Manda bigotes


Por José Joaquín Beeme

       Pubertad deslumbrada la mía, en el cineclub de la Laboral de Cheste, cuando proyectamos Del rosa al amarillo, sin saber que el humorista sevillano Manuel Summers iba a excavar…

…más veces en los picores de la adolescencia bajo el franquismo. A vueltas, pues, con Falange y sus escuadras juveniles, viaja a su propia infancia con Manolo, su yo eterno, y se encandila, cómo no, de una niña imposible. La niña se pirra por Jorge Negrete, y por Negrete se vuelve uno, si es preciso, charro guanajuatense: Me hace falta un bigote (1986) cuenta esas zozobras del alma.

    Negrete es como un tal Godot, que siempre se le espera y nunca acaba de llegar; o, si lo hiciera, pasaría como una centella olorosa a multitudes o como el mismísimo señor Marshall. Jorge Negrete es una sonrisa de bigote extrafino asombrada de ala ancha, una sonrisa vestida de lentejuela y acompasada por una ronda de mariachis bajo las estrellas de Jalisco, al fragor de tabernas que se llaman «Cuando el amor muere» o allá en el rancho grande, donde por una morena se echa mucha bala. 

    Curioso ejercicio de metacine que apela a la cámara oculta de sus orígenes y que sirve a un plató de tertulianos (a lo Balbín o Garci: ¿qué fue de esos programas de mi Bildungsroman?) donde comparecen Jesús Hermida y el propio Summers, y que introduce el fuera de campo desnudando el proceso creativo de la historia, entre viñetas para ABC, dudas de guión y cásting en las escuelas para seleccionar al protagonista, la película evoca el exotismo mexica, esa Tierra Caliente cabalgada del ídolo de cromo que enamoró a Elisa Christy, Gloria Marín o María Félix y que se hacía acompañar de escuderos como Chaflán o El Chicote, pero prescinde naturalmente de su faceta más política, que en una España democráticamente en pañales ni se olía: como secretario del sindicato de actores y en plena estampida de nazis buscando un escondite en Latinoamérica, en 1946 pidió Negrete oficialmente el veto a la entrada en México de Imperio Argentina por su “labor franquista y fascista”, instando a sus colegas a no trabajar con ella por “perjudicar a la familia artística universal”.

   De la deriva summersiana hacia menesteres alimenticios, promoviendo al hijo pop que, sin embargo, ha cosechado sus buenos éxitos latinos, aíslo otra incursión mexicana: Suéltate el pelo (título de trabajo, impugnado por el interesado: La cagaste… Burt Lancaster), al servicio de unos Hombres G envueltos en una liviana trama de chantaje desde Acapulco, cosida de números musicales (algunos con la reina infantil Tatiana) y rescatando a la misma actriz hiperfán del tío del bigote, sólo que sustituyendo a Negrete por el líder de la banda madrileña. 

    Pero quede para mí, sobre todo, el experimentalismo de Summers, su humor desacralizante y un punto negro, su preferencia por los eternos secundarios de la comedia humana (niños, gordos, viejos, heridos, rotos, olvidados), su autobiografismo documental, su andalucismo sin alharacas, su bonhomía.

Más artículos mexicanos de JJ Beeme en la serie Mexcolanza que hospeda el cuate Emilio Mendoza de Gyves.

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