Por Rafael Gabás
Merece la pena ver As Bestas en pantalla grande por lo que compré mi entrada por Internet y acudí a una de esas multisalas…
…donde se emiten varias películas; se proyectaba en la más grande, con capacidad para más de doscientas personas. Estábamos ocho…
Mmm…
Las primeras escenas hacen que me olvide de estos “pequeños” detalles ya que son un anticipo de lo que va a ocurrir durante el film, una especie de metáfora anticipada: tres hombres (aloitadores) tratan de sujetar un caballo salvaje entre un rebaño para cortarle las crines y marcarlo; son imágenes en las que el espectador queda sumergido entre hombres y caballos, hacen que permanezca pegado a la pantalla y se olvide de todo lo demás. A este inicio le siguen otros brillantes diez minutos de diálogo en el bar del pueblo, antropología pura y dura.
La película juega con el concepto de alteridad, el concepto que los lugareños de una pequeña aldea de Galicia (en realidad la mayoría de las escenas están rodadas al oeste de León) tienen del nosotros y del ellos, la representación mental de lo que está bien y es correcto (idioma, costumbres, comida, bebida, religión, opiniones, ocio, etc.) y que se aplicaría al Nosotros con mayúscula y lo extraño, invasor y no perteneciente, que se aplicaría al ellos, el antagonismo entre identidad y alteridad.
Marina Foïs y Denis Menochet son una pareja de franceses que se establecen en la aldea; curiosamente nunca serán llamados por su nombre, siempre serán “los franceses” (nunca nosotros sino ellos), en especial para los dos hermanos más bestias del lugar (Luis Zahera- cuya descomunal actuación brilla por encima de todas las demás- y Diego Anido), quienes con cincuenta y cuarenta y tantos años aún viven con su madre.
La tensión y la incertidumbre vertebran la película gracias a la proverbial dirección de Rodrigo Sorogoyen y al extraordinario guión de la zaragozana Isabel Peña, sin olvidar la magnífica y evocadora fotografía de Alex de Pablo. La película fluye con naturalidad, no es en absoluto previsible y la intensidad dramática no decae en ningún momento, tal vez porque esté basada en “hechos reales”, hechos que tuvieron lugar en 2010 en Santoalla (Orense).
El tiempo narrativo está manejado con precisión quirúrgica, con clímax puntuales que se dan en momentos de gran tensión dramática y violencia; la inquietud del espectador va in crescendo porque ya desde el principio nos damos cuenta de que el film es una implacable marcha hacia adelante, la marcha atrás es imposible. Asistimos a una primera parte masculina en la que los hombres tienen todo el protagonismo y una segunda femenina (tras una elipsis narrativa) donde Olga, su hija y la madre de los dos hermanos toman las riendas.
Sorogoyen no juzga, se limita a exponer las razones de los “franceses” por un lado (razones intelectuales, agroecológicas, de sostenibilidad, de perpetuación del mundo rural) y de los aldeanos por otro (búsqueda de una vida mejor, salir de la miseria, abandonar un lugar donde han vivido como esclavos, etc.). Sorogoyen consigue que en algunos momentos podamos comprender las razones de todos, consigue que el espectador tenga empatía con planteamientos opuestos gracias a ese realismo feroz que permea todo el film.
As Bestas es un trabajo encomiable que analiza la condición humana, la inevitable injusticia que rige las relaciones entre seres humanos y que nos hace reflexionar acerca de conceptos tan primigenios como el bien y el mal…
Habría que remontarse a Almodóvar, Saura y Buñuel para encontrar un film que haya recibido seis minutos de aplausos del exigente y cinéfilo público de Cannes.