Goya o la negrura

Por José Joaquín Beeme

     Viejo conocido de la Fundación Beyeler, porque hace unos años sumergió en el estanque del edificio de Renzo Piano unos discos vibrátiles que citaban a las ninfeas de Monet, el argelino-francés Philippe Parreno…

…recibe el encargo de producir una película sobre las pinturas negras de Goya, de manera que con el camarógrafo Khondji y el sonidista Becker se va a rodar al Prado, en horas de cierre, una porción de planos ultradefinidos que montará, durante la pandemia, en su estudio parisino.

    Su propósito, dice, es reconstruir aquel «espacio de energía» que fue la Quinta del Sordo, la disposición original de aquellas catorce pinturas turbias y sus espacios intermedios, lo que para él constituía ya una auténtica «instalación», una oscura pieza de ciencia ficción avant la lettre, y que ha querido recrear emparentándola al nacimiento de Frankenstein y su «año sin verano», a películas como Sombras (Schatten) del expresionista Robison o Melancolía de Lars von Trier.

   Hasta aquí lo que podríamos llamar comunicado de prensa, que todos los medios recitan de oídas y nadie, a mi alcance, se ha tomado la molestia de visionar o describir mínimamente. Cuento ahora mi experiencia directa en Basilea, Día de Difuntos de 2021. 

   Cerrando la mediática exposición goyesca, una pequeña sala oscura con un solitario capricho (Que viene el Coco) y una pantalla frente a dos canapés donde el público se turna con una rapidez que contradice la morosidad de las imágenes: nadie aguanta los 40 minutos del metraje, que por fidelidad de crónica paso a resumir.

    Prescindiendo de sala, marcos y contexto museográfico, tanto se acerca la cámara a los grumos o depósitos de pigmento de Saturno, de las brujas, del gran Cabrón o de los duelistas, que la pintura desaparece bajo el brillo de los barnices. Y lo que en principio podría parecer defecto pasa enseguida a ser un ardid de montaje: ¿por qué no abstraer a Goya? Pinturas sombrías que se tornan luz, textura, borrón de niebla o tiniebla. Sólo que resulta un repetitivo, cansino ejercicio de navegación interna del que Parreno, supongo, espera arrancar emoción o reflexión o pasmo porque sí.

   Un vago crepitar, tremores indefinidos, un bokeh fantasmal flotando por el encuadre. Quizá una hoguera, máximos el ralentí y el desenfoque, envuelta en capas y capas de sonido granular. Luces oscilantes, que imitan una bujía de Latour, mueven unas sombras, añaden unas veladuras, como queriendo dar profundidad o atmósfera a pinturas que nacieron planas y parietales. Sobre esas paredes supuestamente revividas, visillos o ramullas o lágrimas de lluvia que, de pronto, reciben acaso la brisa del Manzanares.

   La propuesta termina con un larguísimo plano fijo de un anodino cruce de calles, al anochecer, en un barrio obrero. Único exterior que el espectador, tal vez, habrá de referir a Puerta del Ángel, actual distrito madrileño donde verosímilmente se alzaba aquella casa.

   Naturalmente, como en toda práctica cultual del arte contemporáneo —y las instalaciones de Parreno son harto más complejas, enfáticas y dispendiosas cuando dispone de budget & logistics—, esta modesta capilla no puede despacharse de manera tan simple. Con el típico argot grandilocuente del gremio, el artista sitúa a este Goya del pre-exilio en la órbita del hiper-objeto, del espacio inmaterial, de un viaje en el espacio-tiempo por el que se cuelan los fantasmas del porvenir. Como quien trata a Bozal o a Helman de ignorantones o de viejunos escribanos.

El Blog de JJ Beeme: http://blunotes.blogspot.com

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