‘Apagón’ y ‘As bestas’, la tormenta perfecta


Por Don Quiterio

   Se conocieron en la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid y, desde entonces, han formado una de las parejas más singulares del cine español contemporáneo.

   Realizador madrileño él y guionista zaragozana ella, su relación profesional no deja de crecer obra tras obra, ya desde aquella serie televisiva titulada ‘La pecera de Eva’ (2010) hasta los largometrajes ‘Stockholm’ (2013), ‘Que dios nos perdone’ (2016), ‘El reino’ (2018) y ‘La madre’ (2019), este prolongación de un corto homónimo anterior. O la magnífica serie ‘Antidisturbios’ (2020). O el episodio ‘El doble’ de ‘Historias para no dormir’ (2021), serie codirigida por Rodrigo Cortés, Paco Plaza y Paula Ortiz.

   Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña, de ellos hablo, desnudan algunas de las más significativas obsesiones de la sociedad del momento, a la manera de radiografías de un tiempo amargo y desencantado. Sus miradas conducen dibujos hiperrealistas de una sociedad brutalizada en una diestra combinación de agresividad visual y templanza narrativa. La sensación de realismo se aprecia en el modo de expresarse de los personajes, en los detalles de sus vidas cotidianas o en las mismas escenas de acción. Así escarban mejor en todo aquello que se esconde tras la cortina de las apariencias.

   A veces, sus películas son relatos policiacos con cierto trasfondo político; otras, se deciden por el asunto político con elementos de thriller, como si la corrupción estuviera dando paso a la putrefacción y a la descomposición de un poder lleno de agujeros. Lo grosero y lo hediondo, como exclama Hamlet, se extienden por todas partes, propagando el olor a podrido. También indagan en las simas del alma humana, en historias familiares, de complicidades pequeñas e intimistas, morbosas y sin concesiones, arriesgadas e incómodas, para hablar del miedo y el dolor, del duelo y la culpa, de la pasión y la estigmatización de la locura.

   Este tándem demuestra estar en plena forma, ahora con los estrenos del largometraje ‘As bestas’ y el episodio ‘Negación’ de la serie ‘Apagón’. La tormenta perfecta. Y prosiguen esa extraña ambigüedad en la elaboración sumamente bien trazada del soporte estético (y ético) de unos relatos que desafían tabúes y preceptos morales, que impugnan lo cómodo y lo establecido, que remueven los prejuicios del espectador. Con ecos, que no tópicos, del wéstern (sin pistolas ni caballos) y el thriller de suspense, es ‘As bestas’ un drama rural ambientado en una perdida localidad de Ourense, con una sobria y magnética fotografía de Álex de Pablo. Y nos remite directa o indirectamente a ‘Furtivos’ (José Luis Borau, 1975), ‘Un cuerpo en el bosque’ (Joaquín Jordá, 1996), ‘Perros de paja’ (Sam Peckimpah, 1971) o ‘Deliverance’ (John Boorman, 1973).

  ‘As bestas’, inspirada en un crimen real acaecido en 2010, enfrenta a una pareja francesa instalada en la Galicia profunda en busca de una Arcadia ecológica con lugareños ansiosos por vender las tierras a la energía eólica. Y se interesa por explorar las raíces y desavenencias culturales de los protagonistas para generar una tensión asfixiante, sin recurrir a trillados golpes de efecto, y con un exaltado y feroz aldeano (grandioso Luis Zahera) en estado de salvaje tozudez, como una fuerza de la naturaleza en su odio al forastero. Un choque frontal entre la edénica visión de la vida en el campo y la miseria endémica de la España vaciada, tenso como un alambre de espino. Una historia clásica, en el fondo, de enemistad entre vecinos. El relato de un odio creciente, siempre a punto de explotar, con una rotunda banda sonora a cargo de Olivier Arson que acompaña a esos paisajes y a lo que sienten los protagonistas. Es también una historia sobre racismo, sobre violencia masculina, sobre pobreza, sobre el abandono de la tierra… ¿Quién tiene más derecho a la tierra? ¿El que nace en ella o el que la trabaja? ¿Ambos?

  Por su parte, el asunto común de ‘Apagón’, según un pódcast del escritor y guionista José Antonio Pérez de Ledo, es una tormenta solar que deja a la Tierra a oscuras, sin electricidad, comunicaciones, transporte… La devuelve, en fin, a los orígenes. Los cinco episodios de cincuenta minutos de duración, dirigidos cada uno por un director bajo la coordinación creativa de Fran Araújo (guionista igualmente de varios episodios), comparten con la serie francesa ‘El colapso’ (2019) la virtud de dejar al espectador que imagine, sugerir grandes espacios narrativos que quedan fuera. Y están interconectados entre sí, se detienen en las vivencias de distintos personajes que intentan sobrevivir en un país sin luz, ni agua potable, ni gasolina, ni alimentos, ni dinero corriente, ni telefonía… Nada. Se desata el caos y las terribles consecuencias son inimaginables en un mundo tan dependiente de la tecnología. ¿Cómo nos comportaríamos ante el caos?

   En el relato de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña, una suerte de thriller con ritmo perfecto (a pesar de la ausencia de misterio), asistimos a las inciertas horas previas a la llegada de la tormenta solar, donde las dudas de los expertos –en este caso Luis Callejo, al mando de Protección Civil- chocan contra las certezas de los políticos que no quieren actuar hasta ver qué pasa. En el episodio ‘Equilibrio’, firmado por Isaki Lacuesta, nos encontramos a una mujer (María Vázquez) que ha huido a la casa de campo de sus padres, donde convivirá con un grupo de jornaleros emigrantes que recogen la aceituna. Isa Campo se detiene en ‘Confrontación’ en uno de esos barrios residenciales de las afueras de las grandes ciudades, donde las pistas de pádel se han convertido en gallineros y las azoteas en depósitos de agua. Raúl Arévalo, en ‘Emergencia’, prefiere sumergirnos en el infierno de un hospital, que trata de atender a los enfermos sin luz ni apenas medicinas. Por último, Alberto Rodríguez crea un wéstern seco e implacable, con duelo incluido, y enfrenta a un pastor de cabras al peor depredador posible: el hombre. Los episodios son muy buenos, pero este último, ‘Supervivencia’, es excepcional y tiene de protagonista a Jesús Carroza, un actor con más registros que un funcionario de aduanas.

   Repletos de personajes turbios, agrios e intensos, de climas agresivos, enfermizos y perversos, los trabajos en común de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña zarandean sin tregua al acomodado espectador, imprimen un sello realista a sus relatos en un tono naturalista y con espíritu social e involucran emociones y soluciones inesperadas. El cine de esta pareja destila una dolorosa sensación de desesperanza hacia el ser humano, de quien suele aflorar su zona más oscura: la corrupción, el crimen, el duelo dialéctico, la violencia agazapada o la furia convertida en obsesión, uno de los temas favoritos de este dúo de cineastas de primer orden, un binomio de talentos inquietantes. Esto es, la obsesión destructiva, que solo ve un punto en el horizonte, que trabaja minuciosamente para demostrar su verdad.

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