El patrullero de la filmo: Más Fernán-Gómez, festival de Zaragoza y el camarada Khutsiyev

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Por Don Quiterio

     Continúa el ciclo dedicado a Fernando Fernán-Gómez con la programación de cuatro películas interpretadas por él y otras cuatro también dirigidas. ‘El inquilino’, realizada en 1957 por José Antonio Nieves Conde, relata el desalojo por derribo de un matrimonio con cuatro hijos en su piso de un barrio popular madrileño. De la noche a la mañana, la modesta familia se ve en la calle.

    Del filme, podría decirse, los censores fueron los verdaderos guionistas, debido a los cortes efectuados, algunos ‘añadidos’ y el cambio del desenlace (milagrosamente, encuentran un piso en el barrio de la Esperanza), porque, en un principio, los protagonistas se quedaban, desesperados, sin techo. De todo se resiente el conjunto, pese al indudable interés que despierta las aventuras y desventuras de esa pareja a la que dan vida Fernán-Gómez y María Rosa Salgado. Maltratado por la censura, los fracasos económicos condicionaron enormemente la evolución de la carrera de Nieves Conde, que tuvo que decantarse hacia un tipo de comedia con múltiples concesiones comerciales.

     Contemporáneo de los movimientos renovadores que el cine vivió durante la década de 1960, Carlos Saura aportó una visión crítica (y a veces críptica) de la historia española de su tiempo, que mereció el éxito internacional que ningún director español había obtenido hasta entonces. Obsesionado por las huellas de la guerra civil, sus películas sortearon las limitaciones de expresión que se sufrían en el país y creó una poética muy personal en la que los símbolos y las sugerencias se entremezclaron con un tímido surrealismo heredado de Luis Buñuel. Con ‘Ana y los lobos’ (1972), Saura utiliza personajes que simbolizan la iglesia, la familia y el ejército, a través de una institutriz británica (interpretada por Geraldine Chaplin) que entra en una familia española, entablando una relación distinta con cada uno de sus componentes. Entre ellos, claro, un sobrio Fernán-Gómez acompañado por José Vivó, José María Prada, Rafaela Aparicio o Charo Soriano.

     Un año después, en el filme de Víctor Erice ‘El espíritu de la colmena’, Fernando Fernán-Gómez se mete en la piel de un padre de familia, siempre con sus abejas y en su estudio. Junto a él, su esposa (Teresa Gimpera) y dos niñas (Isabel Tellería y Ana Torrent). Todos los actores unen sus nombres respectivos para una historia que sucede en un pueblecito castellano de la inmediata posguerra, en el que las dos hermanas comienzan a vivir, buscando en la fantasía lo que la realidad no les ofrece. Y la encuentran en el monstruo de Frankenstein. Este rompe la monotonía, los días que giran en torno a los paisajes secos y a unos padres muertos en vida. Una obra misteriosa, conmovedora, que empieza como un cuento (“Érase una vez…”) y cuyo título se refiere a un comentario en un tratado de Maurice Maeterlick sobre el espíritu que guía el comportamiento de las abejas. Esto es, la del fugitivo político a quien la impresionable Ana, fascinada por un pase de cine de la película dirigida en 1931 por James Whale, toma el espíritu errante del monstruo de Frankenstein.

     Por su parte, en ‘El anacoreta’ (1976), único largometraje de Juan Estelrich (anteriormente codirige el cortometraje ‘Se vende un tranvía’, junto a Berlanga), Fernando Fernán-Gómez interpreta, en uno de sus papeles más recordados, a un hombre normal y corriente que, un buen día, decide recluirse en su cuarto de baño, arrojando por el inodoro ocasionales mensajes. Estamos ante una coproducción hispano-francesa a la manera de una fábula dramática tan singular como desmañada.

     El resto de la programación del ciclo dedicado a Fernán-Gómez, decía, se compone de un grupo de películas dirigidas (e interpretadas) por él mismo. ‘La venganza de don Mendo’ (1961), según la famosa obra de Muñoz Seca, es una comedia chirriante en que se nota el afán de ‘cargarse’ el original, pero con unos recursos bufos y desorbitados. ‘Mayores con reparos’ (1966) no ofrece mayor interés, una comedieta de seducciones fáciles coprotagonizada por Analía Gadé en sus personajes multiplicados por tres. ‘Crimen imperfecto’ (1970), junto a José Luis López Vázquez, es otra comedia algo –poco- mejor concebida como una parodia policiaca, en la que dos inexpertos detectives privados (inspirados en ‘Mortadelo y Filemón’) se ven complicados en la investigación de un peligroso desfalco por los servicios demandados por un supuesto cliente. Por último, ‘Yo la vi primero’ (1974), al margen de dos o tres escenas logradas por sus patéticas situaciones, es una película acerca de un adulto con mentalidad de un niño que no se salva del aburrimiento ni de los tiempos muertos, y eso en una comedia es mortal de necesidad. Si el guion –en el que participan Chumy Chúmez y Manuel Summers- es, en ocasiones, ocurrente, en conjunto resulta endeble y alarga excesivamente un buen arranque, además desordenadamente. La película es como un chiste que daba, en todo caso, para un cortometraje.

