Solo se vive una vez: Villaronga


Por D. Q.

    Nos ha dicho adiós Agustí Villaronga (Palma de Mallorca, 1953-Barcelona, 2023), un director y guionista fuera de norma, insólito en el panorama del cine español, con una carrera…

…hecha de volantazos, escorzos y piruetas aparentemente imposibles, siempre hurgando en los intersticios y las sombras. Un cine entre lo insano y lo nocivo, lo transgresor y lo turbio, lo lírico y lo espiritual, lo poético y lo perturbador, lo lejano y lo exótico.

       Villaronga hereda la pasión por el cine de su padre, un cartero que colecciona cromos de actores y le abre de par en par las puertas del séptimo arte. Tanto es así que el niño Agustí se inventa proyecciones caseras con garabatos varios, cajas de cerillas y linternas. Ya de adolescente, Dreyer y Bergman son  los primeros cineastas que le hacen querer dedicar su vida al mundo de la imagen, pues “se metían a fondo en los temas”. Con el tiempo, la lista se va llenando de haches, de Hitchcock a Haneke.

   Licenciado en Historia del Arte, pasa por el Institut del Teatre, la escuela oficial de artes escénicas de Barcelona, donde cursa escenografía, y su gran estreno es en las tablas, animado por el director y actor argentino Víctor García, actuando en los años setenta en la ‘Yerma’ lorquiana de Nùria Espert. A partir de entonces, alterna pequeños papeles en películas como ‘Robin Hood nunca muere’ (Francesc Bellmunt, 1974), ‘El fin de la inocencia’ (José Ramón Larraz, 1976), ‘El último guateque’ (Juan José Porto, 1977) o ‘Perros callejeros II’ (José Antonio de la Loma, 1979), aunque la mano del productor Pepón Corominas le lleva a trabajar como figurinista en ‘La plaza del diamante’ (Francesc Betriu, 1982). Trabaja también como ayudante de dirección en la comedia de artes marciales ‘Los supercamorristas’ (Sammo Hung, 1985) y colabora igualmente en filmes de Jordi Cadena.

    Después de bregarse en mil labores (decorador, estilista, realizador de spots y videoclips, cortos y documentales), Villaronga consigue escribir y dirigir su primer largometraje en 1986, ‘Tras el cristal’, que inaugura una filmografía marcada por la memoria y la enfermedad, la juventud atormentada y el difícil tránsito a la edad adulta, la guerra y sus efectos, el dolor y el mal, lo cruel y lo negro, la ciencia desenfocada y lo sobrenatural.

   Es ‘Tras el cristal’ un filme sobrecogedor y claustrofóbico, deudor del horror expresionista de Fritz Lang, una recreación del mundo decadente y enfermizo del tristemente célebre Gilles de Rais, donde se sustituye la época del irreverente noble por la más cercana y práctica de los desmanes nazis. En efecto, la historia de un antiguo oficial médico nazi que experimenta con niños y queda paralítico, unido a un pulmón artificial y atendido por un joven sicópata, es una impecable exploración del mal en sus más sofisticadas formas y cómo extiende sus raíces por doquier. Un relato alucinado y radical, terrible y desgarrado, con los recuerdos del protagonista en sus fantasías y prácticas de perversiones infantiles.

   Otra propuesta estética interesante es su segundo filme como director, ‘El niño de la luna’ (1989), aunque se ve malograda por un guion endeble, en este relato de un chico huérfano con poderes sobrenaturales que vive en la desquiciada Europa de entreguerras y es abducido por una extraña secta africana, de cariz esotérico, que espera la llegada de un dios, el hijo del satélite terrestre. Una película arriesgada en su combinación de fantasías, de la ancestral a la futurista, con unas imágenes barrocas, acaso excesivas.

   Después de la realización del documental ‘Al Andalus’ (1992), Villaronga se embarca en las ficciones ‘El pasajero clandestino’ (1995) y ’99.9, la frecuencia del terror’ (1997). La primera es una adaptación del libro homónimo de Georges Simenon, algo envarada y con un exceso de diálogo, que supone el inicio de su relación profesional (y de amistad) con la productora Isona Passola. El título de la segunda se refiere al dial de la emisora de radio en la que trabaja la protagonista como presentadora de un programa de fenómenos paranormales y el cineasta mallorquín se mete de lleno en un universo malsano e inquietante a través de la atmosférica fotografía de Javier Aguirresarobe. El argumento de ’99.9’ engancha como una tira de velcro, aunque tenga cierta tendencia de irse hacia el delirio, a causa de un guion irregular. Un digno terror, en cualquier caso, a medio camino entre lo patológico y lo parasicológico, de una tonalidad morbosa y pútrida, ambientado en una aldea de la España profunda.

