ELOGIO DE MI PERRO – OU BIEN, ÉLOGE DE MON CHIEN.

150perroP
Por Fernando Usón Forniés

     Sin lugar a dudas la película más esperada de 2014 entre los círculos cinéfilos ha sido ADIEU AU LANGAGE, del incombustible Jean-Luc Godard. Pero, pese al efecto placebo que parece provocarles a muchos cualquier cosa firmada por el abuelito “enragé”, traducido en sentencias del estilo de “Godard sigue abriendo caminos al cine”, “el rupturista uso del color”, “el revolucionario uso del montaje”, “el futuro del cine”, etc., etc.; pese a tantas muestras de arrobo, el último film del francés no resulta para tanto. Más bien, para poco.

      Godard parece siempre polarizar a los aficionados entre los que lo consideran un genio (o casi, casi, el Genio) y los que piensan que es un impostor. Personalmente, lo tengo por un gran director, aunque muy irregular en cualquiera de sus etapas (salvo la maoísta, donde se apropió del nombre del pobrecito Vertov… y donde todos los filmes son horribles sin excepción); y, al contrario que muchos de sus admiradores, sitúo los mejores jalones de su obra no en los inicios de su carrera, sino en las décadas de los ochenta y noventa y, permítaseme la cita, en los orígenes del siglo XXI. De hecho, su obra maestra, el único Godard que me ha conquistado por completo, siempre me ha parecido desde el momento de su estreno la tan bellísima como denostada ÉLOGE DE L’AMOUR (2001). Su siguiente película, NOTRE MUSIQUE (2004), aun sin alcanzar la categoría de la anterior, continuaba siendo magnífica; pero, a partir de ella, el cine de Godard empezó a resentirse de este nuevo ramalazo revolucionario, esta vez no político, sino, amparado por el boom de las tecnologías digitales, formal. En esta coyuntura, FILM SOCIALISME (2010) me pareció decepcionante en su momento. Y lo mismo me resulta ahora ADIEU AU LANGAGE.

     Ya desde su pomposo título, el último film de Godard pone sobre aviso: parece casi un adiós del mismo director, cuando menos al formato de largometraje, en cuyo caso cabría suponer que, con la inmodestia que le caracteriza, él mismo se equipararía con el lenguaje, cinematográfico, se entiende (¿o no?). Huelgan comentarios…; máxime cuando las referencias a ese supuesto fin del lenguaje (una superpantalla de televisión sin señal, la sombra de la grúa de cine sobre el suelo) son tan ralas y manidas. Luego, el espectacular y evidentísimo uso del color, heredero del final de ÉLOGE DE L’AMOUR, más allá de sus claras referencias verbales y cromáticas a Monet y de Staël resulta decepcionante en lo que tiene de preciosista sin más, con floripondios por aquí y hojas otoñales por allá, incapaz en mi opinión de hilvanar ningún concepto ni estructurar un armazón emocional potente: las teselas, muy bellas por sí solas, no construyen aquí un mosaico equilibrado y elocuente. Para seguir, el film resulta deslavazado: a diferencia de ÉLOGE DE L’AMOUR y NOTRE MUSIQUE, donde esa estructura de mosaico típica del cineasta en sus últimas décadas conseguía alcanzar gran coherencia interna, aquí los planos parecen sucederse, más allá de algún efecto de montaje sugerente, sin orden ni concierto y, más allá de lo aleatorio, sin una estructura profunda que los conecte entre sí. Y finalmente, lo más lamentable de este ADIEU AU LANGAGE es su chochez absoluta, con papá Godard de vuelta a la etapa anal de la niñez. Su insistencia, casi más que en las expresiones de sus actores, en los pedos, las cagadas y el sexo (caca, pedo, culo, pis) ya irrita bastante, pero causa un estupor anonadante que gran parte del film no sea más que un pequeño, pero muy pequeño, documento familiar, que debiera haber sido rodado en Super8 y para consumo privado, sobre la nueva musa de M. Godard, que consigue hacer añorar a la mitificada Anna Karina: su chucho… Cierto, ningún tema es indigno de ser tratado por el arte, pero algunos tal vez necesiten un formato y una duración más ajustados (véase el estupendo MON CHIEN, de Georges Franju); sobre todo, cuando los espectadores no tenemos por qué compartir el arrobo de M. Godard por su mascota, auténtico protagonista de la película. Y todos los temas, sin excepción, requieren una gran dosis de creatividad real, no de salón…, por muy digital que sea.

       A propósito, el nombre del animalito, inopinadamente, no aparece en los créditos; sólo que el amo parece suplir esa ausencia escrita, casi a la manera wellesiana, por los dos planos in extremis del perro de marras. ¿Será este el adiós al lenguaje que postula el film? Es más: en una secuencia hacia el final, el hombre le expresa a su pareja el deseo de tener niños, a lo que ella le replica que no es el momento y que, si acaso, podrían tener un perro. El film se cierra, pre-créditos finales, ¡oh, sorpresa!, con unos balbuceos de un bebé (¿será el futuro?), superpuestos… a unos aullidos perrunos. Y se clausura definitivamente con los dos planos de remate, post-créditos finales, del chucho correteando por el campo. No hay duda: el futuro es perro.

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