Wish upon a star / José Joaquín Beeme

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Por José Joaquín Beeme

     Está el científico loco, que tiene su tradición y su devoción, y está el científico mártir, que peca de lo contrario: la impotencia, el fracaso, la rendición del fuego a los dioses.

    Frente al silencio de las estrellas, debe admitir que el demiurgo, si lo hay, es otro. Interestelar, con toda su paradoja espacio-temporal, su exploración galáctica y su eco-catastrofismo, no es, en el fondo, sino una meditación filosófica; más propiamente, escatológica. Visión estelar, y triste, de un momento de guerra. A mí me ha recordado a Kubrick, sólo que al vuelo elástico einsteiniano se añade ahora otro giro de tuerca, el de los agujeros de gusano atravesables de Thorne. El astrofísico de Utah, que ha inspirado / ajustado el guión de los hermanos Nolan, aparece de algún modo bajo los rasgos de Michael Caine, cuyo extraordinario fuste teatral, macerado por la edad, sabe poner la duda y la decepción, el amargo existencial, en esa inútil cadena de fórmulas que esperanzan, y no salvan, a una humanidad residual. Parece decir, como el cura Bueno de Unamuno, «que se consuelen de vivir, que crean lo que yo no he podido creer». A su lado, el héroe a su pesar que es el ingeniero Cooper (un McConaughey correoso, sorprendente madurez del pisaverde) recupera el poco de fe retenida en las mallas del universo al cumplir un viaje, más que hacia las afueras del planeta huérfano, en torno a sí mismo, a su propio fantasma. Y ésta es la otra dimensión que, creo yo, indaga la película por en medio de sus intríngulis físico-teóricos: hay otros mundos, pero están, todos y a la vez, en el orbitario de nuestras vidas.

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