   Uno de sus proyectos más celebrados es la trilogía formada por ‘El mar’ (1999), ‘Pan negro’ (2010) e ‘Incierta gloria’ (2016), unos filmes repletos de ternura, crueldad y memoria extirpada de las trincheras de la guerra civil española. Con ‘El mar’ adapta la primera novela del poeta también mallorquín Blai Bonet (1926-1997), quien parte de sus experiencias juveniles en el sanatorio de Caubet para ofrecernos un duro retrato de la miseria moral de la inmediata posguerra, en el que aborda igualmente sus conflictos religiosos y su homosexualidad. Villaronga se muestra especialmente inspirado por su enfoque apasionado y bestial en la difícil traslación del material literario en la pantalla, y consigue sacar poesía de los pasajes más oscuros, pese a ciertos excesos que acercan el filme al tremendismo fácil y la autocomplacencia. Pese a ello, un relato angustioso y violento, morboso y áspero, que alterna dulzura y crueldad bajo los motores de la traición, el sexo y la miseria, en el que sobrevuela el tema de la inocencia corrompida por el mal.

   La segunda obra de la trilogía, ‘Pan negro’, es otra compleja, cruda e inteligente mirada sobre la infancia y el mal, en un drama rural de posguerra catalana con intriga de fondo y raíz literaria, que pone un nudo en la garganta ya desde la primera escena del carro y el caballo. Esta secuencia marca todo el tono de una película en la que el cineasta trasciende el conflicto de la historia en un relato de alcance universal y se basa en la novela homónima de Emili Teixidor a la que Villaronga añade a la trama otras dos piezas del escritor, ‘Retrat d’un assassi d’ocells’ y ‘Sic transit Gloria Swanson’.

   Como cierre de la trilogía, y según la novela homónima de Joan Sales, ‘Incierta gloria’ cuenta un drama acaecido en 1937, el de un joven oficial republicano destinado a un puesto temporalmente inactivo en un páramo desierto del frente de Aragón que se enamora de una enigmática viuda. Se rueda, en parte, en tierras aragonesas y ofrece escenas ambientadas en el monasterio del Olivar de Estercuel, si bien no se ruedan en él, sino que son recreadas en la cartuja de Fuentes de Sariñena. La película incluso reproduce la fiesta de la Encamisada de Estercuel, pero con imágenes grabadas en Huesca. Los actores zaragozanos Jorge Usón, Fernando Esteso, Luisa Gavasa y Laura Gómez-Lacueva aparecen en un reparto liderado por Marcel Borràs, Oriol Pla, Bruna Cursi, Nùria Prims y Juan Diego.

   El género documental nunca lo abandona Villaronga, como bien se puede comprobar en uno de los episodios de la serie ’50 años de vida española’ (2010), codirigida por Bigas Luna, Laura Mañá, José Corbacho, Paco Mir, Manuel Huerga, Albert Solé, Joaquín Oristrell, Cesc Gay, Jaume Balagueró, Juan Antonio Bayona, Claudia Llosa e Isabel Coixet. O en ‘Carta a Evita’ (2013), serie sobre la gira de Eva Perón por Europa. O en ‘El testamento de la rosa’, pieza que muestra a la actriz Rosa Novell ciega y poco antes de morir de cáncer ensayando ante la cámara el que debía ser su último trabajo escénico y que nunca llega a realizarse.

   Arriesgado e hipnótico en esa mezcla de humanidad e incandescencia, Villaronga compone turbias alegorías del pasado y sabe crear, como pocos, climas y temperaturas con una enorme capacidad de golpear con su inventiva visual, para narrar historias oscuras y tormentosas. Es evidente su talento para la planificación de las secuencias, siempre a favor de las emociones, como ya se puede vislumbrar en sus primeras realizaciones, los cortometrajes ‘Anta mujer’ (1975), ‘Al Mayurka’ (1976) o ‘Laberinto’ (1980).