 

    Al mismo tiempo, la filmoteca de nuestra ciudad ha vuelto a convertirse en una de las sedes del festival de cine de Zaragoza, tras dos años de ausencia de proyecciones. En esta sala se han exhibido los treinta documentales que han competido y el renovado capítulo de novedades, que ha ofrecido seis títulos de este 2014 que no han llegado a las salas comerciales de la capital del Ebro y han obtenido distintos premios: ‘Pelo malo’, de Mariano Rondón; ‘Casi inocentes’, de Papick Lozano; ‘Purgatorio’, de Pau Teixidor; ‘Ártico’, de Gabriel Velázquez; ‘Stella candente’, de Luis Miñarro; y ‘Todos están muertos’, de Beatriz Sanchís.

     Los treinta documentales antes referidos, en su mayoría cortometrajes y dirigidos por aragoneses,  están realizados por Patricia Roda (‘El viaje de las reinas’), Maxi Campo (‘Con la solfa en la cabeza’), José Manuel Herraiz (‘Agustín Sanz, el último arquitecto fiel’), Laura Sipán (‘El hombre y la música’), Nacho Rubio (‘Jaque’), Raúl Guiu (‘Caminos propios’), Víctor Matellano (‘Zarpazos, un viaje por el spanish horror’), Iván Castell (‘Trovadores’), Jesús Gonzalo Asensio (‘MTBVAC, viaje a la inmunidad’), Nacho Luna (‘Sangre de dragón’), Sofía Castañón (‘Se dice poeta’), Pacheco Iborra (‘Las viudas de Ifni’), Pedro González Kuhn (‘La gran desilusión’), Andony Sangaley (‘Al Andalus, la conquista’), Miguel Lobera (‘Alas rojas’), Fernando Almazán (‘Sin números’), Carlos Caro Martín (‘Un día de campo’), Patxi Uriz (‘Hijo de la tierra’), Conrado Rillo (‘El helio es todo’)…

     Un conjunto dispar, ciertamente, con propuestas acertadas o no tanto, pero siempre interesantes. Entre ellos, habría que destacar ‘Naturaleza muerta’ (2014), una suerte de ensayo fílmico en el que los realizadores José Manuel Fandos y Javier Estella se sumergen en el universo pictórico del zaragozano Eduardo Laborda y eligen como columna vertebral una visión serena del pintor, a través de la armonía, la belleza y la sensualidad, para crear, en un proceso relajado, comprimido, una película tan fluida y sinuosa como un río. Estamos ante un relato de silencios y conversaciones, de revelaciones y misterios, pura virtud de fondo y forma, cercano a los mundos cinematográficos de un Erice, de un Guerín, de un Rosales. Un poderoso ejercicio de estilo que nos introduce en la personalidad íntima de un artista y nos demuestra que la verdad es solo una construcción social, un campo en el que no existe la verdad absoluta, sino solo versiones. Un discurso estético irreprochable.

     La filmoteca también ha programado un pequeño ciclo sobre el importante cineasta ruso Marlen Khutsiyev (Tbilisi, Georgia, 1925). Para el cine soviético, la muerte de Stalin, en 1963, es el comienzo de una nueva era. Se humanizan los temas y un soplo de romanticismo revolucionario parece invadir la pantalla, en la que aparece el hombre contemporáneo, con sus problemas actuales. Los temas cotidianos, tratados con espontaneidad, sinceridad y lucidez, afianzan un impulso creador vigoroso. Se observa, en fin, una extraordinaria efervescencia en las filas de los cineastas y se suceden las olas de guionistas y realizadores que, como en el caso que nos ocupa, muestran la voluntad de reflejar la vida tal como es, fundiéndose en la gran tradición humanista del realismo socialista del cine soviético.

     Figura fundamental para el desarrollo de esta cinematografía, Khutsiyev estudia cine en el departamento de dirección del instituto Gerasimov, graduándose en 1952. Director del estudio Odessa entre 1952 y 1958, el cineasta también lo es de Mosfilm a partir de 1965. Desde 1978, ha impartido clases de realización en la VGIK. De él hemos podido ver, en unos auténticos estrenos, ‘Primavera en la calle Zarechnoy’ (1956), su debut en el largometraje para mostrar la inicial liberalización de la primera época de Khrushchev; ‘Tengo veinte años’ (1965), los puntos de vista de tres jóvenes amigos alrededor de la realidad rusa; ‘Lluvia de julio’ (1966), el vacío de una joven al abandonar a su tiránico novio; ‘Era el mes de mayo’ (1970), relato de unos soldados rusos que son emplazados en una granja de alemanes en los días en que se va a firmar la rendición germana durante la segunda guerra mundial; y ‘Epílogo’ (1983), el encuentro de un anciano, vital y vivido, con su alterado yerno.

     Y con esto y un bizcocho, hasta la nueva programación de 2015. Salud, camaradas.

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