Solo se vive una vez (13)

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Por Don Quiterio

     A veces, lo mejor que le puede pasar a alguien es morirse. Es una lástima que para llegar a ocupar el altar de los héroes uno tenga que morirse antes. Muchos medios de comunicación se deshacen en elogios ante cualquier personaje político, social o cultural fallecido, como si reconocer la verdad representara una mancha en su leyenda.

   Mucho mejor nos iría si nos dedicáramos a juzgar a los vivos en lugar de empeñarnos en inmortalizar a los difuntos. A lo mejor es porque es mucho más fácil reconocer el error que encontrar la verdad, pero algunas veces ambos resultan imposibles de distinguir. Habría que leer más a Goethe.

     Es difícil escribir obituarios, lo tengo claro, y hacer que el periodismo sobreviva al llanto hagiográfico. Estamos hechos de bajeza y virtud, y todo hay que reflejarlo cuando la vida hace resumen. Porque muchos de los fallecidos que se reseñan acabaron convertidos en monedas de cambio para continuar cobrando del poder de turno. Luego vinieron otros poderes, y evidentemente otros turnos. Es bueno discrepar, el modo de ver la vida y de explicarla.

    Acaba de morirse Raúl Artigot y todo han sido parabienes. Parece que hubiera inventado el cine. Y si en vida era un cineasta mediocre, no sé por qué a la hora de su fallecimiento su obra tuviera que cambiar a mejor. Nunca he entendido estos postulados. De hecho, una activista local de la cosa se permite el lujo de afirmar que dos de sus películas como realizador, ‘Bajo en nicotina’ (1984) y ‘Cabo de vara’ (1977), son “dos joyas” del cine español –o mundial, vaya usted a saber-. Sin embargo, como la primera que dirigió (‘El monte de las brujas’, en 1972), son híbridos en sus respectivos subgéneros.

    En su empeño por descubrir al autor de las fotografías de la cantante del grupo Los Nápoli, Eduardo Laborda, como bien refleja en su libro ‘Zaragoza, la ciudad sumergida’, consiguió dar con Fernando Martínez Lafuente, autor de las fotos de su hermana cantante Lola, a quien retrató en 1962 con una cámara Linhof en la parcela donde José Artigot, con sus hijos Raúl y José Miguel, tenía montada la empresa postalera –Ediciones Artigot- que comercializaba vistas de Zaragoza y del norte de España. En 1960, Raúl se traslada a Madrid para ingresar en la escuela oficial de cine y se convierte en uno de los mejores directores de fotografía, interviniendo, en la década de 1970, en numerosas películas del cine erótico de la transición, llamado del “destape”. Aquel hecho me permitió conocer de primera mano a Raúl Artigot, siempre atento, parlanchín, cercano, al que incluso le hice una jugosa entrevista de su relación con Jesús Franco y de esas películas pornográficas en las que colaboró. En realidad, lo conocí unos años antes, de la mano de mi amigo (o examigo, que ya no me habla) Emilio Casanova, hacia el 2003, creo recordar. Habían quedado a comer en un restaurante de la calle San Vicente de Paúl y allí fui de comensal invitado. Apenas metí baza porque estaban en sus cosas, si no recuerdo mal relacionadas con el audiovisual aragonés Travesía que coordinaba Vicky Calavia. Me pareció entonces un tipo áspero, de figura contundente, recia, que imponía…

   Además de realizador (para cine y televisión) y director de fotografía, Artigot fue guionista y productor ocasional. Como operador, trabajó para un nutrido grupo de cineastas, pocos buenos y muchos malos: Angelino Fons, José Luis Viloria, Antonio de Jaén, Germán Lorente, José María Zabalza, José Luis Merino, Fernando Merino, Raúl Peña, Enrique Eguiluz, Antonio Artero, José Luis Madrid, Isidoro Ferry, Luis de Enciso, José Grañena, Eloy de la Iglesia, Luis María Delgado, Javier Delgado, Francisco Lara Polop, Javier Aguirre, Gonzalo García Pelayo, Eugenio Martín, Joaquín Coll Espona, Paulino Viota, Alejo Lorén, Francesc Betriu, Jesús Yagüe, Mariano Ozores, Zacarías Urbiola, José Ramón Larraz…

    El zaragozano José Luis Rodríguez Puértolas cuenta con Artigot para dirigir algún capítulo de su serie televisiva ‘Vivir cada día’, espacio de docudramas que se mantiene en antena, con intermitencias, durante diez años, de 1978 a 1988. A partir de 1985 deja de trabajar en el mundo del cine para dedicarse a la escritura, acaso por motivos de comodidad, o de cansancio, o simplemente de inseguridad, aunque en 1993 vuelve al ruedo cinematográfico con el documental ‘La pesca en el Sella’. De padre aragonés y madre asturiana, su vida estuvo repartida entre estas geografías y Madrid.