   Unas emociones complejas pero bien contadas, en efecto, para sumergirnos en la maldad injustificada, el abuso de poder, la vulnerabilidad de la infancia o los conflictos bélicos y sus consecuencias. Villaronga sabe utilizar, con estratégica belleza, la oscuridad de los márgenes para hacer que brote la luz. Tanto de la vida como de las imágenes. Un cineasta siempre empeñado en caminar al borde de los precipicios y siempre entregado al dictado de una voz única y distinta, profundamente poética y salvajemente cierta.

   En 2002 codirige con Lydia Zimmermann e Isaac Racine ‘Aro Tolbukhin, en la mente del asesino’, un título sugerente y atento a los intereses por lo terrorífico del mallorquín, aunque, en realidad, el cineasta nos toma el pelo: Tolbukhin nunca existió. Estamos ante el retrato homónimo del marinero húngaro detenido en 1981 por quemar vivas a siete personas en la enfermería de una misión en Guatemala, y que acaba autoinculpándose de otros diecisiete asesinatos, contado todo como un peculiar experimento de ficción al modo, esto es, de falso documental.

   Dos años después, Villaronga colabora con Pedro Almodóvar en el guion de ‘La mala educación’, una deplorable realización del manchego (su vanidad excluye al mallorquín de los créditos) dividida en diversos segmentos temporales que reflejan el recorrido evolutivo (o involutivo) de los homosexuales protagonistas, donde la ambición del planteamiento desborda la capacidad del autor de ‘Matador’, y la película, así, deviene en su propia (y patética) caricatura. Probablemente, ay, el borrón más doloroso en la carrera de Villaronga.

   Adaptación de la obra teatral de Sergi Belbel, dirige en 2007 ‘Después de la lluvia’, una tragicomedia ambientada en un edificio de oficinas de lujo, en una gran ciudad donde hace más de dos años no llueve y en la que la vida de diez personas se cruza constantemente. En 2015, en una coproducción entre España y República Dominicana, dirige ‘El rey de La Habana’, tremendista relato habanero, tan realista como sucio e incómodo, sobre unos personajes que sobreviven de sus propias potencias en medio de ese prostibulario revolucionario de la Cuba de finales del siglo veinte. El director adapta los irreverentes sudores literarios del cubano Pedro Juan Gutiérrez y, desde luego, atrapa toda la depresión y despojo cubano aunque la rueda en Santo Domingo. Pese a su interés, el resultado es tan fallido como efectista.

   Después de debutar en la dirección teatral en 2014 con ‘El testamento de María’, de Colm Tóibih, Villaronga dirige el largometraje ‘Nacido rey’ (2019), superproducción entre España e Inglaterra por encargo de Andrés Vicente Gómez, en grandes escenarios de los desiertos árabes, donde narra la historia de Fáisal Bin Abdulariz, el hijo pequeño del primer monarca de Arabia Saudí y su intervención en las relaciones diplomáticas con Europa al término de la primera guerra mundial.

   Ese mismo año, como una declaración de intenciones, Villaronga interpreta el papel de frío mafioso en ‘La Gomera’, de Corneliu Porumboiou, cineasta rumano que utiliza los géneros para subvertirlos, descodificarlos, siempre interesado en la semiótica del lenguaje, en los secretos insondables de un código que nunca es común para todos, que siempre tiene que ser reprendido: historias de ambición y traición, amor y violencia desde la más absoluta deconstrucción de sus códigos enunciativos.

   Con ‘El vientre del mar’ (2021), la alucinada crónica de un naufragio real que el pintor Géricault inmortaliza en ‘La balsa de la medusa’, adapta un texto de Alessandro Baricco (‘Océano mar’), una reflexión sobre la situación de los inmigrantes en un relato de hambre y locura que mezcla política y drama, aventura y teatro.

   Capaz de unir en su reparto a Susi Sánchez y  a -¡otra vez!- Fernando Esteso, ‘Loli Tormenta’ (2023) queda como la primera incursión en la comedia de Agustí Villaronga y, maldita sea, su testamento cinematográfico, en torno al tema del alzhéimer, sobre un guion de Mario Torrecilla, que deja en fase de montaje. La muerte, tan inconcebible, le impide posproducir la película, todavía pendiente de estreno.

   Valgan, como broche, estas sentidas palabras del actor zaragozano Jorge Usón, el de las glorias inciertas: “Un hombre sensibilísimo y travieso, elegante y casquivano, confiando siempre en todo y pisando la tierra con pasos audaces, rigurosos”. Pues eso.

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