Muchas veces, se puede poner en cuestión la duración real o subjetiva de una obra cinematográfica. Un largometraje puede tener la virtud de hacerse corto y, de la misma manera, un cortometraje se puede convertir en algo muy largo. El tiempo sobre la pantalla resulta un concepto muy flexible y lo que importa de verdad no es el dato…
…de los minutos consumidos, sino la adecuación entre las necesidades de lo que se cuenta y su desarrollo en imágenes.
Esto lo podemos comprobar en los dos últimos trabajos del zaragozano Javier Macipe, el largometraje ‘Los inconvenientes de no ser dios’ (2014) y el cortometraje ‘Os meninos de Rio’ (2013). Macipe, a lo largo de su trayectoria, siempre ha controlado este concepto, acaso porque le gusta el cine que mira a la realidad más que al cine que mira al cine. Con el cine que se dedica a mirar a otras películas, a imitar y repetir esquemas, se va empobreciendo el lenguaje. Y el lenguaje de este cineasta es su principal virtud, porque adecúa, esto es, las necesidades de lo que cuenta y su desarrollo fílmico, en unas imágenes que recuerdan la fluidez expositiva de un Rohmer o de un Kiarostami. Ya en su corto documental ‘Adiós, padresitos’, realizado inmediatamente antes de los trabajos que nos ocupan, Macipe utiliza, con profundidad y sutileza, una narración al servicio de sus personajes, de cuanto les han ido sucediendo, de sus sospechas y certidumbres, arrolladores ante la cámara, tanto en cuanto utilizan sus imponentes figuras para agrandar sus pensamientos y acciones. Y se agradece.
Estudiante de la escuela cubana de San Antonio de Baños, que amplía sus estudios de comunicación audiovisual por la universidad Complutense de Madrid, especializándose en dirección de actores, Javier Macipe -cosecha del 87- ha firmado cortos y documentales (‘No pienso dejar de llorar’, ‘Efímera’, ‘Cuídala bien’, ‘Vivir sin agua’, ‘¿Hablamos?’) antes de dirigir su primer largometraje de ficción, ‘Los inconvenientes de no ser dios’, realizado inmediatamente después del cortometraje ‘Os meninos do Rio’.
‘Los inconvenientes de no ser dios’ relata cómo diez habitantes de una ciudad se enfrentan a la angustia de su realidad cotidiana cuando la vida ha perdido todo el sentido para ellos. En su primer largometraje de ficción, Macipe no abandona el trasfondo documental, la cercanía a la realidad. La idea surge durante su estancia en la fundación Antonio Gala de Córdoba en la que tiene que presentar un proyecto a priori y tiene una idea vaga sobre abordar la espiritualidad, no asociada a la religión, sino como una vivencia más allá de lo natural. Cuando llega a Córdoba se viene abajo la imagen idealizada que tiene de la ciudad por lo que supone de mezcla de cultura y religiones. Y el planteamiento original acaba derivando en lo contrario, en el vacío, la angustia existencial que hay en una sociedad muy materialista en un momento de crisis. Cada una de las diez historias que aparecen en la película las va trabajando a partir de cosas que le ocurren o que le cuentan, todas ellas muy apegadas a la realidad.
Interpretada por Irene Sol Membrillo, Alfonso Pablo, José Gimeno, Irene Lázaro y Javier Aranda, Macipe se encarga, además de dirigir ‘Los inconvenientes de no ser dios’, del guion, el montaje y la fotografía –junto a Álvaro Medina-, una película muy coral, con música de Luis Giménez, en la que hay tanto actores profesionales como personas sin ninguna experiencia que responden a las características que tienen los personajes. Estamos, en efecto, ante diez pequeños episodios dramáticos bien entrelazados, de gran cohesión, con un ligero perfume de humor negro, un retablo de breverías, por así decir, en torno a un puñado de personajes que sufren una crisis espiritual, personas al límite, muchas de las cuales se interpretan a sí mismas. Son historias diversas, breves, que buscan el monólogo, la reflexión como punto de encuentro, de partida para sacar a pasear el espejo, para golpearlo y salir a andar más tranquilos. Historias donde el cuerpo siempre hace presencia, también en el viaje, y también en la identidad desde lo personal, diferenciando lo privado de lo íntimo. Historias diferentes, íntimas, sutiles, de homenajes y miradas, tenues, siempre lúcidas, de hallazgos y aproximaciones, de preguntas sin respuesta. El niño que reclama su balón o el abuelo que vende sus olivos.
No suele suceder muchas veces, claro, pero en ocasiones te encuentras ante unas tramas sencillas, como la vida misma, desprovistas aparentemente de todo. Echar un vistazo, así a granel, y de repente, sin darte cuenta, llevas un buen rato anonadado, mirando la pantalla ante lo que estás presenciando. Macipe tiene el don de la sencillez compleja, va envolviéndote, poco a poco, como la vieja hila el copo. Esto sucede igualmente en ‘Os meninos do Rio’, del que Macipe es también compositor de la música original, un cortometraje que parte de una pequeña historia de un barrio de Oporto –la Ribeira-, la sencilla historia de un chaval portugués que tiene miedo a tirarse al río Duero desde el imponente puente Luis I, a una altura de más de quince metros. Ese juego se convierte, al mismo tiempo, en una atracción para los turistas, aunque, en realidad, en el terror de ese chico a saltar al cauce existe el paralelismo con los temores adultos a enfrentarse a lo desconocido y a ir a contracorriente. Esa confrontación de dos mundos tan distintos, el de los niños, que proceden de un estrato económico bastante bajo, y el de los turistas, para los cuales estos adolescentes son un elemento más de ese atractivo pintoresco de la ciudad, la refleja el director para contar la realidad de esos niños, de sus situaciones familiares y personales que hay detrás de cada uno, sin idealizaciones ni estereotipos. Además, ‘Os meninos do Rio’ es un verdadero homenaje a la ciudad de Oporto, ya que retrata no solo el lugar sino la vida de las gentes en torno a ese puente.
Al fin y al cabo, estos dos trabajos, al límite de los géneros de la ficción y el documental, tratan de la existencia, y son un drama, una comedia, un desengaño en uno. La vida no es sino detalles acumulados, siempre nimios, pero que situados en un contexto, y del derecho, hacen llevadera la existencia. El cine de Macipe, más allá de una diversión o una creación intelectual, es una forma de vivir. Se apagan las luces en la sala y se ilumina la pantalla. Todo parece posible en ese momento.