    También ha fallecido el pintor zaragozano José Orús, maestro de la abstracción matérica y de la luz, padre de la historiadora y crítica de arte Desirée Orús. Lo recuerdo con Julián Muro (hombre importante de la productora Moncayo Films y antiguo director de Radio Zaragoza), paseando por el rastro, siempre juntos, para pescar algún transistor antiguo, y acababan en el Mesón del Toro para vermutear. Con ellos coincidimos muchas veces Eduardo Laborda y el que esto escribe. Para Eduardo, “Orús era una persona entrañable que me lo encontraba con frecuencia camino de su estudio, cerca de la plaza del Pilar. Parecía distante, pero, en realidad, estaba en su mundo. Cuando había confianza, se transformaba en una persona cálida, irónica y muy respetuosa con la gente. Tenía un sentido del humor muy socarrón, muy aragonés”.  Cercano  al  mundo  de  los  agitadores intelectuales de aquella Zaragoza como el poeta Miguel Labordeta -ilustró su primera antología- y la peña Niké, José Orús fue protagonista del cortometraje documental de José Luis Pomarón ‘Fluctuaciones’ (1960) e intervino, entre otros trabajos, en el mediometraje de Emilio Alfaro ‘El último nombre’ (1985), un homenaje a Miguel Labordeta.

    Con ‘Fluctuaciones’, escribe Alberto Sánchez Millán, “Pomarón se recluye en el estudio con unos cuadros de José Orús, y crea sobre ellos un filme sugestivo con un inteligente ordenamiento del material pictórico y un ágil movimiento de cámara. De las imágenes se recrea un viaje fantástico espacial, unas imágenes oníricas y un estupendo colorido. Era la época en que Orús triunfaba en Bruselas, París, La Haya y Berlín”. Figura clave del primer arte abstracto español, ahora ha traspasado esa luz que siempre intentó reflejar, ese túnel de la muerte, para quedarse en ella. 

    Dentro de un cierto eclecticismo estético que a menudo alude a Luis Buñuel, el escritor, dramaturgo y periodista mexicano Vicente Leñero, recientemente fallecido, participó en guiones de películas como ‘El llanto de la tortuga’ (1975), ‘Los de abajo’ (1978), ‘El callejón de los milagros’(1995), ‘El crimen del padre Amaro’ (2002) o ‘El atentado’ (2010). Entre sus publicaciones narrativas destacan ‘La voz adolorida’ y ‘Los albañiles’.

    También ha fallecido recientemente el gran secundario del cine español Emiliano Redondo, que desarrolla su trayectoria artística en los tres medios: cine, teatro y televisión. Rostro habitual en las décadas de 1960 y 1970 de espacios televisivos como ‘Novela’ o ‘Estudio 1’, muchas veces dirigido por el zaragozano Alfredo Castellón, también participa en series como ‘El hotel de las estrellas’ y ‘Segunda enseñanza’. Tuvo una filmografía breve –‘Zampo y yo’ (1966), ‘Mecanismo interior’ (1971), ‘Autopsia’ (1973), ‘La noche de los cien pájaros’ (1976), ‘La casa del paraíso’ (1980), ‘Black Venus’ (1984),  ‘Átame’ (1990), ‘Álbum de familia’ (1991)-, en la que destacan los filmes del oscense Carlos Saura ‘Peppermint frappé’ (1967), una historia de obsesión sexual claramente influenciada por el Buñuel de ‘Ensayo de un crimen’, y ‘La madriguera’ (1969), otra hermética alegoría que representa las preocupaciones por las relaciones amorosas, el tiempo, los recuerdos y el subconsciente, en torno a un joven matrimonio bien avenido que termina trágicamente por mutua incomprensión.

     Como dice el personaje de Emiliano Redondo en una de sus películas, “aquellos que se crean más que los demás, y echen pulsos y amenazas, morirán”. Chao. Y a espabilar.

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