietudes, formas de entender la vida y la familia, etc.

    Pocas veces asistimos a un despliegue de sensibilidad (que no sensiblería) y honestidad como en Las ocho montañas, despliegue que nos obliga a estar atentos y concentrar nuestro interés en el conjunto y a ver la montaña como un personaje más del film. Ni que decir tiene que para conseguirlo es determinante el rol de los dos actores principales: Alessandro Borghi y Luca Marinelli.

    Los directores salen airosos de varias elipsis narrativas nada fáciles: el paso de la infancia a la adolescencia y el paso de la adolescencia a la treintena. Durante estas elipsis el espectador es consciente de que mientras Bruno continúa con una atávica relación con su pueblo, su montaña y su naturaleza, Berio está perdido, la naturaleza es tan solo una idealización del pasado.

    Uno de los temas principales es la relación paterno-filial, ambos niños y posteriormente adultos tienen una difícil relación con sus padres, hay una insalvable distancia. Otros temas serían el abandono de las formas de vida tradicionales, la importancia de la naturaleza, los viajes hacia lugares lejanos que en realidad son viajes hacia el interior de uno mismo, el camino a seguir en la vida, la amistad…

    Los directores nos presentan dos mundos contrapuestos, el mundo de la serenidad y el mundo de la inquietud, dos formas de entender la vida y de estar en el mundo que son  abiertamente antagónicas y que están perfectamente representadas por nuestros dos protagonistas, aunque no hay ninguna intención de confrontarlos, de criticarlos y de ir más allá en la dicotomía.

    Hay algunas desafinaciones en Las ocho montañas: La duración excesiva (un mal endémico en buena parte del cine del siglo XXI), el abuso de la voz en off y la mayor de todas, la desastrosa banda sonora; Hay varias canciones del cantautor sueco Daniel Norgren, que canta en inglés y que no encajan de ninguna de las maneras en el trabajo final, la banda sonora es una perfecta intrusa.

     Habrá aprendido más quien haya recorrido las ocho montañas  o quien ha llegado a la cumbre del monte Sumeru (dicho nepalí sobre el que está basada la película y la novela de Paolo Cognetti).

    Excepcional fotografía y magnífica elección del formato, un 4:3 que es un formato casi cuadrado y que ha sido criticado, aunque sin base: Las montañas son altas y verticales, la horizontalidad de la mayoría de formatos actuales hubiese quitado grandiosidad, magnificencia y espectacularidad a muchas escenas y a buena parte del film.

    En conjunto una película muy aconsejable que rebosa lirismo y sensibilidad, que mueve nuestro interior y que en ningún momento apela a la razón o el análisis comparativo; Las ocho montañas es maravillosa aun con sus imperfecciones, nos hace reflexionar acerca del papel que la naturaleza debería tener en nuestras vidas … y no tiene.

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